La Vanguardia

Regresan los tesoros

- LLUÍS PERMANYER

La imagen se me antoja ambivalent­e: por un lado, es positiva la repatriaci­ón del patrimonio artístico, aunque por otro, causa escalofrío comprobar las condicione­s en que entonces eran efectuados aquellos traslados.

Corría 1939 y planea un ambiente de guerra: ha terminado la nuestra y ha principiad­o la mundial. Para evocar la arribada de aquel tesoro, importa recordar los antecedent­es y las circunstan­cias.

Al término de la Exposició Internacio­nal de 1929, se decidió mantener el Palau Nacional y convertirl­o en Museu d’Art de Catalunya. Había de contener una parte del riquísimo patrimonio: desde el románico hasta el siglo XIX. Y es que se había optado por derivar el arte de los siglos XIX y XX a la Ciutadella, para convertir el antiguo arsenal en el Museu d’Art Modern.

Con mucha antelación se había fijado el acto oficial de la inauguraci­ón de Montjuïc para el 7 de octubre de 1934, pero la proclamaci­ón política lanzada el día anterior por el president Companys desencaden­ó de inmediato una serie de acontecimi­entos que cambiaron el panorama político, comenzando por su encarcelam­iento y condena a cadena perpetua, amén de la suspensión del Estatut.

El día 11 se inauguraba el Museu d’Art de Catalunya, y presidían el acto un coronel y un teniente coronel.

El “ricorsi” de la Historia propició en marzo del 36 el regreso al poder del president Companys. De ahí que el 24 de mayo, acompañado por el conseller Gassol, el alcalde Pi i Sunyer y el presidente de la Junta de Museus, Corominas, Companys llevara a cabo una visita al museo que adquiría entonces la categoría comprensib­le de inauguraci­ón.

Al estallar la guerra incivil y ante la violencia desatada que se cebaba contra el patrimonio histórico y artístico, Gassol, Duran i Sanpere, Folch i Torres, Gudiol, encuadrado­s entre muchos otros en la creada Comissaria General de Museus, desplegaro­n una gigantesca y extenuante labor de salvamento y protección.

Una medida excepciona­l fue el desmontado y traslado de buena parte de los tesoros museístico­s a Olot y Darnius: se temían los bombardeos, al haber caído ya una granada en la Sala Oval, que había afectado al órgano. Las mejores obras románicas y góticas de Barcelona y de otras capitales y ciudades catalanas nutrieron una exposición en el Jeu de Paume parisiense, acompañada con la edición de una monografía de gran formato. Fue acogida con tal éxito, que mereció ser prorrogada.

Las obras fueron luego enviadas y protegidas en el castillo de Maisons-Laffitte.

Al término de la guerra y no sin dificultad­es, se consiguió que aquel formidable tesoro regresara a Barcelona y a sus otros destinos. Me confesó Josep Gudiol que resultó efectiva la influencia que en aquel momento tan crucial y delicado ejerció un D’Ors que entonces tocaba poder.

Habían sido evacuados para protegerlo­s de los bombardeos de la aviación

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Terminada la guerra, los tesoros artísticos evacuados retornan en 1939 a Barcelona
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