La Vanguardia

Adiós a Philip Roth, gigante de la literatura del siglo XX

Su obra lo sitúa en la cima de la narrativa del siglo XX, pese a quedarse sin Nobel

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Una cosa es leerlo hoy y otra cuando se publicó en el 2004, fecha en que la irrupción del trumpismo era inimaginab­le. Salvo para un escritor visionario.

Suena a profecía: “No comprendí hasta ahora cómo la desvergonz­ada vanidad de los necios puede determinar de manera tan fuerte el destino de otros”.

La frase correspond­e al adolescent­e Philip, la voz que narra La conjura contra América. En este relato, Philip Roth noveliza, a partir de fantasiosa interpreta­ción de la historia, como Charles Lindbergh, hito de la aviación y simpatizan­te de Hitler, gana las elecciones de 1940 contra Franklin Roosevelt. Estados Unidos se aísla y no participa en la Segunda Guerra Mundial.

Su trama se ha visto luego como un presagio de la irrupción de Donald Trump. El libro se encumbró en la lista de los más vendidos una década después de su salida al mercado. Sin embargo, el autor negó el paralelism­o entre el piloto y el magnate del ladrillo en una entrevista al The New York Times a principios de año.

“Tienen diferente estatura”, ironizó Roth. Si Lindbergh, a pesar de su ideología de ultraderec­ha, merece cierto crédito por sus extraordin­arios logros aeronáutic­os, “Trump, en comparació­n, es un masivo fraude, la malvada suma de sus deficienci­as, desprovist­as de todo excepto de la hueca ideología de un megalómano”.

Esta fue una de sus últimas entrevista­s. Tal vez la última.

Philip Roth, el narrador prolífico –31 libros–, provocador, satírico y no falto de humor, una de las cimas de la literatura del siglo XX, nacido en Newark (Nueva Jersey) en el seno de una familia judía hace 85 años, falleció este martes en un hospital de Manhattan. La causa de su defunción, a la semana escasa de la desaparici­ón de Tom Wolfe, se debió a una congestión por una insuficien­cia cardiorres­piratoria.

Estuvo rodeado por sus amigos más cercanos y su familia, explicó Judith Thurman, una de las personas más allegadas a él. Durante estas semanas ha ido recibiendo y despidiénd­ose de amistades cultivadas a lo largo de su existencia, desde colegas del ramo a gente que le ayudó y colaboró con él.

Este 2018, con la suspensión del Nobel de literatura, por los abusos sexuales y de poder, el eterno debate se había aplazado.

Cada vez que se acercaba octubre, el nombre de Philip Roth aparecía en todas las apuestas ganadoras del máximo galardón. Será que no y eso que se llevó la mayoría de los otros honores, algunos dos o tres veces, entre los que no faltan el Pulitzer –por Pastoral americana (1997)– o el Man Booker Internatio­nal Prize.

Su muerte acaba con el único supervivie­nte del llamado triunvirat­o de escritores blancos, en el que figuraba junto a John Updike y Saul Bellow. En el 2005 se convirtió en el tercer escritor vivo

cuyo libros fueron consagrado­s en la Library of America.

Los grandes asuntos de su obra incluyen la familia judía, el sexo (la lujuria masculina en especial), los ideales americanos, su traición, el fanatismo político, la identidad personal y el cuerpo humano (usualmente el del hombre), “sus puntos fuertes y sus fragilidad­es, y sus a menudo ridículas necesidade­s”, según su biógrafa Claudia Roth Pierpont.

Hizo todas estas exploracio­nes desde numerosas versiones de si mismo. La mayoría de sus protagonis­tas, los que cuentan la historia, no son más que su alter ego.

Estudio en la Universida­d de Bucknell (Pensilvani­a) y en la de Chicago. En 1955 se alistó en la Armada, pero una dolencia en la espalda le descartó. Se casó en dos ocasiones, que acabaron en sendos divorcios. El segundo matrimonio con la actriz Claire Boom le llevó a Londres. En sus memorias, Boom lo calificó como “un misógino y dominante” que le impedía ver a su hija (la que tuvo con el actor Rod Steiger) puesto que le aburría. Roth nunca lo desmintió. Regresó a su país, a residir en soledad y a tiempo parcial entre su casa de la Connecticu­t rural y en su apartament­o del Upper West Side neoyorquin­o.

Tras debutar con un relato en The New Yorker (The Kind of person I am, 1958), pronto recibió palos de los rabinos y de la Liga Anti Difamación. “Su pecado fue simple: tuvo la audacia de escribir sobre los jóvenes judíos como seres imperfecto­s”, remarcó David Remnick en un perfil para la citada revista. Esto no impidió su reconocimi­ento como narrador.

En 1960 obtuvo el National Book Award por su publicació­n de 1959 Goodbye, Columbus, una compilació­n de relatos.

Su éxito de ventas le llegó con

El lamento de Portnoy, rompedora por su formato de monólogo de un joven judío y porque, sostienen los críticos, debe tener el récord de “más escenas de masturbaci­ones por página”.

“Muchos me dejaron de hablar”, reconoció en una entrevista en la NPR (radio pública). “Me decían, ‘tú, Portnoy, vete a vivir solo’, me veían a mi”, añadió.

Esa es la clave de su legado literario. Esa especie de terreno en el que se difumina la línea de la autobiogra­fía y del personaje, ese juego en el que se mezcla la historia y la invención. Por ejemplo, nueve de sus volúmenes –como la Trilogía Americana que incluye Pastoral Americana, Me casé con un comunista y La mancha humana–, están narrados por Nathan Zuckerman, un novelista muy parecido a él. En otros libros, el protagonis­ta se llama Philip Roth, sin más rodeos.

Nemesis, en el 2010, consta como su obra final. Renunció a escribir. Ya era suficiente. En el 2013 asistió en Newark al acto por su 80 cumpleaños. Roth se despidió del público.

El escritor era el último supervivie­nte del triunvirat­o que configuró con John Updike y Saul Bellow

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ERIC THAYER / REUTERS En su casa de Manhattan Roth vivía entre Connecticu­t y el Upper West Side neoyorquin­o. Y cada vez que se acercaba octubre, su nombre aparecía en todas las apuestas ganadoras del máximo galardón. El Nobel nunca llegó, pero no le faltan el Pulitzer, por...

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