La Vanguardia

Un cementerio… ¿de trenes?

- La vida es un ferrocarri­l

En todo el mundo hay cementerio­s insólitos. Algunos se han convertido en puntos turísticos que muestran las tumbas de escritores, cantantes o políticos famosos. El de Montparnas­se de París, por ejemplo, es cómplice del amor entre Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y también del romance entre Julio Cortázar y Carol Dunlop. Otros cementerio­s son mucho más discretos, como el Friedhof der Namenlosen ,alasafuera­s de Viena. Este “cementerio de los sin nombre” se inauguró en el año 1900 para guardar los cuerpos que aparecían en las orillas del Danubio y que nadie podía identifica­r.

Más insólita es la idea del Neptune Memorial Reef,

un mausoleo bajo el mar para restos incinerado­s, situado en las profundida­des de Cayo Vizcaíno, en Miami. Este es el lugar perfecto para que los amantes del mar descansen durante la eternidad, aunque representa un considerab­le esfuerzo para los visitantes

(que deben saber algo de submarinis­mo para reencontra­rse con sus seres queridos).

Pero también existe otro tipo de cementerio­s que cada vez reciben más visitas. Uno de ellos está en la bahía de Nuadibú, en Mauritania, y se ha convertido en el cementerio de barcos más grande del mundo. Estos lugares son bastante comunes, puesto que muchos capitanes abandonan sus embarcacio­nes para evitar pagar multas o impuestos. El cementerio de barcos de Kamchatka, por ejemplo, permite visitar submarinos de la armada rusa, y el del mar de Aral (entre Kazajistán y Uzbekistán) ofrece dunas repletas de embarcacio­nes de siglos pasados. No obstante, la necrópolis de objetos más visitada del mundo no es de barcos, sino de trenes .Yse encuentra en localidad boliviana de Uyuni.

Para llegar hasta el cementerio de trenes hay que coger un coche y adentrarse unos tres quilómetro­s en el desierto boliviano. Es una de las atraccione­s turísticas más visitadas después del salar de Uyuni, y muestra una admirable colección de locomotora­s, vagones y ruedas del siglo

En esa época, el ferrocarri­l unía la ciudad de Uyuni con Antofagast­a (ahora parte de Chile), y servía para transporta­r estaño, plata y oro a los puertos del Pacífico desde lugares como Potosí (de donde viene la expresión “Esto vale un Potosí”).

La industria minera se desplomó en la década de 1940, y decenas de trenes fueron abandonado­s a su suerte. Ahora se han convertido en piezas únicas de la era industrial y forman un paisaje que bien podría salir en un cuadro de Dalí. Los visitantes pueden

entrando, subiendo o paseando entre los trenes, y es interesant­e fijarse en los mensajes pintados en las locomotora­s. Frases como “Se necesita un mecánico con experienci­a”, conocidas fórmulas matemática­s o la irónica “Por favor, no pintar” son algunas de las más fotografia­das. Sin embargo, la que más sorprende es una frase lapidaria que concuerda a la perfección con el entorno surrealist­a del lugar: “Así es la vida”. Con tan solo cuatro palabras, este eslogan resume la victoria y la derrota de la era industrial boliviana y, de paso, nos hace pensar en el sentido del progreso.

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inspeccion­ar los vagones

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