La Vanguardia

El disparatad­o juego

- Julià Guillamon

Uno de los primeros contactos que tuve con el surrealism­o fue el juego del teléfono (en catalán, el joc dels disbarats ) al que jugábamos de pequeños. Nos sentábamos cuatro cinco niños y niñas en el banco de can Salau. “¿Para qué sirve un huevo frito?” –preguntaba el primero en el oído del segundo–. Y el segundo respondía: “Para rebañar pan”. El segundo preguntaba al tercero: “¿Para qué sirve la televisión?” El tercero respondía (siempre al oido): “para ver a Joe Rigoli” (que era un cómico tontorrón). El tercero preguntaba: “¿Para qué sirve el camión del Heno de Pravia? (el camión de la basura: un volquete descubiert­o que apestaba, que acababa de pasar por la calle). El cuarto respondía: “Para perfumar a la señora Anita” (que era una señora gorda con una peluca verdosa que tomaba el fresco en la terraza del Hostal Castell). Preguntaba el cuarto: “¿Para qué sirve Joan de can Torrent?” (que era el padre de unos niños a los que no siempre dejaban salir a jugar con nosotros). Respondía el quinto: “Para chocar con el Land Rover” (si, por lo que fuera, Joan de can Torrent había abollado el Land Rover). Entonces el quinto preguntaba al primero: “¿Para qué sirve la señora Anita?”. Y el primero respondía con una gamberrada: “Para arrancarse los pelos de la nariz y hacer con ellos una peluca”.

A continuaci­ón preguntas y respuestas se componían saltadas. El segundo decía: “Por aquí me han preguntado para qué sirve un huevo frito y por allí me han contestado: para ver a Joe Rigoli”. Nadie había oido preguntas ni respuestas, que se hacían siempre al oido, y la combinació­n producía un efecto sensaciona­l. El que tenía una buena

‘Por aquí me han preguntado para qué sirve un huevo frito, y por allí me han contestado: para ver a Joe Rigoli’

combinació­n esperaba su turno pensando en el cachondeo que provocaría. Los clientes de la terraza y los vecinos que tomaban el fresco en sillas de enea, sentían envidia de aquella alegría limpia de los niños, de la misma manera que Brassens decía que el padre, la madre, la niña, el niño y el espíritu santo envidiaban a las parejitas que se besaban en los bancos públicos de París.

“Por aquí me han preguntado para qué sirve la televisión y por aquí me han contestado: para perfumar a la señora Anita”. Grandes risas histriónic­as, más sonoras aún cuando alguien se percataba de que la señora Anita tenía una oreja puesta en lo que pasaba en el banco. “Ahora tu, ahora tu”: “por aquí me han preguntado para qué sirve el camión del Heno de Pravia”. La pregunta ya era cómica de por sí. Cuanto más ingeniosa era la pregunta y más excéntrica la respuesta más posibilida­des de una combinació­n desternill­ante. “Y por aquí me han contestado: para chocar con el Land Rover”. Pasaba una saltamonte­s gigante que salía volando desde unas matas de dondiego de noche, asustado por los gritos y las risas de los chicos. “Por aquí me han preguntado para qué sirve Joan de Can Torrent y por aquí me han contestado para arrancarse los pelos de la nariz y hacer con ellos una peluca.” La semana que viene, dios mediante, explicaré algunas lecciones que he extraído del juego del teléfono y que he aplicado a la crítica literaria. ¡Hasta el jueves!

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