Pandora tiene 17 años
Temps salvatge
Autor: Josep Maria Miró
Dirección: Xavier Albertí
Intérpretes: Manel Barceló, Carme Elias, Sara Espigul, Borja Espinosa, Eduard Farelo, Marina Gatell, Alícia González Laá, Míriam Iscla, Laia Manzanares y Malcolm McCarthy
Lugar y fecha: TNC (10/V/2018) Las piscinas comunitarias tienden a quedarse pronto huérfanas, sobre todo si facilitan que sobre ellas se concentren las miradas (in)discretas. En ese espacio a evitar se hace fuerte Ivana (17 años) y su insolencia. Es la adolescente elegida por Josep Maria Miró para abrir la caja de Pandora en medio de una comunidad de vecinos que se siente asediada por una nebulosa amenaza apostada al otro lado de sus rejas y puertas blindadas. Los recién llegados que merodean más allá del bosque, buscando sobrevivir.
Ivana también es una presencia extraña, perturbadora, de carácter incontrolable, desafiante, con un frontal juego de seducción que teje una telaraña de inseguridad y turbador deseo entre los atrapados en su fatal influjo. Hombres y mujeres. Es una amenaza y está dentro. Y es una de las erinias, enviada por el destino y el autor para denunciar la hipocresía de una sociedad que se pudre por dentro mientras dirige su acusadora y recelosa mirada hacia todo lo que viene de fuera.
Ivana es la protagonista de Temps salvatge, el texto con el que Miró se acaba de consagrar en la sala grande del TNC. Una oscura metáfora social que funciona como un alambique para destilar una cruda e incómoda verdad: la violencia normalizada, incubada en nuestra cultura como el huevo de la serpiente. Una obra que parece recoger como un álbum de recortes todos los titulares que gritan desde los medios para ir centrándose –como quien con cal viva deja un cuerpo en los huesos– en la más aterradora de las normalidades. A eso nos enfrentamos cuando Miró deja de pasear la mirilla y todo lo narrado se reduce al enfrentamiento entre dos personajes.
Y aquí debería acabar Temps salvatge. Pero igual que en Olvidémonos de ser turistas, Miró parece no confiar en el espectador y añade un epílogo sometido a una retórica y un tono moral que no le son nada propios. Es un autor que no especula con las palabras, que elabora el misterio con la áspera sequedad de una lija. Un estilo asumido y defendido por Albertí en su puesta en escena, aunque la monstruosidad del escenario –transformado por Lluc Castells en una arquitectura para voyeurs– obligue con frecuencia a distancias antinaturales. Una dirección con pocas concesiones, escasamente protectora del elenco, en el que brillan sobre todo los intérpretes que trabajan bien la tormentosa contención, como Carme Elias o Míriam Iscla. También funcionan otros personajes más febriles, como el de Borja Espinosa. Y, sobre todo, sorprende la facilidad con la que Laia Manzanares (Ivana) supera el reto de un personaje que entra en la inaprensible dimensión del mito.