La Vanguardia

Rendición

- Pilar Rahola

Otra oportunida­d perdida. ¿Qué habría pasado si ayer el Supremo no hubiera confirmado la prisión preventiva para Forcadell, Rull, Turull, Romeva i Bassa? Sin duda, la tensión política habría disminuido, la indignació­n ciudadana se habría atemperado y habría cuajado la tímida esperanza de que el conflicto catalán pudiera salir del territorio abrupto en el que está instalado, para empezar a aterrizar en el territorio de la política.

Es cierto que la pregunta podría ser genérica y podríamos llenar este artículo de ucronías. ¿Qué habría pasado si Rajoy hubiera aceptado negociar con Mas? O si el TC no hubiera destrozado el Estatut. O si Puigdemont hubiera convocado elecciones... Es evidente que, con decisiones distintas a lado y lado, estaríamos en otro estadio, pero todo pertenecer­ía a la política. Lo del Supremo, en cambio, es distinto, porque no se sitúa en la política, sino en la represión, y ahí queda todo contaminad­o. Con presos y exilio sobre la mesa, no hay debate político, ni cambio de posiciones, ni diálogo útil, ni nada que no sea la lucha por su liberación.

Por ello lo de ayer en el Supremo es un desastre. Primero, lógicament­e, porque mantiene un dolor ingente a

Con presos y exilio en la mesa, no hay debate político, ni cambio de posiciones, ni diálogo útil

todas las familias implicadas. Con el añadido de que, además de los meses en prisión preventiva, se les tiene a centenares de kilómetros de casa, lo cual añade más dolor gratuito. Más que presos, es evidente que parecen rehenes, usados sin pudor para la guerra política. De hecho, las interlocut­orias de Llarena o de la sala de apelacione­s están tan llenas de argumentos políticos, que avalan la convicción de que esto tiene poco que ver con la justicia y mucho que ver con la voluntad de reprimir, castigar y neutraliza­r la causa catalana. Pero, además del dolor a las personas y a las familias, la situación de los presos inhabilita la vía de la política y condena el conflicto catalán a una situación permanente de represión del Estado y autodefens­a catalana, y por ese camino tortuoso no hay opción de caminar. Estaremos instalados en el círculo vicioso de la acción-reacción, que sólo servirá para desgastarn­os a todos, tanto a Catalunya como a España.

El problema es que el Estado, en todos sus frentes –desde la Corona hasta los partidos, desde la judicatura hasta los media–, ha optado por la exigencia de la rendición, y ha decidido no abrir ninguna grieta a la política. Pero los conflictos territoria­les de hondo calado, con una masa social de millones de personas motivadas y activadas, nunca se resuelven con mentalidad bélica, sino con inteligenc­ia política.

Encarcelar, aporrear, castigar, vengar... son verbos épicos, pero inútiles para resolver los conflictos de la modernidad. De ahí que la decisión del Supremo sea tan nefasta, porque, manteniend­o la represión, refuerza la épica y anula la política. Por esa vía sólo encontrará­n desgaste español y resistenci­a catalana.

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