Baldones curriculares
Carles Casajuana escribe: “La elección de Quim Torra también merece un lugar destacado. No creo que una lectura honesta de sus famosos tuits y de sus artículos más controvertidos permita calificarlo de racista –seamos serios–, pero contienen frases incompatibles con las posiciones públicas que cabe esperar de un presidente de la Generalitat. Se los habría podido ahorrar. Son un peso muerto que gravitará en todo momento sobre su gobierno”.
No sé si la historia es –como escribió Gaziel– un estudio cronológico de los tiros que salieron por la culata, pero probablemente la evolución del litigio catalán durante los últimos años sería muy diferente sin la larga lista de autogoles y de decisiones que, con ser populares entre los propios seguidores, han acabado consiguiendo lo contrario de lo que se proponían.
Nos podríamos remontar más atrás –hasta la recogida de firmas contra el Estatut, por ejemplo–, pero la sentencia del Tribunal Constitucional me parece un buen punto de partida. Si se trataba de adaptar el Estatut a la Constitución y de garantizar que el nuevo encaje de Catalunya dentro de España se edificara sobre una base sólida y perdurara, los ilustres miembros del tribunal se cubrieron de gloria. ¿Qué más querrían ahora muchos –entre ellos, muchos de los que entonces estaban más en contra– que poder volver a aquel texto en la versión previa a los tijeretazos del Constitucional?
La reunión Rajoy-Mas del 2012 tampoco produjo los resultados que ni uno ni otro esperaban. Mas apostó a concierto o nada y salió sin nada. La negativa de Rajoy, sin embargo, tampoco logró que el Govern de la Generalitat abandonara sus pretensiones: por el contrario, le empujó a tomar el camino más extremo. Me pregunto qué no darían ahora ambos por poder rebobinar hasta entonces.
Pero concentrémonos en los últimos meses. La aprobación de la llamada ley de desconexión por el Parlament, el 8 de septiembre, merece un lugar destacado en la lista. El independentismo, que hasta entonces había ofrecido siempre una imagen de querer contar con toda Catalunya, regaló al adversario aquella fotografía siniestra de la Cámara medio vacía.
Sin embargo, el primer lugar lo ocupa sin duda la intervención policial del 1 de octubre. Aquel día los policías que intentaron impedir el referéndum dieron más porrazos a la imagen internacional de España que a los ciudadanos que iban a votar. Curiosamente, nadie ha asumido aún la responsabilidad política por aquel error.
La declaración de independencia del día 27 de octubre fue otro autogol. Lo único que consiguió, aparte de provocar la aplicación del artículo 155, fue poner en evidencia que no había nada preparado y llamar la atención sobre el insuficiente apoyo con el que contaba el independentismo para dar aquel paso.
¿Y la aplicación del 155? Me pregunto si no ha sido también contraria a los intereses de los que la decidieron. ¿Qué han logrado, aparte de imponer su autoridad y echar más leña al fuego? Que el independentismo renovara su mayoría y, a la vez, redujera un poco la dependencia de la CUP. No es un gran éxito.
Mientras tanto, la justicia ha cargado las tintas contra los dirigentes independentistas y ha despachado euroórdenes a diestra y siniestra, con los resultados conocidos. La rebelión no la ve nadie fuera de España, y el prestigio del Tribunal Supremo lo acusa. ¿Nos puede sorprender que la credibilidad de la independencia judicial esté bajo mínimos, como recuerda Ignacio Sánchez-Cuenca en La confusión nacional, un libro que muestra que aún hay vida en el lóbulo izquierdo de la masa encefálica de la nación? Esto, sin contar las inyecciones de apoyo al independentismo en que se traducen los encarcelamientos, el goteo de nuevos procesamientos, etcétera.
La elección de Quim Torra también merece un lugar destacado. No creo que una lectura honesta de sus famosos tuits y de sus artículos más controvertidos permita calificarlo de racista –seamos serios–, pero contienen frases incompatibles con las posiciones públicas que cabe esperar de un presidente de la Generalitat. Se los habría podido ahorrar. Son un peso muerto que gravitará en todo momento sobre su gobierno.
La pregunta, ahora, es quién se marcó un autogol más claro el pasado fin de semana: ¿Quim Torra, con el intento de nombramiento de dos consellers encarcelados y dos más que están en Bruselas? ¿O el Gobierno diciendo que no lo publicaría y que, en consecuencia, el 155 seguiría en vigor? Torra podía elegir entre gobernar o desafiar al Ejecutivo central y optó por el desafío. Es como aquella pintada que no recuerdo quién vio en un muro de la ciudad mexicana de Oaxaca: “Nos quieren obligar a gobernar, no vamos a caer en esa provocación”. Por su parte, el Gobierno podía haber dicho que la publicación de los nombramientos en el boletín oficial era un acto debido y listo. Si no lo es, debería serlo. Al fin y al cabo, como los consellers encarcelados y expatriados no habrían podido tomar posesión, su mandato habría durado poco. Pero no: optó por la posición más dura, sin reparar en el coste.
El esquema es casi siempre el mismo. Por un lado, la tendencia suicida al todo o nada. Por el otro, la incapacidad para afrontar el litigio con una estrategia política dirigida a convencer más que vencer. Para romper esta dinámica de destrucción mutua, nada como un buen cambio en el tablero. La moción de censura presentada por el PSOE puede ser una oportunidad.
La evolución del litigio catalán sería muy diferente sin la larga lista de autogoles que han conseguido el efecto contrario