Sardà y Vilarasau viven el amor imposible de ‘Bérénice’
Pasqual dirige la lectura dramatizada del clásico de Racine
Un amor imposible entre un emperador romano y una reina de Palestina. Se aman, pero la razón de Estado puede más. La elección es difícil: o el imperio o el amor. Él duda. Y ella acabará dejando Roma para regresar a su país. Son, fueron, el emperador Tito, acabado de subir al trono, y la reina Bérénice. Y su historia la explicó brevemente el historiador Suetonio hace casi dos mil años. Y la revisó en el 1670 Jean Racine, uno de los tres grandes dramaturgos franceses del siglo XVII junto a Molière y Corneille. Racine creó una historia que bordea la tragedia, pero la acaba esquivando. Y arrojando luz, motivo por el que la ha elegido Lluís Pasqual.
Desde hoy y hasta el sábado, Pasqual dirige al mismo equipo de
Medea –Emma Vilarasau, Andreu Benito y Roger Coma– en una lectura dramatizada de Bérénice en el Lliure de Montjuïc. Eso sí, para complementar el reparto ha apostado por mujeres para dar vida a hombres: Emma Vilarasau es Bérénice, pero su amado Tito es Rosa Maria Sardà. “Necesitaba un primer actor para Tito, que es un personaje muy grande, y he puesto a una primera actriz”, dice el director, cuya Medea dejó el escenario del Lliure el sábado y hoy ya regresa. “Normalmente pienso las cosas de dos en dos, cuestión de ser Géminis”, bromea, y aclara que la idea de montar Medea y Bérénice surgió a la vez y dudó entre ambas. Al final decidió que haría las dos con la misma compañía, aunque de manera diferente: Bérénice sería una lectura dramatizada que, aun así, ha logrado una enorme acogida de público: apenas quedan entradas.
“Las dos obras son complementarias. Medea es la oscuridad, la irracionalidad. Bérénice es una obra maestra que es la luz, la razón, la esperanza, la amistad, es el amor de una manera muy grande, muy compleja, muy poco esquemática. El texto es luminoso y hace bien al espíritu, igual que Medea hace daño”, señala Pasqual. Y recuerda que el autor de Esperando a Godot, Samuel Beckett, dijo de ella que era el súmmum de la literatura teatral de Occidente. Una obra, prosigue Pasqual, “difícil de hacer, porque necesitas gente muy preparada y además el verso alejandrino es muy complejo de traducir, Martí Sales ha hecho una nueva traducción a partir de la de Josep Maria Vidal”.
El director aclara que aunque es una lectura dramatizada “no es muy diferente a escenificarla, porque los actores aparecen y es a través de su decir que se entiende toda la psicología que Racine introduce: salen y se hacen bien o mal con las palabras en una gran historia de amor a la que Tito y Bérénice renuncian debido a su responsabilidad. Tito ha de elegir y es Bérénice quien elige al final. Y por medio está Antíoco, amigo de Tito, enamorado también de ella en silencio. A partir de este triángulo se montan unas pruebas de amistad muy grandes que van más allá del propio amor”.
“Es una obra muy racional, la única locura de Racine fue hacerla en alejandrinos”, ríe Pasqual. Una historia muy moderna, apunta, “que parece de después del Romanticismo y es de mucho antes, poco romántica, sin tiempo ni época: pongámoslo todo en claro, pensemos y decidamos. Acaba con una dosis de serenidad, aunque cuatro páginas antes del final está todo el mundo a punto de suicidarse. Pero llegan las palabras de Bérénice, para la que los sentimientos de una persona no valen tanta sangre: entiendo que me quieres, me quedaré con esto toda la vida, no ha podido ser”.