El sentido del verbo desescalar
HAY palabras que están olvidadas en el desván de la historia y que, de repente, se recuperan como si nos diéramos cuenta de que sin ellas resulta imposible el relato del presente. Una de las últimas incorporadas no sólo a las páginas de los diarios, sino también al discurso político, es el término desescalar, que es la disminución progresiva del peligro y la tensión de un proceso de escalada. El término desescalar lo recuperó como recomendación el editorialista de The Guardian a raíz del 1-O (en inglés, to de-escalate) y lo utilizó Carles Puigdemont cuando Quim Torra fue a entrevistarse con él en Berlín, tras prometer su cargo. Puigdemont defendía que era el momento de bajar la tensión con el nuevo ejecutivo que, a la hora de la verdad, con dos miembros en prisión y dos huidos, no parecía la mejor fórmula para la desescalada, como se comprobó de inmediato con la reacción del Gobierno de Rajoy, pero también de los líderes del PSOE y Ciudadanos.
Stefan Zweig en un escrito político titulado Wilson fracasa, que ha recuperado recientemente Plataforma Editorial, cuenta la desescalada del presidente Woodrow Wilson como epílogo de la I Guerra Mundial, cuando “a lo largo de cuatro años, los países sólo se dijeron y se escribieron palabras de odio y rabia”. Wilson viajó personalmente a la conferencia de paz, cuando le aconsejaban dirigir las negociaciones a distancia. El político estadounidense se empeñó en buscar una salida duradera y se dejó la salud (enfermó gravemente) en el empeño tras unas largas negociaciones que se cerraron en falso. Zweig escribe que se firmó “la paz de esa hora”, pero se desperdició “la paz sellada con el espíritu de reconciliación”.
La sensación es que en nuestro país hemos recuperado la palabra desescalar, pero no la hemos llenado de significado. Para desescalar se necesita una firme voluntad. De momento,
Torra y Rajoy no se han puesto de acuerdo ni sobre si hoy puede haber un nuevo gobierno.