Pasión por contarlo
“Bernardino Hernández se mete ahí donde nadie quiere ir para enseñarnos lo que no queremos ver”
¿Qué los enamora? ¿Qué hace que se comprometan con la verdad y lo dejen todo para contarla? Miguel Gil Moreno tenía veinticinco años en 1992, cuando, en vez de coger el bus que lo llevaría al colegio de abogados, decidió subirse a una moto y conducir primero a Split y luego a Zagreb. Viviría en Mostar y en un piso del centro de Sarajevo, en plena guerra de la ex Yugoslavia. Moriría el 24 de mayo del 2000, en una emboscada en Sierra Leona. Su consigna era: “Estoy donde debo estar y hago lo que tengo que hacer”, recuerda Bru Rovira en la entrega del premio que lleva su nombre. Dice que Patrocinio Macián, madre de Gil Moreno y presidenta de la fundación, “es nuestra madre coraje”.
En su decimocuarta edición, el premio Miguel Gil Moreno ha sido para Bernardino Hernández. Y mientras Juan Pablo Villalobos hace una semblanza de este fotoperiodista mexicano, el editor David Trias advierte a los asistentes del auditorio de Penguin Random House que se proyectarán imágenes muy duras. Una mujer le tapa los ojos a un niño. “Hernández se mete ahí donde nadie quiere ir para enseñarnos lo que no queremos ver. No tendríamos que darle la espalda a esta realidad: el año pasado, murieron asesinadas en México 29.168 personas, la cifra más alta en dos décadas”, dice Villalobos. Aunque sea uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, Hernández está enamorado de su trabajo. Habla de Gil Moreno para hablar en realidad de sí mismo: “Miguel quería que la gente sintiera lo que él había sentido, porque cuando llenas tu corazón de amor, llenas tu alma de espíritu”. Se emociona al recordar que la guerra no nos lleva a nada, y los que la provocan son los gobiernos, normalmente por dinero.
El accésit ha sido para el fixer Yaarub Akram. Álvaro Colomer explica que los fixer serían los periodistas en la sombra, víctimas muchas veces del éxito que obtienen los reportajes que han firmado otros, gracias a su colaboración. Akram estuvo en un campo de prisioneros en Irak porque consiguió unos vídeos de la insurgencia. De nada le sirvió decir a los americanos que los encontraron en su poder que estaba trabajando para la prensa. El suyo es un trabajo arriesgado, raramente reconocido (tal vez esta sea la primera vez que se premia). “Es complicado explicárselo a tus vecinos”, dice: “Durante la invasión, los espabelión ñoles eran ocupantes, como los británicos o los americanos; a tus vecinos les da igual que sean de una oenegé o periodistas, consideran que trabajas para los usurpadores”. Recibía amenazas en su país. Fue refugiado en Siria, donde siguió trabajando. Hace diez años que vive en Noruega.
La cuestión es desde dónde contarlo. El último libro de Gioconda Belli, Rebeliones y revelaciones ,es “un cuerpo literario, político y feminista”, según el editor de Txalaparta, Jon Jiménez. De hecho, para la autora “el cuerpo de la mujer es el campo de batalla de la igualdad”. Y añadirá que “no hay nada más poderoso que una mujer y por eso nos persiguen”. Cuando la regidora Laura Pérez supo que vendría a Barcelona, invitada por Casa América, se pidió presentarlo. Lo hace en el Casal Pou de la Figuera, atestado de gente y humanidad y sillas de colores. Antes de empezar, una mujer le comentaba a otra: “Tiene una relación con el sexo que está muy bien, muy abierta; yo la sigo desde siempre”.
El libro, que recoge ensayos y artículos, también es una simbiosis con el país de la autora, Nicaragua, donde hay, como en el título, una re- y una revelación. “Desear lo imposible nunca está de más para desafiar la realidad chata que nos desanima”, dice. A Belli, que estuvo en las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, le habría gustado fundar el partido de la Izquierda Erótica: con humor, amor y una visión amable y seductora de la existencia. El problema es que hay una crisis de imaginación y no se nos ocurren formas de poder diferentes a las del patriarcado, añade. Incluso las mujeres que entran en los espacios de poder tienden a actuar de forma masculina, cuando mostrar dudas no es sinónimo de debilidad. Resume así una anécdota con Fidel Castro, en una reunión con todos los revolucionarios del mundo: “Es como si conocieras a Dios y Dios quisiera hacerte una mala pasada”. O lo que es lo mismo: tras dos larguísimas charlas con él, ella descubrió que “no quería oírme, sino que le oyeran”.
Hay otras Barcelonas y están en esta. Una muestra se encuentra en la biblioteca Francesc Candel, que celebra su certamen literario. Hay manteles blancos, patatas chips, cava, copas de plástico. Y si existe una pasión por contar cosas, también existe por que nos las cuenten. Carlos Zanón, que conduce el acto, recuerda que tal vez leer no sea imprescindible ni nos haga mejores personas, pero es divertido, ayuda a empatizar con el otro, “lees para leerte y convertirte en narración”. Entrega los galardones la consellera de distrito, Esther Pérez. Maria del Carme Alerm e Ignacio Arroyo, de relato breve adulto; Sònia Martínez y Pol Ruiz, de relato corto juvenil; Amando García y Montserrat Ciprés, de poesía; Joan J. Granados y F. Xavier Pujol, en la modalidad de periodismo, fueron los premiados y finalistas. También ellos han tenido la pasión por contarlo.