La música, una factoría de dignidad
Juan Diego Flórez muestra en un documental de Mediapro los entresijos de su proyecto orquestal para niños en la pobreza
Yo no puedo decir que de niño fuera pobre, sería una cachetada a la pobreza real. Nosotros somos de clase media-baja, con un hogar y un colegio que estaban bien. Éramos pobres pero la familia nos ayudaba, salíamos a flote. Esos niños que acoge mi fundación no tienen eso. Necesitan una ayuda. Pero no les damos pan, sino autoestima, alegría, un camino... Y ahora, cuando me reúno con ellos, me sorprende cómo hablan, cómo se expresan: se ven capaces de todo”.
La voz de Juan Diego Flórez siempre adopta un tono de júbilo cuando habla de Sinfonía por el Perú, la fundación que –inspirándose en el sistema de orquestas juveniles del maestro Abreu en Venezuela– va sumando beneficiarios: 8.000 niños en 21 núcleos distintos del país. Y así suena al teléfono cuando responde para hablar exclusivamente de su proyecto social. Hoy no es el tenor del siglo XXI, no es el divo que avanza por los salones de los teatros más exclusivos de Europa, sino ese nexo de unión entre la sociedad pudiente y los niños de su país que, como él en su día, necesitan ayuda.
La productora Mediapro está a punto de estrenar –mañana– el documental que dará a conocer a otra escala el proyecto del tenor. Y también su personalidad, pues ahí, con su madre y su hermana, con los niños en Perú, se muestra en una faceta desconocida, íntima, humana. El rodaje ha seguido a lo largo de tres años las vidas de Alondra, Diego e Imanol, tres jóvenes de localidades de extrema pobreza cuyos horizontes se van ampliando gracias a la música y a su participación en la orquesta. La pobreza no es mostrada de manera pornográfica por la cámara. No hace falta. Sobrecoge por la dignidad de los excluidos.
“Yo crecí feliz porque nadie me hacía pensar que no teníamos. No teníamos dinero para el pan de la mañana, pero mi madre no nos hacía sentir que fuera una tragedia, así que no crecí con la angustia de no tener dinero”. Esa es una frase reveladora del documental, una confidencia de Flórez entre pucheros, en la cocina de su madre en Lima.
¿Recuerda esa frase?, le preguntamos al teléfono.
“Claro, y con eso es con lo que estamos intentando conectar: en Sinfonía por el Perú les damos a los niños la posibilidad de crecer, de entrar en una orquesta, de cantar en un coro, de elegir una serie de valores, de no sentirse pobres. Porque estar en la orquesta y tener un instrumento les hace sentirse mental y espiritualmente ricos. De eso se trata. De darles un motivo para sentirse bien y creer en sí mismos.”
El tenor asumió el proyecto por una razón sencilla: la capacidad de transformación que tiene la educación musical. Y porque él comenzó su carrera con la ayuda de amigos, de lo contrario no habría podido aprovechar la beca en Estados Unidos ni sería hoy una estrella. Pero la búsqueda de fondos no es sencilla. También eso se pone de relieve en el filme, como cuando Flórez intenta involucrar a los representantes del Fondo Monetario Internacional que celebran su cumbre en Lima.
“Yo estoy en contacto con la gente que tiene más poder adquisitivo, porque la ópera también atrae a es- tas personas. Puedo tener acceso y contarles mi proyecto. Unas, las privadas, se emocionan y te ayudan. Luego están las fundaciones, que están hechas para esos proyectos, y a las que tienes que mostrar y enamorar, y siempre te dicen que sí. Y después están las compañías, que también te pueden decir que no: yo siempre voy bien inspirado a contarles una historia que es verdad”.
Y concluye el tenor: “Esos chavales ven la música como la vida y no sólo como una difusión cultural como la vemos muchos en Europa. Para ellos es una salvación. Sinfonía es una familia de la que no se separan, pues ahí han crecido en la filosofía de lo social, de uno ayuda a otro, y así es como ven la música”.
“En Sinfonía por el Perú han crecido en la filosofía de lo social, de uno ayuda a otro, y así es como ven la música”