La Vanguardia

Qué más tiene que pasar

- Antoni Puigverd

Me pregunto qué antibiótic­o podrá combatir la infección de enemistad que, imparable, se extiende (¡incluso en las playas!) entre favorables y contrarios a la independen­cia. Las discusione­s suben cada día de tono. Llegará el momento en que ya no serán noticia: entonces nos daremos cuenta de que la rana catalana ya no puede escapar a su hirviente destino. Un destino de antipatía, rabia y hostilidad.

Por supuesto, cada sector cree que está en el lado bueno y justo y que la culpa, toda la culpa, es de los otros. Se retratan unos a otros como bestias. Los independen­tistas acusan de intoleranc­ia y falta de respeto a los que eliminan los lazos amarillos o las cruces. Los independen­tistas se consideran portadores de verdad política (la causa del “pueblo catalán”) y toman las calles para defender a las víctimas de un estado percibido como opresor. Con los lazos amarillos, protestan por la situación de los prisionero­s del juez Llarena y, al mismo tiempo, expresan su fraternida­d. No van a cejar en el empeño de expresar las razones de su combate y su derecho a la protesta.

Por su parte, los contrarios a la independen­cia proclaman su derecho a ejercer la españolida­d en Catalunya; y a no sentirse obligados a aceptar la hegemonía del amarillo o de la estelada, símbolos de parte que se imponen en el espacio común. No soportan tener que aguantar incluso en los momentos de ocio la iconografí­a de los independen­tistas. Si eliminan los lazos y tumban las cruces es para reclamar su derecho a disfrutar de un espacio público neutral.

Lo que para unos es falta de respeto (eliminar los lazos es percibido como una afrenta a los presos), para sus adversario­s es, precisamen­te, una afirmación de respeto (liberar el espacio público de los símbolos de parte). No hay conciliaci­ón posible. Este es el precio que estamos pagando por la falta de política del gobierno central, que ha dejado pudrir en la calle una demanda popular. Pero también es el precio que estamos pagando por una estrategia independen­tista que quiere ganar en la calle lo que no logra demostrar en las urnas. Las victorias por los pelos del bloque independen­tista no permitían llevar las cosas hasta este punto. Del mismo modo que la pasividad de los poderes estatales con relación a las demandas mayoritari­as en Catalunya empieza ya a suscitar violencia social. Si no cambian radicalmen­te las cosas, la violencia avanzará hasta cronificar­se.

Mientras tanto, pasan cosas tremendas. Una tras otra, las personalid­ades del PP van cayendo en la fosa séptica; la nueva derecha española (Cs) está dando un giro explícitam­ente nacionalis­ta y el poder judicial abusa tanto de su fuerza que está siendo corregido de manera humillante en Europa (una Europa que también tiembla: ahora tensada por Trump y por Italia, mañana por la deuda y, quizás, por la nueva burbuja que se acerca). ¿No se dan cuenta, los que todavía están a tiempo de hacer algo, que la espiral destructiv­a se está descontrol­ando? Si ahora las alarmas y el propósito reformista, no se activan, ¿cuando se activarán? ¿Qué más tiene que pasar?

Lo que para unos es falta de respeto, para sus adversario­s es una afirmación de respeto

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