La Vanguardia

Y por aquí me han contestado

- Julià Guillamon

La semana pasada les hablé del juego del teléfono, el joc dels disbarats que hace años se jugaba en muchas calles de Catalunya. Consistía en ir enlazando preguntas y respuestas que no ligaban, el resultado era un efecto inesperado, grotesco o divertido. Es un juego del cual –ahora me doy cuenta– aprendí algo fundamenta­l que he utilizado en la vida adulta: las preguntas previsible­s dan respuestas previsible­s. Yo me dedico a la crítica literaria, a la investigac­ión histórica y a construir relatos, a través de la narrativa escrita o visual. La cosa es: si tomo una historia (la obra de un autor, un episodio del pasado, la psicología de un personaje) y quiero hacerle decir lo que ya dice, me sale una descripció­n sin relieve de la obra, del episodio o de la psicología. No hay contrastes, imprevisto­s, ni sorpresas. Buscar contrastes, imprevisto­s o sorpresas no es el objetivo de mi trabajo. Pero estos elementos pueden ayudarme a abrir nuevas perspectiv­as e ir a fondo en temas que, de tan trillados, ya no dicen nada, ni a mi, ni a los lectores.

Por ejemplo. La editorial Núvol acaba de publicar un volumen con los cuentos de Paulina Pi de la Serra. Fue un referente cultural de la Lliga Regionalis­ta. Hace unos años se supo que había tenido una hija con el filósofo Joan Estelrich. La tuvo a escondidas, en Suiza, y la dieron en adopción a un matrimonio de Gràcia. Se descubrió hace relativame­nte poco, por el testimonio de la propia hija, que lo escribió en un libro. Mientras leía los cuentos pensé en la otra hija de Estelrich, su hija legítima. En un dietario de un escritor de los años cuarenta aparece habitualme­nte. El escritor, que era un protegido del filósofo, iba detrás de la chica, que no le hacía ascos. Y como que también gustaba a un amigo del amigo no hacía ascos a ninguno de los dos. Si pones en conexión las dos historias, –una de los años treinta, otra de los cuarenta– el retrato gana en definición: padres e hijos de una burguesía honorablem­ente conservado­ra abismados en las tentacione­s de la carne. Por aquí me han preguntado, por allá me han contestado.

Hace unas cuantas temporadas preparaba una exposición sobre Salvador Espriu mientras traducía al catalán el libro del poeta argentino Alejandro Crimi sobre Francesc Pi de la Serra, el cantautor, Jo no hi era però me’n recordo, que es un libro estupendo. Veía a menudo a Quico, que me prestó las cartas de Espriu a su tía Paulina. Son de 1980 y tienen mucha gracia. Espriu está interesadí­simo en hablar con Quico. pero Quico no le llama y Espriu insiste con la tía. Le manda nueve cartas y tarjetitas. “La tindré al corrent respecte al nostre cantautor-poeta, si se’m corporalit­za, és clar.” Llamo a Quico: “Todavía tengo las cartas de Espriu a tu tía Paulina. Por cierto: ¿por qué quería verte tanto?” A Quico le gustaba Espriu. Le divertía que a los poetas jóvenes que le pedían un prólogo les escribiera que eran los mejores poetas del mundo, mejores que los griegos y los romanos. Pero de entrada era tan ceremonios­o que le imponía respeto. A Espriu también le debía gustar Quico. Eran dos gamberros. Por aquí me han preguntado, por allá me han contestado.

Llamo a Quico: ‘Todavía tengo las cartas de Espriu a tu tía. Por cierto: ¿por qué quería verte tanto?’

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