La Vanguardia

Maillot: “En Mónaco tenemos palmeras, sol y una princesa que cree en la cultura”

El director de Les Ballets de Monte-Carlo trae al Liceu su ambiciosa ‘Le songe’

- MARICEL CHAVARRÍA RAMON SÚRIO

Jean-Christophe Maillot (Tours, 1960) regresa al Gran Teatre del Liceu con la pieza más representa­tiva de su ADN creativo, pues en un solo espectácul­o, ese Le songe que se inspira en El sueño de una noche de verano de Shakespear­e, el director de Les Ballets de Monte-Carlo se permite concentrar todas las posibilida­des de su danza: la más narrativa, la más abstracta y sensual, y la más teatral. Creado en el 2005, cuando Maillot ya cumplía una docena de años al frente de la compañía monegasca, este ballet en dos actos llega mañana en Barcelona y permanecer­á hasta el sábado en la Rambla.

“Es mi obra favorita, algo onírico, un viaje a través del amor que adopta tres formas diferentes: el amor más riguroso, más social; el amor más sensual, más erótico, y el más divertido también, compartido por tres grupos de bailarines que actúan a la vez para ofrecer una danza pura, otra extremadam­ente sensual y también un fuerte trabajo teatral”.

Lo explica este coreógrafo francés que ha encontrado un lugar propio dentro de la danza actual sin renunciar al legado de los clásicos. Maillot es el artífice de esa vigorosa combinació­n de clasicismo y contempora­neidad que vimos por ejemplo en su versión de Roméo et Juliette ,ensu Lac (de los cisnes) o en La Belle (de La bella durmiente). “El sueño de una noche de verano me permite usar la narrativa por un lado y por otro romper con códigos de la danza con el público”, advierte.

Los 36 bailarines de Le songe se dividen, así, en tres tipos de personajes: los atenienses, con su amor reglado y pragmático, expresado en forma de narración sobre música de Mendelssoh­n; las hadas y los elfos, que se guían por la pulsión y el amor carnal, en una locura permanente que le llega al espectador con la música de electroacú­stica de Daniel Teruggi; y por último, el universo que rige la música del Bertrand Maillot, hermano del coreógrafo, que pone a bailar a los artesanos, esos comediante­s que se ocupan de hacer reír. Sin duda el cuerpo de baile de Montecarlo muestra en esta pieza la diversidad de artistas de la compañía: vienen de todo el mundo y ninguno del propio Mónaco.

“Creo que como artista he tenido la suerte de estar en el sitio y el momento adecuado –comentaba ayer el aclamado creador–. En Mónaco he podido crear una compañía abierta al mundo, con coreógrafo residente y otros invitados como Sidi Larbi Cherkaoui o Emio Greco; tenemos el festival Monaco Dance Forum y la Academia Princesa Grace que ofrece con grandes resultados. Y todo eso en un sitio privilegia­do, con sol, palmeras y una princesa que piensa que la cultura es fundamenta­l para la humanidad”.

Carolina de Mónaco es, explica el coreógrafo, el hada madrina que no deja que la sangre de los recortes llegue al río, aunque hace un lustro la compañía lo sufrió en un 20%. “Mónaco es un país pequeño sin paro, sin ejército, sin problemas sociales ni económicos. Y dedica un 5% de su presupuest­o a la cultura, algo que no sucede ni en Lichtenste­in”, añade Maillot, quien se precia de poder trabajar con medios generosos y total libertad. Pero incluso en Mónaco los bailarines cobran menos que los músicos y las entradas de ballet son más baratas que las de la ópera o la orquesta. “Eso lo he procurado yo, pues hay que hacer un esfuerzo para que la cultura esté al alcance de todos. Supongo que los artistas de la danza estamos condenados a vivir la pasión dándolo todo, porque el tiempo pasa deprisa para un bailarín y no lo puede dedicar a pelearse por sus derechos laborales como hacen los músicos... Seguimos cobrando menos”, dice.

La escenograf­ía de Le songe es del pintor Ernest Pignon-Ernest que recurre a lo simple creando espacios que dejan destacar el lenguaje coreográfi­co, y que tanto pueden ser el interior de un palacio como un exterior extraño. La narración, eso sí, es fiel a Shakespear­e: se puede seguir el hilo de la historia e incluso el vestuario identifica a Hermia, Lysandro, Demetrio o Helena por el nombre que llevan impreso. El cantautor y guitarrist­a bilbaíno Adolfo Fito Cabrales celebra su 20 aniversari­o con una gira que convocó a 29.000 seguidores en dos conciertos en el Palau Sant Jordi. Una audiencia notable que se vio recompensa­da con una generosa actuación que el primer día si no llegó a las dos horas y media previstas fue por la espantada de Muchachito.

Los invitados que no faltaron a la cita fueron el dúo Fetén Fetén, inyectando folk y swing a Me quedo aquí. Ambos siguieron en el escenario para arropar a la volcánica Amparo Sánchez, que puso un torrente de negritud al aire cajún de Whisky barato.

Luego, Dani Macaco se integró aportando groove a Viene y va.

Versiones generosas, llenas de solos, que beben del blues, de los riffs primarios del rock y también, y mucho, del sonido virtuoso de las guitarras de Carlos Raya, un portento de las seis cuerdas y reputado productor que se convierte en el protagonis­ta estelar de un quinteto que pivota sobre la batería de Daniel Griffin, alrededor del cual finalizan los temas, con los músicos agrupados en concentrad­a camaraderí­a. Son una banda fraternal de rock clásico, con un sonido sólido que resume la caja Fitografía, con himnos como La casa por el tejado, llevados en volandas por los fans. El tramo final fue una fiesta con Rojitas las orejas y Soldadito marinero, con el saxo de Javier Alzola emulando a Clarence Clemons.

Para rematar, el rock épico de Entre dos mares sirvió para reafirmar a Raya como el más dotado héroe de la guitarra de su generación. Sus digitacion­es aportan lirismo en el apartado rock and roll y tocan la fibra en medios tiempos y baladas. El imaginativ­o guitarrist­a es un aliado con el que la música de Fito gana en directo muchos enteros.

“‘El sueño de una noche de verano’ me permite usar la narrativa por un lado y por otro romper con códigos de la danza”

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. Esta versión del clásico de Shakespear­e compromete a 36 de los 50 bailarines de la compañía monegasca

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