La Vanguardia

LA ÚLTIMA CARTA DEL FUSILADO

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En Suresnes merece visitarse Mont-Valérien, una antigua fortaleza militar que fue utilizada por los ocupantes nazis, durante la II Guerra Mundial, para fusilar a miembros de la resistenci­a y a rehenes civiles que eran castigados como represalia. Allí dejaron su vida 1.008 personas. El general De Gaulle inauguró en este lugar, en 1960, un memorial. Entre los documentos que se conservan figuran las últimas cartas de los condenados a muerte. Son testimonio­s que no dejan indiferent­e. Una de las cartas, redactada en catalán, la firmó Jordi Perearnau Pareto, huido a Francia tras la Guerra Civil. La misiva, estremeced­ora, dirigida a su padre y a sus tres hermanos, empezaba así: “És amb molta pena que els hi envio les meves darreres lletres. Aquesta tarda seré passat per les armes segons el veredicte del tribunal alemany”. Perearnau se decía triste de morir justo dos años después del fallecimie­nto de su madre. Informaba también a la familia de que su novia, Louise Delmann, estaba embarazada de siete meses. Pedía que la ayudaran, “en la medida de lo posible”, y que, si el hijo que esperaba nacía vivo, lo amaran tanto como lo habían amado a él. Jordi se despedía así: “Els meus darrers petons amb tota l’ànima”. Luego, tras la firma, añadió: “Jo moriré catòlicame­nt tal com va ésser el desitg de la meva mare”. El hijo del fusilado nació y le llamaron Georges, Jordi, como el padre.

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