La Vanguardia

‘La cocina de Picasso’, una de las exposicion­es del año

Una gran exposición en el museo barcelonés explora su relación con la cocina

- TERESA SESÉ

En sus escritos utiliza metáforas culinarias para hablar de cuestiones privadas o reflexione­s políticas

Detrás de su querencia por temas gastronómi­cos está la apetencia del pintor por comerse el mundo

Ya no puedo más de este milagro que es el no saber nada en este mundo y no haber aprendido nada sino a querer las cosas y comérmelas vivas”, escribe Picasso en Si yo fuera

afuera, un poema de 1935, momento en el que, inmerso en una convulsa crisis personal (tiene 54 años, se está divorciand­o de la bailarina Olga Koklova y Marie-Thérèse Walter está embarazada) y creativa (deprimido, siente que ya no tiene nada más que pintar), cambia el pincel por la pluma y da rienda suelta a su vena literaria. A menudo escribe en la mesa de la cocina y utiliza metáforas culinarias para hablar con libertad de cuestiones a veces terribles de su vida privada que mezcla con sus obsesiones, sus reflexione­s políticas, sus miedos... La cocina como metáfora de su propia ferocidad creativa es también omnipresen­te en su obra plástica, como muestra la jugosa exposición La cocina de Picasso, que a partir de mañana y hasta el 30 de septiembre da otra vuelta de tuerca al imaginario del artista desde una óptica nueva.

Emmanuel Guigon, el director del Museu Picasso, ha reunido más de 180 obras de museos y fundacione­s de todo el mundo como la que encabezan Almine y Bernard RuizPicass­o, el nieto del artista, cuya presencia ayer, durante la presentaci­ón a la prensa, pasó prácticame­nte desapercib­ida ante el revuelo suscitado por Ferran Adrià, el chef de El Bulli, a quien el museo ha invitado a reflexiona­r sobre su propio proceso creativo en una exposición paralela (en la sala Mauri), donde el cocinero muestra dibujos, vídeos y fotografía­s. Adrià se mostró feliz de estar en casa de Picasso, “uno de mis iconos creativos”, dijo. “El otro es Johan Cruyff”, enfatizó.

Abordar a Picasso a partir de su relación con la cocina podría parecer así de entrada una simple anécdota, “pero lo cierto es que la comida en su sentido más amplio atraviesa toda su obra de principio a fin”, señala Guigon, para quien detrás de esa querencia se encuentra la apetencia del artista por el mundo. O mejor, “por comerse el mundo”. Guigon firma el comisariad­o de la muestra junto a Androula Michael y Claustre Rafalt, quienes, apoyados por un ágil diseño expositivo de Victòria Garriga, construyen un recorrido cronológic­o y temático salpicado de múltiples relatos. En las salas del museo de la calle Montcada hay piezas extraordin­arias (La cocina, Le Déjeneur sur l’herbe según Manet o Niño con langosta, todos ellos del Picasso de París; un óleo collage titulado El restaurant­e o la escultura El vaso de absenta...), pero no se trata de una mera acumulació­n de obras maestras sino que la muestra –y ahí radica su gran virtud– consigue desde una temática aparenteme­nte banal acercarse al Picasso más íntimo y desconocid­o. Adentrarse en su laboratori­o creativo.

“El espacio de la cocina y la comida tienen un papel capital en el imaginario y en la memoria de Picasso, especialme­nte a partir de 1933, cuando se exilia de España para no volver nunca. La cocina se convierte entonces en un espacio primordial de la memoria y el recuerdo”, apunta Androula Michael, quien se refiere a sus naturaleza­s muertas como “naturaleza­s vivas”, fragmentos de su propia biografía, como esa Naturaleza muerta con butifarra que tomaba en el restaurant­e Le Savoyard, el Guisado de anguila que le preparaba Jacqueline o la tomatera que tenía en el balcón del su taller de la rue des Grands-Augustins de París. A través de las naturaleza­s muertas aparece también el Picasso más tierno (una flor realizada con papel sobre un chusco de pan) y también el guasón y extravagan­te, como ese dibujo de 1957 dedicado a Curro, hijo del torero madrileño Paco Muñoz, exiliado en Francia, en el que como si fueran

pescaítos dispone sobre un plato toritos fritos y los marida con vino de Valdepeñas y un porrón del Priorat.

Claustre Rafart señala por su parte que buena parte de los alimentos que encontramo­s en sus pinturas o en sus escritos coinciden con la cesta de la compra del pintor (mucha verdura, con predilecci­ón por el puerro, fruta, carne, aceitunas, quesos, limones...) y que ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, refugiado en la localidad de Royan, sus bodegones se vuelven más caóticos y destartala­dos pero también más ostentosos (crustáceos, morcillas, pescados...) como si con esa abundancia quisiera desafiar las penurias del momento. Algo que se repite en su obra de teatro El

deseo atrapado por la cola, de 1940, donde la superabund­ancia se vincula también con el erotismo. Antes de llegar a la instalació­n de Adrià, vale la pena detenerse en la sala Meca, donde se proyecta El paseo de Picasso, vídeo de 1966 en el que Yves Montand recita el poema de Jacques Prévet que habla del pintor y una manzana.

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CÉSAR RANGEL El director del Museu Picasso, Emmanuel Guigon (a la derecha), ayer, durante la presentaci­ón de La cocina de Picasso

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