Relatos de una vida inesperada
Hoy es día de boda.
Meghan Markle
se convertirá en princesa, y la realidad, como suele ocurrir, superará a la ficción. Si hace un siglo, a un príncipe británico se le hubiera ocurrido casarse con una actriz y protagonizar, además, un matrimonio interracial, lo hubieran encerrado en la Torre de Londres. Hay muchas novelas y películas que han fabulado sobre la idea de princesa por sorpresa, y ciertamente los últimos matrimonios reales han confirmado que todo es posible. Enrique de Inglaterra ha dado un paso más atrevido (quizá porque sólo una hecatombe lo colocaría en el trono de Inglaterra) en un camino que en su día abrió su propio hermano, Guillermo, siguiendo la estela de Felipe de Bélgica, Guillermo de Holanda, Federico de Dinamarca, Felipe de Borbón y Haakon de Noruega. Algunas consortes de los citados podían haber imaginado un matrimonio lustroso y todas, seguro, buscaban a su príncipe azul, pero imaginar una boda real sólo estaba al alcance de las princesas de nacimiento. Era su destino, las educaban para eso, pero en las últimas décadas han visto como profesionales plebeyas se quedaban con su plaza. Poco les ha importado, de todas maneras, ellas ya sabían por sus madres y demás parientas que ser princesa o reina en ejercicio (y hablamos de monarquías reinantes, no de las destronadas) también tiene sus días malos y sus peligros. Que se lo pregunten a Salma
Bennani, la desparecida esposa del rey Mohamed VI. A diferencia de lady Di, que, tras su separación, alcanzó cotas de protagonismo y popularidad nunca vistas hasta entonces en otra real persona, Lalla
Salma parece haber regresado a las catacumbas en las que habitaron sus antecesoras que jamás salieron a la luz, menudo era Hasan
II. La desaparición de Salma ha coincidido con el protagonismo de su hijo Mulay Hasan, quien a los 15 años recién cumplidos no sólo ejerce de heredero sino incluso de rey ante la ausencia continuada de su padre, que se pasa el día en sus posesiones de Francia. El chaval es de lo más formal y, además, tiene mucho conocimiento, que se decía antes. En sus apariciones evita que sus interlocutores le besen la mano, como hacían con su padre y con su abuelo.
En España ya nadie besa las manos, aunque es una alternativa cortés para hombres que al serles presentada una mujer dudan entre darles un beso o un apretón de manos. Los llamados besamanos, en las recepciones reales, no lo son en sentido literal. La reina Letizia ha acabado con las reverencias. Ya se cuentan con una mano las mujeres que hacen la genuflexión a los Reyes; son más los hombres que aún inclinan la cabeza.
Meghan es la protagonista del día. Una princesa imprevista que confirma que los príncipes modernizan la monarquía vía matrimonial