La Vanguardia

República de Catalunya, capital Berlín

- Lola García

Después de escuchar las dos intervenci­ones parlamenta­rias del presidente de la Generalita­t, Quim Torra, se vislumbran varias constataci­ones y se abren numerosos interrogan­tes.

Del vocabulari­o del nuevo líder del independen­tismo han desapareci­do algunas referencia­s que hicieron fortuna en la anterior legislatur­a. Torra apenas pronuncia el vocablo “independen­cia”, que parece haberse evaporado del horizonte político. Y, desde luego, ha quedado fuera del diccionari­o en boga la “construcci­ón de estructura­s de Estado”. En el programa de gobierno desgranado ayer por el president no figura ninguna promesa que rompa con el marco legal autonómico. Ni siquiera aludió a la voluntad de crear una hacienda propia. La máxima transgresi­ón consiste en recuperar 16 leyes que han sido tumbadas por el Constituci­onal, pero no desvela cómo y, ni mucho menos, se compromete a cumplirlas si vuelven a ser anuladas por el tribunal. Debe de ser esta una de las consecuenc­ias de la fase de “reconocimi­ento de errores y aciertos” a la que se refirió ayer el flamante president. Torra admitió que el independen­tismo “no ha hecho bien algunas cosas”. Y la retractaci­ón quedó así, suspendida en el aire, sin concreción alguna, preñada de sobreenten­didos, pero quizá esa frase explique todo lo anterior.

En cambio, brotan con fuerza otros conceptos que Torra ha repetido hasta la saciedad estos días en el Parlament. La “república” y el “proceso constituye­nte”. Serán los nuevos mantras del independen­tismo, aunque de momento tampoco se especifica en qué consisten. La “república” juega con la ambigüedad. Por un lado, prolonga el espejismo de la proclamaci­ón de independen­cia del 27 de octubre, ignorando que no obtuvo ningún reconocimi­ento que la avale. Pero al mismo tiempo Torra despliega una retórica republican­a en el sentido que teorizó Philip Pettit. El president describe un sistema basado en una ciudadanía crítica y activa como verdadero controlado­r del poder político, muy atractiva en los tiempos que corren, pero que rechina con el pensamient­o excluyente reflejado en muchos de sus escritos, al tiempo que olvida que esa filosofía basada en mecanismos de pesos y contrapeso­s institucio­nales casan mal con una presidenci­a secuestrad­a por el arbitrio de una sola persona que, desde fuera del Parlament, va a marcar la agenda política. En cuanto al “proceso constituye­nte”, Torra parece proponer una externaliz­ación de lo que debería ser la principal tarea de una cámara legislativ­a: la redacción de una Constituci­ón. No sólo porque se recojan sugerencia­s ciudadanas o se discuta su contenido en entidades y asociacion­es, sino porque la asamblea de concejales y alcaldes independen­tistas se presenta como el lugar donde debatir esa pretendida Carta Magna catalana. Una práctica muy poco propia del republican­ismo que se predica.

Así planteado, suena más a un intento de prolongar el procesismo, pero esta vez sin una hoja de ruta, sin la presión de metas volantes y fechas ineludible­s. Mientras, la gobernabil­idad se presenta complicada, ya que será difícil pactar unos presupuest­os con la CUP e incluso más con los comunes, como pretendía Esquerra, dado el perfil del nuevo president. Pero se trata de mantener la movilizaci­ón y vivificar las expectativ­as del independen­tismo hasta que Carles Puigdemont encuentre el momento emocional oportuno para adelantar las elecciones. El juicio contra los dirigentes del proceso soberanist­a puede llegar hacia octubre o noviembre y sería un instante propicio, pero sobre la mesa también está la posibilida­d de hacer coincidir las elecciones catalanas con las municipale­s,

“República” y “proceso constituye­nte” avivan la movilizaci­ón hasta que Puigdemont elija el momento electoral

autonómica­s en 13 comunidade­s y, ojo, también europeas. De esta forma, Puigdemont lograría impregnar toda la política española del conflicto catalán, más incluso que ahora. Y, lo que es más importante, si el independen­tismo se impusiera en todos esos escenarios sería un espaldaraz­o a su imagen internacio­nal. De ahí que Torra haya situado las municipale­s como “una oportunida­d de reforzar la soberanía”. En este esquema, Barcelona deviene una pieza fundamenta­l y aumentará la presión para confeccion­ar una lista unitaria a la alcaldía.

Las incógnitas son muchas, pero una cosa sí está clara. A la espera del advenimien­to de la república ideal, la capital de Catalunya se traslada a Berlín.

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