¿Y quién es el raro aquí?
Habían pasado veinte años, pero seguía acordándose de aquel compañero de pupitre, en el bachillerato. Pensaba en el muchacho y se reía:
–Vaya un bicho raro era mi amigo –se decía.
En aquel entonces, todos se iban a tomar unas birras al salir de clase. Todos, menos el bicho raro. Este se iba a entrenar.
Aquel tipo se pasaba las tardes corriendo, de lunes a viernes. Y no crean, en el fin de semana tampoco se podía contar con él: alguna carrera tenía, en algún lugar. A veces, incluso fuera de la ciudad.
¿Que por qué corría el amigo? Vete tú a saber. Iba sobrado de testosterona. O se divertía sufriendo. O se realizaba pisoteando a los otros. Vaya un tipo raro.
Luego se acabó el bachillerato y nuestros dos protagonistas se perdieron la pista. Uno de ellos siguió corriendo. Y el otro, siguió con las cervezas.
(...)
Por casualidad, o por las redes sociales, ambos se reencontraron unos años más tarde, pongamos quince. El atleta seguía afilado y sano. El bebedor de cervezas tenía aspecto de bebedor de cervezas.
El bebedor de cervezas miró a su amigo y sintió cierta envidia. Envidia sana, vamos a aclararlo. Envidia curiosona. Le preguntó al bicho raro:
–Si me pongo a correr, ¿eliminaré esta barriga cervecera? –Hombre, algo ayuda.
–¿Me enseñarás cómo se corre? –Te enseñaré.
Y tanto le enseñó, que el cervecero acabó afilándose. Para eso tuvo que pasar un tiempo, claro, porque esto
A bordo del vagón, que olía a sudor y bálsamo de tigre, el exbebedor de cervezas reflexionó en voz alta
no va de un día para otro. Pero al fin, le vimos planteándose un maratón.
¡Un maratón, él, que un año antes jadeaba cuando subía tres plantas hasta el rellano de su casa!
El domingo de aquel maratón, el exbebedor de cervezas madrugó mucho. La carrera partía desde un pueblo cercano. La organización recogía a los maratonianos en una estación de tren, y en los vagones los llevaban hasta el punto de salida.
Al alba, hubo una avería en el tren de cercanías, que fue a detenerse en una zona poligonera. Algo pasaba en la catenaria, así que los maratonianos se entretuvieron observando a los jóvenes que salían de la discoteca. Abajo, los noctámbulos iban zigzagueando, mirando sin ver mucho. Por unos instantes se cruzaron ambos universos. A bordo del vagón, que olía a sudor y bálsamo de tigre, el exbebedor de cervezas se decidió a reflexionar en voz alta.
Dijo:
–No sé quién es más raro. Si ellos para nosotros o nosotros para ellos.