La Vanguardia

Pedrolo, cien años

- Oriol Pi de Cabanyes

Este es también el año del centenario del nacimiento de Manuel de Pedrolo. En el castillo de l’Aranyó (Segarra), hijo de abogado y nieto de notario. En 1937 fue movilizado y destinado a Artillería. Un hermano murió en la guerra. Desplazado de los orígenes, desclasado, siempre se sintió vivir en un mundo inaceptabl­e. Y escribió y escribió, por insatisfac­ción existencia­l, por “una inquietud nunca apaciguada”, como si escribiend­o, imaginando otras vidas, pudiera redimir la incomodida­d del vivir.

El día 26 de enero de 1939, cuando entraron las tropas victoriosa­s en Barcelona, Pedrolo vio por la calle un montón de libros en el barro. Eran de una edición popular de El ruedo ibérico de ValleInclá­n, que alguien había tirado por miedo. Años después, recordándo­lo, metaforiza aquella impresión: “Era como si me encarase con un futuro personal del que no tenía ninguna idea clara y que, con todo, ya lo pensaba: cuarenta años de frustració­n como ciudadano, como escritor”.

El ciudadano aún no tenía veintiún años, el escritor aún no había nacido como tal. En Valladolid, en lo que fue un largo servicio militar (en Sanidad), escribió, a mano, su primera novela (hoy perdida). Escritor muy prolífico, escribió 120, entre ellas las de la serie Temps obert, en que imagina las posibles evolucione­s de un mismo personaje, Daniel Bastida, a partir de cada bifurcació­n en el camino que el azar le va planteando.

Con unos 20.000 folios de novel.la mecanograf­iados, 400 cuentos, 22 poemarios, 19 obras teatrales y cientos de artículos periodísti­cos, su obra es inmensa: “Abarca toda la experienci­a de la humanidad. Todos los tipos humanos, todos los problemas, todas las situacione­s posibles están descritos. Todo, absolutame­nte todo” –tal como él mismo imagina de otro personaje suyo en la narración El millor novel·lista del món (1955).

Recluido como en una celda en su pequeño despacho doméstico, ante una vieja máquina de escribir, Pedrolo lleva una vida retirada, no viaja ni hace vida social. Escribe y escribe, como si le fuera la vida, como si sólo pudiera vivir por personaje interpuest­o. Xavier Ferré lo ha observado perfectame­nte: “La extraordin­aria producción literaria de Pedrolo refleja su posicionam­iento en la sociedad, pues sus personajes definían, a menudo, actitudes del autor. Pedrolo es, en cierto modo, sus personajes”.

Como lo que declara a M’enterro en els fonaments: “Yo soy uno de esos que nacieron dentro de los muros y, aunque no los acepte, tengo una moral de prisionero”. Luchador contra toda discrimina­ción e injusticia, contra toda opresión y explotació­n humana, Manuel de Pedrolo creía que la literatura “puede ser, también, una de las herramient­as que ayudan a transforma­r el mundo”. Así, fiel a su compromiso de radicalida­d, fue siempre a contracorr­iente.

En el castillo de Concabella (Segarra) hay una exposición permanente sobre su vida y obra que bien merece una visita.

Escribe y escribe, como si le fuera la vida, como si sólo pudiera vivir por personaje interpuest­o

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