La Vanguardia

La casa de Grünewalde­r Strasse

El Munich 1860 disputó la final de la Recopa de 1965 y ganó la Bundesliga antes que el Bayern, pero ahora juega en la regional bávara

- Rafael Ramos

Apesar de que el legendario jugador vasco Ángel Zubieta (352 partidos con el San Lorenzo de Almagro) era su primo y una vez le entregó un ramo de flores en el círculo central de San Mamés, a mi abuela Concha, gran cocinera, no le interesaba particular­mente el fútbol. Cuando oía las noticias solía exclamar: “Esto es el acabose”. Y si la invitaban a un restaurant­e, al final cogía la cuenta y decía. “¡Qué barbaridad! Por este dinero habríamos comido un mes en casa, y además mejor!”.

Era de la generación de la guerra, por eso su primo Ángel se fue al exilio en Argentina. Para cuando Franco dio el golpe y acabó con la legitimida­d republican­a, el TSV Munich 1860 tenía ya más de tres cuartos de siglo de existencia como club, y una década como uno de los mejores equipos de fútbol de la liga bávara. El mismo año (1966) que Inglaterra ganó su mundial en Wembley, los löwen (leones) conquistar­on su única Bundesliga, que figura en las vitrinas junto con dos copas, y la medalla de finalistas de la Recopa de 1965 frente al West Ham. Los sesenta fueron su época gloriosa.

Las cosas no les van ahora tan bien, ni mucho menos. A pesar de poder considerar­se por historia, potencial y número de seguidores uno de los grandes del fútbol alemán, el año pasado tuvieron el triste honor de protagoniz­ar dos descensos (de segunda a cuarta categoría) en tan sólo cuatro días. El primero, en el terreno de juego, perdiendo un playoff por 3 a 1. Y el segundo en los despachos, al negarse su propietari­o a pagar la inscripció­n en tercera división. Esto es el acabose, pensaron segurament­e muchos de sus fans.

Tal vez hayan tocado fondo, aunque aún es demasiado pronto para cantar victoria. Tras ganar su grupo de la liga bávara, ahora van a luchar junto con otros cinco campeones regionales por un puesto de ascenso a la 3. Liga, que ya es de nivel nacional y totalmente profesiona­l. En cualquier caso, los derbis contra el Bayern y las noches europeas de Champions quedan todavía lejos. Es fácil caer al pozo, y muy difícil salir de él.

La inestabili­dad, la mala gestión y en cierto modo la ley tienen la culpa del declive de los sechziger (sesentas). La inestabili­dad, porque en los últimos seis años han pasado trece entrenador­es por su banquillo. La mala gestión, porque han estado a punto de la bancarrota, y sólo se salvaron de la quiebra vendiendo al Bayern su mitad del Allianz Arena, que en tiempos de vacas gordas habían construido juntos, y compartían. Y la llamada ley del 50+1, porque la normativa alemana sobre la propiedad de los clubs obliga a que la mayoría de votos para la toma de decisiones sea de los socios.

Los problemas con la legalidad vigente no son una novedad para el sechzig (60), ya que el club fue clausurado en 1849 (poco después de su fundación) por la monarquía bávara debido a sus “actividade­s republican­as”. Ahora su dueño, el hombre de negocios jordano Hasan Ismaik, ha acudido a los tribunales (federales, no de Schleswig-Holstein) para que deroguen esa regla, que hace que los equipos alemanes pertenezca­n a los fans y sean una inversión poco atractiva para millonario­s, como es el caso en Inglaterra. ¿Para qué invertir una fortuna, si uno no va a decidir sobre los fichajes, ni sobre el cese del entrenador, ni a hacer la alineación? Pero está claro que las constituci­ones, deportivas o de cualquier tipo, no se cambian fácilmente (a no ser para atender las órdenes de austeridad de Angela Merkel), y en este caso no es previsible que el fútbol alemán vaya a alterar a corto plazo la manera en que se regula.

Izmaik y los seguidores del 1860 se encuentran en un círculo vicioso. El primero no puede vender su mayoría de acciones porque no recuperarí­a ni por asomo su inversión de 65 millones de euros (suma y sigue), y prefiere esperar a que el equipo regrese a la Bundesliga. Y los segundos porque no se pueden deshacer de un propietari­o al que odian, a pesar de que ha salvado al club de la quiebra. Piensan que quiere meter demasiada cuchara, que cuando consigue hacerlo se equivoca, y que el equipo no se puede gestionar desde su mansión de Abu Dhabi y a través de un amigo y socio como el polémico agente iraní Kia Joorabchia­n.

A todo esto, y tras un largo exilio en el Olympiasta­dion muniqués y como inquilino del Allianz, los löwen han regresado al vetusto Estadio (municipal) de la calle de Grünewald, en pleno centro de la ciudad y cerca del zoológico, que sólo tiene cubiertas parte de dos tribunas, y amplias zonas cerradas por razones de seguridad. Y aunque es opinable que en ninguna parte se coma como en casa, sí está claro que en ninguna parte se juega al fútbol como en casa.

Al poco de su fundación como club, la monarquía de Baviera lo clausuró por “actividade­s republican­as”

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SEBASTIAN WIDMANN / GETTY Daniel Bierofka, entrenador del Munich 1860, da instruccio­nes a sus futbolista­s
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