La Vanguardia

El amo de la calle

- Pilar Rahola

En esta atribulada historia nuestra, en la que la calle ha tenido tanto protagonis­mo, han cuajado dos lemas esculpidos para siempre en el relato colectivo. Uno, el tristement­e famoso de Fraga, cuando era ministro de Gobernació­n y reprimía las manifestac­iones obreras. “La calle es mía”, dijo el eterno franquista que controlaba la represión del Estado, incluso después de la muerte de Franco. Y ciertament­e, era suya, no en vano dominaba las porras y los uniformes. Al otro lado de la pantalla, en los tiempos de las sonrisas y las revueltas, ha hecho fortuna otra frase, expresada con el explícito “Las calles serán siempre nuestras”. En ambos casos, la propiedad de la calle es la protagonis­ta, pero con una diferencia ética que convierte a un lema en el reverso del otro. Porque es evidente que no es lo mismo el mensaje de una calle dominada por el poder que el mensaje contrario de la calle como espacio de protesta ciudadana. De la represión del primer lema a la expresión del otro va el abismo que separa la democracia de la autarquía.

En esas estamos estos días de cartas de virreyes a los alcaldes catalanes. Como ocurre siempre con Catalunya,

No es lo mismo la calle dominada por el poder que la calle como espacio de protesta ciudadana

las autoridade­s españolas (sean las centrales o sus serviles sucursales) sólo reaccionan a la contra de la protesta catalana. Lo último viene a cuento de la agresión que sufrieron varias personas que estaban poniendo cruces amarillas en la playa de Canet y fueron atacadas por encapuchad­os que, según diversas fuentes, han sido identifica­dos como presuntos miembros de Ciudadanos y grupos ultras. En otras playas, como Llafranc o Calella, también se sufrieron ataques.

Más allá de la manipulaci­ón de micrófonos españoles, que han convertido a los agresores en pobres bañistas, lo más indignante ha sido la reacción de maese Millo, siempre presto a mantener el dictado. El virrey ha enviado una carta a los ayuntamien­tos en la que apela a la necesaria “neutralida­d” para exigir que no haya símbolos “políticos” en las calles catalanas. Por supuesto, la carta va dirigida directamen­te contra las protestas por la situación de represión que padece Catalunya y, por tanto, no es neutral, sino al contrario: responde a una explícita voluntad de silenciar la protesta. Como decía el diputado Josep Costa, “el espacio público no debe ser neutral, sino libre” y la alcaldesa de Badalona, Dolors Sabaté, era rotunda: “Para evitar la proliferac­ión de agresiones en el espacio público, es necesario no tolerarlas, proteger a las víctimas y evitar la impunidad de los agresores”. Y remataba que no puede pedir a los ayuntamien­tos que recorten la libertad de expresión.

Blanco y en botella, no se trata de neutralida­d, sino de represión. Lo cual es muy significat­ivo, porque el Estado lo tiene todo, policía, jueces, leyes, líderes en la cárcel y el exilio..., y aún tiene miedo de unos lazos y unas cruces. ¿Será que está perdiendo?

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