Un barrio gastronómico
Entre el carrito, las lechugas y el monedero, a los primeros clientes les faltaban ayer manos para sujetar la copita de cava, los dulces o la coca salada que les ofrecían en muchos de los puestos. Como le faltaban manos a Mariana para despachar los cortados que reclamaban a un lado y otro de su pequeña cafetería.
Quien esperase encontrar un renovado mercado plagado de bares y de puestos de zumos para llevar, ayer tendría una sorpresa porque no es así. Hay tres bares, uno de ellos no ha llegado a tiempo de abrir todavía, y una decena de puestos en los que se ofrece degustación. La razón la explicaba Esther Bertran, de Carns Esca: “La clientela quería que estuviésemos por ellos y lo merecían. Si hubiésemos llenado esto de zonas de degustación, no hubiera mantenido la esencia de un mercado para la gente del barrio, que es lo que queremos que siga siendo”. Quedan, explicaba esta vendedora, los bares de siempre, más el que abrirán los de la tienda de bacalao Masclans. Y uno de los de toda la vida es el Casa Blanca, que regenta Sergi Larregola, quién ayer por la mañana invitó a un cortado a todos los dependientes de las paradas vecinas que se acercaban. “Nosotros jugamos con la temporada, y lo bueno es que, al tenerlo todo a mano, podemos cambiar la oferta con mucha rapidez. ¿Que hay espárragos? Pues cocinamos espárragos”.
“¿Dónde guardamos el cambio?”, preguntaba mientras saludaba a una antigua clienta el pescadero Gerard Elié, que en su día tomó el relevo con su hermano en el negocio de los padres. “Nadie queríamos que fuera un mercado de fotos y nada más. Porque con eso ya se sabe: ganan tres y perdemos doscientos”.
Gemma López ha reservado una esquinita de su carnicería para preparar a la plancha y en el horno los productos que vende y servir algunos quesos y poco más. Su pareja, Pep Mateos, explicaba mientras ella no daba abasto despachando que no han puesto taburetes para no perder espacio. Habrá un puesto de ostras para llevar, uno de verduras y carnes para tomar allí, alguno de embutidos. Una oferta discreta que no pretende restar protagonismo a las paradas ni dar la imagen de un lugar para turistas. En Sant Antoni juegan con ventaja respecto a otros mercados, como la Boqueria. Y es que en esos nueve años de una obra que parecía interminable, la oferta gastronómica del barrio se ha disparado: junto a los clásicos como Vilaró, la bodega Can Rafel, Ramon, El Tres Tombs o las horchaterías Sirvent, han surgido establecimientos tan interesantes como Alkimia y Al Kostat, ambos del chef Jordi Vilà, en el espacio de Moritz. También locales con una propuesta original como Señorito, en el que se homenajea a la cocina andaluza con las elaboraciones de un chef reconocido como es Ever Cubilla (de Espai Kru) o como el exitoso Sant Antoni Gloriós, de Francesc Gimeno y cuyas bravas mantienen la receta de cuando fue el Bohèmic. Establecimientos como Last Monkey, Casa Dorita, la Comercial Aceitera, el Nostàlgic, Restaurante Parlament, Lando, Cuba de Janeiro, además de un montón de cervecerías artesanas y tiendas que marcan tendencia como Rooftop Smoke House, Ferment 9 o Entre Latas han subido el listón.
El mercado ha resurgido flamante, con restos arqueológicos incluidos. Y lo ha hecho en un barrio que se ha puesto las pilas hasta convertirse en uno de los focos gastronómicos más vivos. La relativa proximidad de los negocios del grupo El Barri, de Albert Adrià, ha tenido su papel. La onda expansiva de locales como Tickets o el nuevo Enigma abarca desde las proximidades del Parel·lel al nuevo mercado, donde muchos chefs buscan local.
Se han abierto pocos bares y discretos puntos de degustación para no quitar protagonismo a las tiendas