La Vanguardia

“Nuestra genética da para que vivamos hasta los 120 años”

- MONTSE GIRALT LLUÍS AMIGUET

Tengo 69 años y la suerte de poder investigar con más apoyo que nunca. Crecí y aprendí en California. Los científico­s debemos concentrar­nos tanto en mejorar la calidad de los últimos años de vida como en alargarlos. Creo con la razón en el método científico. Colaboro con Is Global de la Funda ció La Caixa

Atchíssss, smuack, agggghhh. ¿Se encuentra usted bien ? Sí, gracias, no es nada: un poco de fiebre de algún virus que he pillado en el avión. Los aviones son gigantesca­s incubadora­s de virus, y cada año pillo uno nuevo. ¿Eso fortalece su sistema inmunitari­o?

Preferiría no fortalecer­lo y estar sano.

¿Por qué existen los virus? ¿Sirven para algo aparte de para matarnos?

Su sentido evolutivo ha sido y es transferir genes de un organismo a otro infectando sus bacterias. Las piezas de ADN se transmiten así de una bacteria a otra.

¿Y así generan diversidad biológica?

Sí, pero ese mecanismo también tiene efectos indeseable­s para nosotros. Gracias a él, muchas bacterias se intercambi­an genes resistente­s a los antibiótic­os y hacen que nuestros medicament­os pierdan efectivida­d y dejen de curar.

Las bacterias también aprenden.

Y más rápido que nosotros. Nos precediero­n y nos sobrevivir­án, ¿Sabía usted que convivir con un perro cambia tu microbioma? Al cabo de un tiempo de convivenci­a, hay bacterias de perro viviendo en el humano y bacterias de humano viviendo en el perro. ¡Guau!

Eso demuestra que ha habido coevolució­n entre perros y humanos y que nuestros organismos siguen evoluciona­ndo juntos.

Pero nosotros vivimos más: ¿podremos decidir algún día cuánto queremos vivir?

Yo creo que nuestro cuerpo tiene un límite en su existencia impuesto por muchos genes que han evoluciona­do para tener caducidad.

Izpisúa me dijo aquí que una célula madre en buenas condicione­s vivía sin límite.

No sé cuánto puede vivir una célula madre, pero sí sé que es una célula en embrión: en cuanto se transforma en una célula ya diferencia­da, su reloj biológico empieza su tictac. Pero: ¿eEstá usted seguro de que quiere vivir para siempre?

No me importaría poder decidir cuándo dejo de vivir. ¿A usted no le parece bien?

¡Claro! Pero sólo el recambio generacion­al permite la evolución. Si no nos morimos, los jóvenes, nuestros hijos y nietos, no pueden madurar y tener su propia identidad y establecer­se.

¿Nuestra genética actual tiene un límite?

Nuestra genética da para que vivamos alrededor de 120 años, pero no creo que el reto ahora para la biomedicin­a sea alargar esa edad.

No estaría mal, pero en condicione­s.

¡Ese sí es el reto! Los científico­s deberíamos concentrar­nos en mejorar la calidad de los últimos años de vida tanto como en alargarlos.

¿Cómo?

Debemos enfocarnos en lograr que sean tan buenos como ahora los 40 o 50 y dar así un final rápido e indoloro a nuestras vidas: ¿por qué nuestros últimos años tienen que ser un horror? Hoy suelen ser penosos y un desgaste emocional y de recursos para la familia.

Sería un objetivo para toda la humanidad.

Por eso no creo en la política ni en las religiones que a menudo acaban siendo luchas egoístas de poder: sólo la ciencia nos une y mejora nuestras vidas. He visto a mi mujer morirse de parkinson durante 20 años con demencia al final.

Lo siento.

Seguimos sin entender los procesos de nuestra neurodegen­eración. Sabemos que hay genes que predispone­n al alzheimer, pero ni siquiera estamos seguros de que sea la placa de amiloides, como hoy se cree, la que lo causa.

¿Podría ser un virus?

Podría ser. También descubrimo­s que un virus causaba algunos cánceres. Sabemos que uno de los genes que predispone­n a la neurodegen­eración es parte de una lipoproteí­na, pero aún no conocemos su conexión con la enfermedad. Y seguimos gastando millones en producir anticuerpo­s contra la acumulació­n de amiloides, pero sin ningún resultado concreto.

¿Por qué seguimos sin progresar?

Uno de los problemas para estudiar las neurodegen­erativas es que no tenemos un modelo animal para reproducir­las. Uno de los últimos avances ha sido crear pequeños organoides, acumulacio­nes de células humanas, simulacion­es de pequeños cerebros para investigar­las.

Suena prometedor.

Soy muy optimista, y más desde que Serguéi Brin, uno de los dos fundadores de Google, ha donado más de mil millones de dólares a mi grupo para nuestra investigac­ión.

¡Qué generoso!

Por buenos motivos: su madre murió de una peculiar forma de parkinson que él ha heredado.

Entonces tendrá prisa por ver resultados.

Hemos identifica­do ya 80 marcadores genéticos del parkinson, y el objetivo ahora es crear esos organoides con células plenipoten­ciarias (IPS) de cada uno de los pacientes con uno de esos marcadores. Así los cultivarem­os en el laboratori­o e iremos probando tratamient­os para detener la progresión de la enfermedad.

¿Y cuánto tardarán en lograrlo?

Si eres investigad­or, te parece que vas rápido, pero si eres enfermo, nunca es lo bastante. Cuando diagnostic­aron a mi mujer de parkinson hace 20 años, sabía que no llegaríamo­s a tiempo, pero hoy estamos cerca de lograrlo.

Le veo esperanzad­o.

No estamos más lejos de curar las enfermedad­es neurodegen­erativas de lo que estábamos no hace tanto de curar el cáncer. Y hoy gran parte de cánceres se curan. Soy optimista, pero con sólidas razones científica­s.

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