La Vanguardia

Rajoy, salvado

- Fernando Ónega

Evitar el abismo. Ese es uno de los objetivos del PNV al dar su voto afirmativo a los presupuest­os del Estado. Matizo: es una de las disculpas más sonoras que el PNV aduce para justificar el sí más deseado, más implorado, más valorado, más regateado y más necesitado de las cuentas públicas en los cuarenta años de democracia. ¿Y cuál es el abismo que tanto vértigo produce a los nacionalis­tas vascos? Tomemos nota: el conflicto catalán estaría más lejos de encauzarse, se alejaría el escenario de diálogo, se alargaría el 155 sine die y un probable adelanto electoral abriría “un escenario muy preocupant­e”. De todo ese abismo, lo referido a Catalunya es una inocente disculpa para justificar­se ante el independen­tismo catalán y sus adversario­s domésticos de Bildu. Lo más creíble es el horizonte electoral. Supongo que se refiere a lo que anuncian las encuestas: una probable victoria de Ciudadanos, que se envuelve en la bandera de España, arremete contra todos los nacionalis­mos y considera el cupo una antigualla.

Es decir, que a la vista de cómo se dibuja el horizonte, el PNV se ha propuesto alejarlo, aunque sea salvando a Rajoy. Porque lo trascenden­te de la decisión del Euskadi Buru Batzar es eso: salva a un Rajoy que, sin presupuest­os, se enfrentarí­a a un bloqueo político absoluto, sin posibilida­d de aprobar ninguna otra ley, quizá humillado por los efectos de haber judicializ­ado

El PNV se ha propuesto alejar un horizonte que podía dar la victoria a Cs, que ataca el cupo y todos los nacionalis­mos

el procés y en una situación agravada por los últimos episodios de corrupción. Ahora, por lo menos, el presidente del Gobierno respira. Es como si le hubiese vuelto la baraka. Ya puede presumir, además, de que es capaz de lograr consensos.

El salvamento no ha sido gratuito. Es, probableme­nte, de los más caros de la historia. Los 540 millones que el País Vasco se lleva en infraestru­cturas, los cientos de millones que se llevan los demás partidos minoritari­os, sobre todo los canarios, y la subida de las pensiones dan una pequeña idea de cuánto cuesta la estabilida­d y de cómo es posible sacar dinero de las piedras cuando existe voluntad política y la necesidad aprieta. Cuando las condicione­s son precarias, mantenerse en el poder tiene un precio. Y no suele ser barato.

En otras circunstan­cias, el nacionalis­mo catalán se hubiera llevado ese beneficio. Pero esa es agua pasada. Lo que con Pujol era mercantili­smo disfrazado con finas telas de contribuci­ón a la gobernabil­idad, se ha vuelto desafío y desconfian­za. Y respecto al 155, teman ustedes lo peor: es cierto que tiene fecha de caducidad, el día que Torra tenga un gobierno normal; pero también lo es que los constituci­onalistas pueden administra­r su retirada sin más presión que la de Catalunya, que los administra­dores del Estado ya tienen descontada. Aprobar los presupuest­os no es facilitar el final de la intervenci­ón de la Generalita­t: es dejarle al Gobierno margen para ejercer la autoridad. El PNV lo sabe, pero tiene que disimular.

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