Censura necesaria, quizá fallida
Ayer, después de leer la prensa, este cronista llegó a caer en una herejía: pensar que Mariano Rajoy podría no ser eterno. Pensamiento tan heterodoxo venía forzado de origen, naturalmente, por la sentencia de la trama Gürtel, que describía sus relaciones con el poder como “un auténtico sistema de corrupción institucional” y negaba que la declaración del presidente en el juicio fuese verosímil, es decir, que lo acusaba de mentir. Tales criterios, siendo la verdad judicial, condenaban al jefe del Ejecutivo a desalojar la Moncloa por iniciativa propia o por moción de censura que, a su vez, venía alentada por las primeras reacciones de Albert Rivera (“esto lo cambia todo”) y de Pedro Sánchez (“no hay mucho más margen”). Algo parecido debieron pensar los amos del dinero, que huyeron de forma preventiva de la bolsa e hicieron disparar la prima de riesgo.
Las dudas sobre la eternidad de Rajoy se desvanecieron pronto. El PSOE se apresuró a registrar la moción en el Congreso incluso antes de que la estudiara la ejecutiva. Empezaba a oler mal: no se había negociado con Ciudadanos, se cerraba la posibilidad de que Rajoy se aviniera a convocar elecciones y demostraba un apresuramiento poco compatible con la importancia de la ocasión. Siguió oliendo regular cuando el señor Sánchez hizo su presentación: en lo personal se le notaban demasiado las ganas de acceder a la presidencia; en lo estratégico se propone convocar elecciones, pero después de “limpiar y atender las urgencias sociales”, es decir, después de hacerse con vitola de gobernante, para lo cual necesita los dos años que faltan de legislatura; y en lo político prometía cumplir y hacer cumplir la Constitución.
Esto último es lo menos que se puede exigir a quien aspira a gobernar España. Pero, ay, no acaba de encajar con los votos que el aspirante necesita. Al fallar Ciudadanos, que sigue sin querer ser el partido que regala el poder a la izquierda, se requiere tal alianza de siglas que, siendo posible, es de difícil digestión para el conjunto del país. No acabo de ver a Rufián votando sí a quien anuncie que su guía de gobierno será la Constitución. La España templada, que todavía existe, no está por aceptar a un presidente del gobierno investido con los votos del independentismo y mucho menos con los de Bildu. Y este cronista, por no ver, casi no ve ni a Pablo Iglesias, aunque la posibilidad de mandar al PP al desván merezca el sacrificio de algunas ideas.
A partir de esas constataciones, el cronista volvió a pensar en la inmortalidad de Rajoy, el especialista en resistir. Puede ganar su segunda moción de censura. Apresuramiento, falta de diálogo, contradicciones ideológicas, reclamación de gobierno de partido con sólo 84 diputados y sombra de Frankenstein se convertirán en sus principales aliados, capaces de pesar más que la mancha de la corrupción. Pedro Sánchez quizá tenga que centrarse más en hacer un discurso de alternativa futura, que lo afiance como líder de la izquierda, que en soñar con que pronto gobernará España. Quizá tenga que centrarse más en ganar a Rivera que en derrotar a Rajoy.