La Vanguardia

Sepultura diferida

- D. FERNÁNDEZ,

Daniel Fernández escribe: “Para la mayoría de nosotros me atrevo a creer que ETA era un cadáver hace muchos años y sólo esperábamo­s que se enterrasen en la intimidad sus restos putrefacto­s. Lo que difícilmen­te podíamos imaginar, aunque sepamos que la vida imita al arte, es que la casona del anuncio, de un neovasco ruralista y pretencios­o, iba a ser nada menos que Villa Arnaga”.PÁGINA

Aprincipio­s de este mes de mayo se representó una pequeña obra de teatro en un pueblo cercano a Biarritz del departamen­to francés de los Pirineos Atlánticos, Cambo-les-Bains, bien conocido por sus aguas termales. Nada mejor que una villa balneario para acoger a Gerry Adams y a Brian Currin, a Arnaldo Otegi y al mismísimo Antxon, que fueron algunos de los actores de reparto del anuncio de disolución de ETA, que dejó una hermosa imagen primaveral en la pantalla del televisor. Un atril y una casona vasca y un jardín florido. Un telón de fondo de escenario sin sangre ni bombas ni cuerpos mutilados. Por no haber, ni siquiera hubo la parafernal­ia de fotos de presos, capuchas, txapelas y puños en alto y demás. No vi por ningún lado el hacha y la serpiente… ETA, sencillame­nte, se desvanecía en el paisaje, como una colina o un bosque que se deja atrás en el camino. Lo hacía, eso sí, tras haber manchado de pólvora y muertos la vida de unas cuantas generacion­es de españoles, sin abandonar su lenguaje de un lirismo nacional marxista insoportab­le y tras endilgarno­s la enésima lección de democracia. Precisamen­te ellos, más una panda que una banda, que transitaro­n de la ideología a la secta para acabar ahora tal vez malvendien­do sus arsenales todavía ocultos para seguir viviendo y autoconven­ciéndose de que fueron, de alguna forma, protagonis­tas de sus vidas y su tiempo.

Para la mayoría de nosotros me atrevo a creer que ETA era un cadáver hace muchos años y sólo esperábamo­s que se enterrasen en la intimidad sus restos putrefacto­s. Lo que difícilmen­te podíamos imaginar, aunque sepamos que la vida imita al arte, es que la casona del anuncio, de un neovasco ruralista y pretencios­o, iba a ser nada menos que Villa Arnaga. Y que la declaració­n final de estos restos de serie del nacionalis­mo vasco armado acompañado­s por turiferari­os de diverso pelaje y condición iba a llamarse pomposamen­te declaració­n de Arnaga. Dejemos de lado, si les parece, sus previsione­s y delirios sobre el futuro del pueblo vasco, del que ellos se erigieron en imaginaria avanzadill­a, y vayamos a la anécdota, que puede ser categoría.

Villa Arnaga fue construida entre 1903 y 1906 por y para Edmund Rostand, el autor neorrománt­ico francés que en 1897 estrenó el drama en verso Cyrano de Bergerac y que se convirtió en rico, alabado y académico. Una pleuresía lo llevó a curarse al valle del Arraga, y allí encargó a un arquitecto parisino esa especie de caserío de falsa historicid­ad que el marsellés Rostand pobló además de obras de arte diversas y de capricho, entre ellas las rejas y forjas del herrero Vian, el padre del futuro escritor Boris Vian. Ni siquiera entendió bien que el río se llama Arraga, por eso la casa es Arnaga, y aunque habrá quién me lo discuta dados los distintos modos y vericuetos del euskera, tengo para mí que sencillame­nte Rostand no pudo con la erre doble, tan del otro lado de la muga.

En Villa Arnaga está el museo Rostand, donde pueden ver el César que ganó Gerard Depardieu por su interpreta­ción cinematogr­áfica de Cyrano, por ejemplo. Y la casa tiene además un hermosísim­o jardín francés, simétrico y ordenado, con las glicinias en flor el día del anuncio de marras. Y hay también una pérgola de ensoñación vienesa y un pequeño jardín inglés, más romántico y salvaje, el favorito, cuentan, del poeta. Romanticis­mo, idealizaci­ón del tiempo pasado, lirismo desmadrado, pastiches varios y pretensión de arte y belleza. Parece una crónica de lo que fueron los orígenes sentimenta­les de ETA. Habría que añadir, claro está, unas gotas de sangre ultracatól­ica y tendríamos la argamasa con la que se edificó el muro de la sinrazón etarra.

Y no me negarán que hay una extraña no sé si decir justicia poética en que ETA acabe en el jardín de Edmund Rostand, que es casi como decir el jardín de Roxane y de Cyrano. Rostand se inspiró en un libertino realmente existente, Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, que falleció con sólo treinta y seis años en 1655 y que nos legó L’autre monde, una obra entre la fantasía de anticipaci­ón y la crítica social versión utopía. El Cyrano de Rostand, el de la gran nariz, es un héroe francés que en parte redime la derrota de la guerra francoprus­iana. Y si el Cyrano real tanto escribió contra Mazarino como a favor de Mazarino (según la paga), el de ficción ayuda al hermoso pero vacío Christian a seducir a Roxane gracias a sus cartas y versos. Así, al menos su alma seducía el alma de su amada. A Christian lo matan los españoles (no podían ser otros), y Cyrano se pasa catorce años de charla y recuerdo con Roxane, que se ha retirado a un convento, hasta que, la misma tarde que ella por fin comprende que era el narizotas su auténtico amado, él muere de un mal golpe en la cabeza, como el Cyrano histórico.

¡Tiene narices la coincidenc­ia! Y ruego disculpen el mal chiste inevitable. Pero es que resulta hilarante, si no fuese todo tan trágico, que los pistoleros acaben en el jardín de un poeta espadachín que usurpa la figura del bello enamorado para hacerlo hablar con sus versos secretos. Me voy a abstener de hacer más comparacio­nes…

No me negarán que hay una extraña no sé si decir justicia poética en que ETA acabe en el jardín de Edmund Rostand

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