Indios y vaqueros genocidas
Disfrazarse del general Custer y de Toro Sentado no es un juego inocente. Así lo ve al menos un grupo antirracista de los Países Bajos que ha levantado ampollas con su decisión de llevar ante los tribunales a un festival de música infantil que pedía a los niños que se vistieran de indios y vaqueros. Acusa a los organizadores de blanquear el genocidio cometido con la colonización de América y de perpetuar estereotipos racistas sobre minorías que aún hoy sufren discriminación.
“No se trata de prohibir a los niños que jueguen a lo que quieran, sino de cuestionar si una institución cultural que recibe 9 millones de euros en subvenciones públicas debe contribuir a normalizar un genocidio en lugar de educar a los niños sobre lo ocurrido. No va sobre lo que hacen los niños sino sobre lo que hacen los adultos”, razona Michael van Zeijl, uno de los pocos activistas públicos de Grauwe Eeuw. El grupo, tachado a menudo de extremista, nació en el 2016 para luchar contra la glorificación del pasado colonial de los Países Bajos. El nombre significa Siglo Gris, un juego de palabras para denunciar que el Siglo de Oro tiene una cara oscura. Han lanzado duras campañas, por ejemplo, para retirar estatuas y nombres de calles de héroes nacionales con un historial sangriento.
La narrativa del indio y el vaquero, sostiene Van Zeijl, es “una historia clásica de genocidio, que supuso la eliminación de los pueblos indígenas y su identidad”. “Las culturas ajenas no son disfraces. Especialmente cuando formas parte de la construcción social que es responsable de su opresión –dice–. Los blancos se apropian de su cultura por diversión mientras ellos están obligados a vestir y actuar como blancos”.
Sus argumentos, sin embargo, no han convencido a la justicia holandesa. Hace unos días, la Fiscalía General del Estado rechazó abrir un proceso al considerar que TivoliVredenburg, organizador de la fiesta celebrada en junio del 2017 en Utrecht, no tenía intención de ofender a ningún grupo ni tampoco de crear la asociación de que “el genocidio es algo divertido”, como sostiene la denuncia de Grauwe Eeuw. “Disfrazarse es un juego”, concluye la Fiscalía.
“No le corresponde a un fiscal blanco decidir si es racismo o no. No pueden imponer su veredicto por encima del de las víctimas”, dice Van Zeijl. Su abogado ya ha iniciado el proceso para apelar, un paso en el que no confían demasiado pero necesario para su objetivo: llevar el caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
El activista denuncia que Grauwe Eeuw ha recibido virulentas amenazas pero que sabían que ponían el dedo en la llaga. “Queríamos mostrar al mundo como los holandeses abordan su racismo. Aquí ni siquiera se puede debatir sobre el tema, sólo sugerir que hay racismo provoca reacciones violentas”.
TivoliVredenburg aplaude la decisión de la Fiscalía y ha dicho que “no esperaba otro resultado”. Pero en un comunicado de febrero admitió implícitamente el error: “El objetivo del festival es poner a los niños en contacto con diferentes tipos de música. En el momento en que genera tanta conmoción, perdemos nuestro objetivo (...) No volveremos a elegir este tema”.
El amago de contrición ha enervado a algunos sectores, especialmente de la derecha, que ven una capitulación ante la dictadura de lo políticamente correcto. Dimitri Gilissen, líder del partido liberal VVD en Utrecht, no oculta su decepción. “No soy quien para juzgar lo que decide una organización pero creo que han exagerado”, dice. Grauwe Eeuw es un grupo radical y minoritario que no representa a nadie, añade. “Creo que sólo ellos se sintieron ofendidos en todo el país. Es un claro caso de gente que se ofende muy fácilmente. Si quieren hablar de la opresión que sufren hoy los nativos americanos en EE.UU. que lo hagan pero que no utilicen una fiesta infantil. ¿Cree que hay un solo niño en el mundo que esté celebrando el genocidio cuando juega a indios y vaqueros? Una cosa es reflexionar sobre el pasado pero ¿dónde está el límite?”, opina.
Los expertos en colonialismo, sin embargo, creen que la denuncia de Grauwe Eeuw tiene su miga. “Es un juego de niños pero con un fondo terrible: el comportamiento genocida que tuvimos todos los europeos. No se salva nadie –señala Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la UAB–. No se ha hecho una reflexión profunda sobre lo que significó la colonización y es un lastre, por ejemplo, sobre cómo nos relacionamos con los inmigrantes”.
Un grupo antirracista de Holanda acusa a un festival
infantil de blanquear el colonialismo
La Fiscalía cree que vestirse de vaquero o indio no transmite que “el genocidio es divertido”