La Vanguardia

Vincent Lindon, héroe obrero en ‘En guerre’

Cannes reúne al actor francés y al director Stéphane Brizé

- SALVADOR LLOPART Cannes Enviado especial

La fábrica como campo de batalla. En guerre entra directamen­te en materia, que no es otra que la asamblea y el convenio colectivo, para hablar de una empresa rentable –¡ojo, rentable!– en tiempos de especulaci­ón. ¿Un tema árido? ¿De páginas económicas? Por supuesto.

Pero Stéphane Brizé, su director, de nuevo con Vincent Lindon, consigue llenar de sentido, incluso de vida y color, el conflicto. Y demostrar que el cine llega donde no llega el periodismo. “Además de colocar la cámara donde un reportaje ni se acerca”, dice Brizé.

Ambos, Brizé y Lindon, habían colaborado en La ley del mercado, película que le valió al actor la Palma de Oro en Cannes. En En guerre, sin embargo, el protagonis­ta verdadero, con ser Lindon, es en realidad la colectivid­ad: el grupo y sus intereses enfrentado­s. “Los medios de comunicaci­ón no tienen acceso a ese momento en el que el sufrimient­o se transforma en cólera; el periodismo nunca muestra las imágenes del sufrimient­o de la gente en el paro”, dijo el director.

En guerre resulta euforizant­e y triste a la vez. Dura y de resultado discutible. Pero grato al espíritu, si en uno no ha muerto del todo el sentido de la solidarida­d. Un filme muy Loach, inesperado en este Cannes de continuas sorpresas.

Como inesperado fue, por el lado malo, Under de silver Lake , de David Robert Mitchell, uno de los títulos más esperados. El filme del director del It Follows (2014) está hecho de atmósferas y tonos, donde lo inquietant­e se encuentra con lo cotidiano. Pero esas virtudes se pierden en el aire como chisporrot­eo. Robert Mitchell despliega una intriga sin norte, propia del cine negro con tintes modernos: neo noir podemos decir. En el que el protagonis­ta es la ciudad, festiva y superficia­l.

Andrew Garfield, el anterior Spiderman, reconverti­do en joven ocioso, pone su presencia bondadosa pero inquieta al servicio de un paseo por los sótanos imposibles de una ciudad hedonista y feliz, perdida en sí misma.

Tiene este filme imposible un arranque prometedor, con Garfield espiando las ventanas de la zona residencia­l, donde las piscinas marcan el epicentro vital. Y así entramos en el territorio del mirón a lo Hitchcock, una territorio en el que seguimos luego, pero ya pasado por el cedazo de Vértigo, con vecina misteriosa. Y el vértigo ya no cesa: la vecina desaparece, sin dejar rastro. Vueltas y más vueltas, entonces, en una búsqueda desesperad­a, siguiendo pistas imposibles que no van a ningún sitio. En una ciudad, Los Ángeles, que, más que una ciudad, parece un estado del alma en decadencia, banal, corrupta, imprevisib­le y enloquecid­a. Under the silver lake es una historia desconecta­da del mundo, un viaje, un trip auto indulgente y pretencios­o que convencerá a los convencido­s.

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LOIC VENANCE / AFP Vincent Lindon, ayer en Cannes
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