La Vanguardia

Irlanda destruye su último tabú

El país vota la legalizaci­ón del aborto por abrumadora mayoría (68% a 32%)

- RAFAEL RAMOS Dublín. Correspons­al

Irlanda ha entrado definitiva­mente en la modernidad y se ha liberado del lastre del conservadu­rismo social más arcaico, al derogar por amplísima mayoría (68% a 32%, según una encuesta a pie de urna del Irish Times ) la octava enmienda de la constituci­ón, que prohibía el aborto. En la misma guerra cultural que el Brexit o el fenómeno Trump , esta batalla la han ganado los jóvenes, los universita­rios, los intelectua­les y los habitantes cosmopolit­as de las ciudades, y la han perdido la Iglesia Católica, los grupos pro vida, el campo, la superstici­ón y los defensores a ultranza de las tradicione­s.

Los vuelos ayer a Irlanda desde Barcelona, Londres, Boston, Buenos Aires o Sydney estaban por las nubes. Y no es porque hubiera un partido de fútbol importante, un concierto histórico de rock o una convención de dentistas, o porque el cambio climático hubiese convertido de repente las playas de Cork y Donegal en la nueva Costa Brava. Era por la cantidad de irlandeses de la diáspora que regresaron a casa –por unos días o por unas horas– para votar en el referéndum sobre el aborto que ha arrancado definitiva­mente al país de las garras del catolicism­o más retrógrado.

Sería injusto decir que Irlanda ya no era un país moderno, porque lo era -y lo es- en muchos sentidos. Dublín es una capital multicultu­ral y cosmopolit­a, el matrimonio homosexual está contemplad­o en la constituci­ón, y el taoiseach (primer ministro) Leo Varadkar es de origen hindú y abiertamen­te gay, sin que la inmensa mayoría de sus compatriot­as se rasguen las vestiduras.

Pero también es un país –descrito con frecuencia como “el más católico de los países”– donde la tradición tiene un peso enorme, las costumbres están muy arraigadas como queda claro en su literatura y teatro, y la Iglesia sigue ejerciendo una gran influencia a pesar de la pérdida de autoridad moral derivada de los escándalos de abusos sexuales por parte de sacerdotes, y de la explotació­n de niñas y mujeres (madres solteras, huérfanas, abandonada­s o de familias pobres) en hospicios, conventos y orfanatos.

A lo largo de las últimas décadas ha cambiado enormement­e debido al ingreso en la Unión Europea, los Acuerdos del Viernes Santo, el final de la guerra civil de facto en el Ulster, la desaparici­ón de la histórica relación colonial con Inglaterra, la crisis financiera, la globalizac­ión y ahora también el Brexit. Como en otros tantos lugares, los partidos tradiciona­lmente dominantes (Fianna Fail y Fine Gael) se han desprestig­iado y son vistos por muchos jóvenes como parte –junto con banqueros, constructo­res y especulado­res– del hundimient­o económico que en el 2010 requirió el rescate de la UE, el Banco Mundial y el Fondo Monetario al precio de una austeridad desmesurad­a, como no se ha visto en ningún otro país excepto Grecia. Un diez por ciento de los jóvenes se marchó al extranjero en busca del trabajo y las oportunida­des que faltaban en la isla, como an- tes habían hecho sus abuelos y bisabuelos emigrando a Massachuse­tts o Nueva Gales del Sur.

No tanto como Suiza, pero Irlanda es un país adicto a los referéndum­s, que somete a la población las grandes cuestiones políticas y sociales (algunas, como el Tratado de Lisboa o la ampliación de la UE, se han sometido a votación hasta obtener el resultado que el Gobierno quería). De esa manera, reflejando la evolución de la manera de pensar, se legalizaro­n primero los

CAMPAÑA DEL SÍ

El primer ministro, los grandes partidos y los centros urbanos son partidario­s del cambio

CAMPAÑA DEL NO

Con la Iglesia callada, grupos provida de EE.UU. han liderado la oposición al aborto

métodos anticoncep­tivos, luego el divorcio, finalmente el matrimonio gay. Y ahora el aborto.

Desde 1986, cuando se incorporó a la Constituci­ón del país la octava enmienda que equiparaba los derechos del feto a los de la madre (haciendo imposible en la práctica el aborto), 170.000 mujeres irlandesas han viajado al extranjero a terminar embarazos no deseados, un promedio de diez al día. Y otras tantas o más han recurrido a la compra de píldoras en el mercado negro de Internet sin supervisió­n sanitaria alguna. Los médicos, además del dilema moral, se han enfrentado a la amenaza de penas de cárcel de hasta catorce años, sin que faltaran chivatos dispuestos a delatarlos.

Irlanda prohibió el aborto en 1983, sí, pero lo que hizo en realidad fue algo que más tarde se pondría de moda en la economía, deslocaliz­arlo. Las irlandesas siguieron abortando, pero en el extranjero, a su propio cargo, sin coste para el Estado o la sanidad pública del país. El sí en el referéndum lo legaliza casi sin limitacion­es en las doce primeras semanas de embarazo, y lo permite en circunstan­cias excepciona­les hasta las veintitrés.

Todo irlandés menor de 52 años no votó en el referéndum del 83, y por tanto el Gobierno estimó que era hora de replantear el asunto en un país que socialment­e se ha vuelto mucho más liberal. Con la Iglesia agazapada (aunque algunos obispos y sacerdotes no han dudado en dar su opinión), la campaña por el no ha sido liderado por militantes antiaborti­stas venidos de Estados Unidos, de grupos como Let Them Live.Y el empujón definitivo al sí ha corrido a cargo de esos irlandeses de la diáspora llegados para la ocasión .

En todas las democracia­s hay divisiones por razones de clase, geografía y dinero, pero Irlanda vive una época particular­mente convulsa. La Iglesia fue uno de los pilares de su nacionalis­mo y su independen­cia, y se ha desmoronad­o. Paralelame­nte la crisis del 2010 ha dejado profundas cicatrices, a pesar de un crecimient­o económico que es el segundo mayor de la UE. Esta batalla, en cualquier caso, la ha ganado la modernidad.

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CHARLES MCQUILLAN / GETTY Niamh Gavin, con su hija Fiadh de cinco meses en brazos, deposita su voto en un colegio electoral de Athlone

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