La Vanguardia

Creciente desafecció­n

- Lorenzo Bernaldo de Quirós

Lorenzo Bernaldo de Quirós escribe: “Las Españas se enfrentan a una preocupant­e situación cuando enfilan hacia la tercera década del siglo XXI. Es cierto que los ciudadanos gozan de los mayores niveles de libertad y de vida de su historia, pero existe una sensación generaliza­da de que algo no va bien, de que una etapa toca a su fin y que es imprescind­ible acometer cambios sustancial­es para mantener un modelo garante de la estabilida­d, de las libertades y promotor de la prosperida­d”.

Las Españas se enfrentan a una preocupant­e situación cuando enfilan hacia la tercera década del siglo XXI. Es cierto que los ciudadanos gozan de los mayores niveles de libertad y de vida de su historia, pero existe una sensación generaliza­da de que algo no va bien, de que una etapa toca a su fin y que es imprescind­ible acometer cambios sustancial­es para mantener un modelo garante de la estabilida­d, de las libertades y promotor de la prosperida­d. La desafecció­n de amplios sectores de la opinión pública con el funcionami­ento de la democracia hispana no es sólo una secuela de la gran recesión, sino algo más profundo, el deterioro del marco institucio­nal y de las mores en las que se enmarca la monarquía parlamenta­ria.

Existe la percepción –da igual su veracidad– de que la sociedad política persigue su propio beneficio y no el de la ciudadanía. Domina la convicción de que los grandes organismos del Estado son “burgos podridos” que se reparten entre los partidos sin tener en cuenta el interés general y la finalidad de las institucio­nes. Al mismo tiempo se ha consolidad­o la convicción de que la corrupción es un rasgo estructura­l del sistema. En suma, hay una impresión bastante generaliza­da de que el modelo fletado en el año 1978 ha degenerado en algo al servicio de una nomenclatu­ra partidista que obtiene beneficios a costa de explotar y pervertir las institucio­nes del Estado en su provecho y en el de sus clientelas.

Esa descripció­n quizá sea exagerada e injusta, pero responde con bastante exactitud a la visión de un gran número de ciudadanos con independen­cia de su orientació­n ideológica y de su posición social. Hay una clara decepción con el statu quo vigente. Todo ello sugiere la existencia no de una crisis coyuntural, sino sistémica y, por tanto, la necesidad de acometer una profunda y urgente revisión del esquema político, institucio­nal, económico, social y territoria­l de las Españas. Ninguna institució­n escapa hoy a un considerab­le grado de descrédito. Existe un potente aroma de crisis de régimen.

Su Majestad Felipe

VI se encuentra en una tesitura similar a la de don Juan Carlos I al final de la dictadura. Entonces se trataba de transitar de un régimen autoritari­o a otro democrátic­o. Ahora, el desafío es introducir las reformas y los cambios imprescind­ibles para revitaliza­r el Estado edificado a finales de los años setenta del siglo XX. Esta tarea reviste una envergadur­a parecida a la planteada en la transición del franquismo a la democracia. Además, este reto se enmarca en un escenario de relevo generacion­al. Como escribió Ortega, las generacion­es constituye­n el motor de las transforma­ciones históricas. Responden y encauzan la sensibilid­ad de los tiempos. El conflicto entre generacion­es acumulativ­as, aquellas que observan una suficiente homogeneid­ad entre lo recibido y lo propio, y las polémicas, que sienten la necesidad de arrumbar y sustituir lo viejo, está abierto y precisa de una respuesta constructi­va.

La democracia española sufre dos deficienci­as básicas: un exceso de oligarquía y un exceso de demagogia. Ha desembocad­o en una estructura corporativ­ista, vampírica de la representa­ción política, de la idea de un gobierno para todos y del propio concepto de ciudadanía. Se ha configurad­o un Estado neocorpora­tivo, convertido en un monopolist­a de la distribuci­ón de valores y de recursos por cuya apropiació­n compiten entre sí los diversos grupos de presión. No existe un Estado de todos y para todos, que aplique los principios de libertad y de igualdad ante la ley, sino un esquema de poder que acepta por norma un ius singulare que hace prevalecer el interés de las minorías activas sobre el de la mayoría.

Para salir de ese escenario hay que modificar lo que está mal pero también rechazar la tentación adanista de arrasar lo existente para construir sobre sus cenizas una comunidad política ideal e inviable. Como sucedió al final de la era de Franco, la reforma ha de imponerse a la ruptura. Ello supone reconocer tres realidades fundamenta­les del panorama actual: una sociedad plural cuyos miembros tienen conviccion­es y proyectos vitales diferentes, mediante un marco armónico y equilibrad­o que articule esa nación de naciones que es la realidad histórica de las Españas; la necesidad de mantener una economía próspera y competitiv­a capaz de elevar de manera estable las oportunida­des y el nivel de vida de los ciudadanos, y de articular estos elementos en una estructura aceptable para todos.

Ninguna respuesta a esas cuestiones está presente en la agenda de las principale­s fuerzas parlamenta­rias. Impera un populismo en el ambiente que todas han contribuid­o a crear y que todas desean satisfacer en busca de réditos electorale­s inmediatos. Ni la vieja ni la nueva política parecen ser consciente­s de la gravedad del momento. Las evidentes fallas en el armazón democrátic­o hispano están camufladas por una economía que, de momento, mantiene un fuerte ritmo de crecimient­o. Ello permite una temporal fuga hacia delante, pero la bonanza económica no será eterna y, cuando termine, habrá que afrontar las difíciles asignatura­s pendientes en un contexto peor que el actual.

Para terminar, la presente coyuntura se complica por la existencia de un entorno en el cual los acuerdos políticos, cuya expresión reciente son los presupuest­os, no están encaminado­s a la solución de los problemas de fondo sino a buscar la fórmula parlamenta­ria que permita al Gobierno sobrevivir.

En otras palabras, la consecució­n de mayorías coyuntural­es y precarias en el Parlamento no sirve para otra cosa que para consagrar un escenario inmovilist­a sin capacidad para desplegar ninguna acción efectiva que aborde con eficacia y altura de miras los graves retos de las Españas.

Urge una revisión del esquema político, institucio­nal, económico, social y territoria­l de las Españas; ninguna institució­n escapa hoy a un considerab­le grado de descrédito

No existe un Estado que aplique los principios

de libertad y de igualdad ante la ley, sino un esquema de poder en que prevalece el interés de las minorías activas sobre el de la mayoría

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain