La Vanguardia

La ‘nakba’ interminab­le

- Tomás Alcoverro

El triunfo de Israel en 1948 fue el pavoroso fracaso de los palestinos, la nakba interminab­le. Si los dirigentes israelíes esconden sus tensiones internas con el conflicto árabe palestino, los gobernante­s árabes justifican sus dictaduras con la ocupación del territorio de Gaza y Cisjordani­a.

Los golpes de Estado declarados desde entonces en el mundo árabe prometían la liberación de Palestina. La guerra, la sacrosanta lucha contra el Estado judío, exigía un frente interior unido que no permitiese ninguna veleidad de libertades políticas.

Es una perversa dialéctica todavía vigente que perpetúa el statu quo de los pueblos de Oriente Medio. Hasta la mitad de mayo de 1948, cuando Ben Gurion proclamó en Tel Aviv la independen­cia del Estado judío, hubo enfrentami­entos con las milicias palestinas bajo el mando del Alto Comité Árabe.

Cuando después entraron en combate los ejércitos de Egipto, Siria, Irak, Jordania y Líbano, que atacaron a las tropas judías, docenas de miles de palestinos ya habían sido empujados al éxodo. Su hégira, su viaje de huida, como otros tantos temas relativos a la fundación del Estado de Israel, tiene versiones muy dispares. El éxodo del pueblo palestino fue el exorbitant­e precio humano que costó crear el Estado judío. Las trágicas consecuenc­ias aún lastran la vida cotidiana y política de Oriente Medio.

Algunos investigad­ores, al cumplirse el 70.º aniversari­o de la nakba (tragedia), han puesto en tela de juicio el mito de que la población emprendió la huida cumpliendo, principalm­ente, órdenes de sus líderes. Es cierto, no obstante, que hubo promesas de un pronto regreso a sus hogares. El escritor Arthur Koestler, testigo de aquella huida despavorid­a de 700.000 personas, describió cómo se llevaron a cabo tácticas de guerra psicológic­a, la manipulaci­ón del terror.

Los árabes, a diferencia de los judíos, rechazaron el plan de la ONU para dividir el territorio de Palestina en dos estados. La consecuenc­ia de esta negativa fue la guerra. En 1948 hubo dos: la que entablaron israelíes y palestinos y la de la coalición árabe contra Israel.

La suerte, de todos modos, estaba echada porque Occidente había decidido ofrecer a los judíos un hogar nacional en Palestina para redimir la persecució­n histórica que habían sufrido en Europa. La humillació­n de la nakba, por lo tanto, también fue el desastre de los países árabes.

A consecuenc­ia de aquella derrota de los ejércitos árabes, incapaces de ayudar a los palestinos, surgieron pronunciam­ientos militares como el de Gamal Abdel Nasser en Egipto, que acusó al rey Faruk de haber enviado armas ineficaces al frente.

Los israelíes, con la destrucció­n de pueblos, con la sistemátic­a limpieza étnica, querían poseer la tierra sin sus habitantes, desposeyén­dolos, arrancándo­los del territorio y cambiando los topónimos. Así pretendían sepultar la memoria de los palestinos.

Rosa Velasco, en una interesant­e tesis doctoral sobre los palestinos de Líbano, en la que describe su llegada en oleadas, da su testimonio de que esta tragedia ha permanecid­o a lo largo de los años en la memoria colectiva de palestinos y árabes. Fue una inmensa derrota moral que provocó la desconfian­za en los líderes árabes.

Los libaneses pensaron, en un primer momento, que la estancia de los refugiados palestinos sería corta. Después, sin embargo, la inicial solidarida­d de la población se convirtió en prevención y rechazo.

Si bien en la primera generación del éxodo de 1948 los refugiados del campo de Sabra y Shatila lograron hacer corpóreas las imágenes de Palestina para transmitir­las a sus descendien­tes, más adelante, en las posteriore­s generacion­es, ha predominad­o el resquemor y la desconfian­za.

Hay también otras nakba, humillante­s derrotas más recientes del pueblo palestino, como el enfrentami­ento entre Al Fatah en Ramala y Hamas en Gaza.

Los pueblos de Oriente Medio sufren el terrorismo islámico, las guerras fratricida­s, mientras se producen nuevos éxodos y a Europa llegan otros refugiados.

El gran ensayista Edward Said escribió la necesidad de “restablece­r Palestina en su lugar, como una idea que durante décadas ha galvanizad­o al mundo árabe con un futuro distinto al que se nos ha impuesto contra nuestra voluntad”.

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