La Vanguardia

“It’s showtime, ladies and gents!”

- Quim Monzó

Desde el lunes, el barrio madrileño de Malasaña tiene pregonero. No depende del Ayuntamien­to de la ciudad, ni del del barrio, sino que va por libre. Se llama Lope de Aixela y explica qué le impulsa a esa noble tarea: “Sigo empeñado en dar valor a Malasaña como pueblo y en fomentar la conexión entre vecinos, por lo que la idea de convertirm­e en pregonero –una figura que había en cada pequeña población– es algo que surgió de forma natural. Mi intención es dar pregones en calles y plazas de Malasaña un par de veces a la semana, siempre que la climatolog­ía y el ruido ambiental lo permitan, y sin molestar a nadie. Partiendo de un punto de encuentro en algún comercio del barrio y anunciándo­lo a través de mis redes sociales, divulgaré noticias que hablen de los vecinos, que fomenten el amor por el barrio y que sirvan para que nos sintamos orgullosos de pertenecer a él. Serán historias breves y amenas que yo mismo buscaré, pero que también espero me lleguen a través de los mismos vecinos. Quisiera lograr que un buen puñado de ellos se vinculen a este proyecto y que sea también la excusa para un encuentro periódico entre personas a las que les importa el barrio”.

Hace esta declaració­n en Somos Malasaña, que se proclama el “primer periódico hiperlocal español”. Lope de Aixela

El barrio madrileño de Malasaña recupera una figura que muchos desconocen: ¡el pregonero!

es astrólogo de profesión –ojo ahí– y ejerce de pregonero por amor al barrio. El lunes se estrenó en la plaza Dos de Mayo, ante el Café de Mahón, y dice que las próximas convocator­ias las hará donde le propongan los amos de los negocios. Calculo que el pregonero Lope no debe haber conocido a ninguno de verdad, porque los de verdad daban sus pregones sin necesidad de convocar a nadie y sin que ningún negocio los invitara a hacerlo. Siempre con un toque previo con su corneta de latón –para alertar a la población e invitarla a aguzar el oído–, leían las novedades municipale­s en los puntos principale­s de cada localidad. Ahora en esta plaza, luego en aquella calle doscientos metros más allá, acto seguido en aquella esquina. Yo sólo vi a uno en acción, hará treinta y cinco años, en Crespià, en el Pla de l’Estany. Me sorprendió. Me extrañó que todavía hubieran, ni que fuese de forma circunstan­cial.

¿De qué sirve un pregonero en esta época en que la gente se informa de todo por medio del móvil? Lope dice que es importante trabajar para que la identidad de Malasaña no se pierda. ¿Y tener un pregonero hará que se conserve? Sin querer molestar a nadie, yo diría que en absoluto. Eso sí: los turistas podrán fotografia­rlo mientras toca la corneta. A ver si pronto habrá pregoneros en cada barrio gentrifica­do. Ahora que, en Barcelona, esta semana el de Sant Antoni se declara ya oficialmen­te bornizado, quizá tendremos también un pregonero; que hará los pregones en inglés para que los guiris le entiendan. Llegados a este punto ya sólo nos falta recuperar la figura del sereno, que golpeaba con su chuzo los bordillos de las aceras –“¡Las dos en punto y serenooo!”– y te acompañaba hasta casa si habías bebido demasiado. Los erasmus estarán encantados.

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