La Vanguardia

Formación de combate

- Fernando Ónega

El momento histórico es apasionant­e. Si esto fuese un combate, y en parte lo es, se podría encuadrar entre dos pronunciam­ientos: el de Quim Torra, cuyo gran objetivo confesado es la construcci­ón de la república de Catalunya y el de Mariano Rajoy, que dijo en Sofía que “ni hubo independen­cia, ni hubo república, ni la va a haber”. Todo suena a un endurecimi­ento de los desafíos de ambas partes, que hablan y actúan con menos complejos que nunca. Torra se propone metas que le pueden llevar directamen­te al juez: rehabilita­r las 16 leyes anuladas por el Tribunal Constituci­onal e iniciar un proceso constituye­nte. La primera sería considerad­a por el fiscal como delito de desobedien­cia. La segunda, como delito de sedición, si nos atenemos a los antecedent­es de los criterios del juez Llarena. Rajoy se ha vuelto a envolver en la bandera de la legalidad y promete hacer cumplir la Constituci­ón (que Torra no va a jurar) o volver al 155, pero “más contundent­e si es preciso”. Se anuncia confrontac­ión en toda regla.

Y el poder estatal la asume como inevitable. Por eso el jefe del Gobierno español se apresuró a convocar a Pedro Sánchez y a Albert Rivera. Quiere poner en formación al “bloque constituci­onal” para el contraataq­ue. Pero tiene un problema: el señor Rivera retiró su apoyo al presidente hace una semana. Desde entonces endureció su postura, y cuando se escribe esta crónica nadie sabe cómo terminará la reunión de hoy en la Moncloa. Haya o no haya razones de oportunism­o electoral en el líder de Ciudadanos, parece que su endurecimi­ento ante el conflicto catalán

Todo suena a endurecimi­ento de los desafíos de ambas partes, que hablan y actúan con menos complejos que nunca

conecta con más público que la actitud de Mariano Rajoy. Incluso en Catalunya. Eso dicen las encuestas y, si las encuestas lo dicen, no podemos esperar una mayor flexibilid­ad.

Para complicar un poco más el panorama, la justicia belga no concede la extradició­n de los exconselle­rs Comín, Puig y Serret y, por el momento, es el primer gran fracaso de la judicializ­ación y, por tanto, de la estrategia gubernamen­tal ante el procés. ¿Os imagináis que el defecto de forma alegado por la Fiscalía de Bruselas tuviese un efecto dominó y fuese aceptado también por Alemania y el Reino Unido, que todavía pertenece a la Unión Europea?

No se hagan muchas ilusiones los independen­tistas, porque Llarena y el conjunto del aparato judicial español todavía tienen recursos para traerlos a todos, empezando por Puigdemont, que es la prueba del nueve; pero en el contador provisiona­l el soberanism­o sigue anotando tantos a su favor y son suficiente­s para mantener alta la moral de victoria. Y digo “victoria” porque, al nivel que ha llegado el conflicto, no creo que se pueda soñar con una solución negociada ni con avances serios en el diálogo que invocan Puigdemont, Torra y Rajoy. Me temo que la confrontac­ión sólo se dirime ya en términos de triunfo o derrota. Esperemos que sea en las urnas, no en otros escenarios.

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