La Vanguardia

La enfermera Mills

- David Carabén

Piensa en alguna cosa aburrida. Por el amor de Dios, piensa en alguna cosa muy, muy aburrida. Una charla, una charla de Ted Heath; una frase, una frase larga de Bernard Levin; un concurso con Christophe­r Booker. ¡Una cosa –oh, piensa, piensa, piensa!– que sea realmente aburrida! Una coral galesa de voces masculinas (...), el índice de los salarios en Perú, Finnegans Wake, todos los malditos irlandeses, el perro de Blue Peter (...), los camareros australian­os ecologista­s semiólogos. Piensa, piensa.

Ayer viernes, fue abrir la sección de Deportes y recordar esta gran escena de El detective cantante, aquella nunca bastante reivindica­da serie de televisión de Dennis Potter. El escritor de novelas de detectives P. E. Marlowe, con una psoriasis extrema que lo mantiene postrado en la cama de hospital, con toda la piel del cuerpo levantada, se esfuerza por desviar la atención de las amorosas friegas con crema hidratante que le hace la dulce enfermera Mills en el pene. No querría dejarse llevar por la insoslayab­le sensualida­d de la situación y recurre desesperad­amente a una lista improvisad­a y urgente de material fuertement­e antilibidi­noso

La final de la Liga de Campeones de esta noche nos tiene a muchos culés en la misma situación. La querríamos ver, porque nos gusta el fútbol. Sí. Pero no le querríamos dar mucha importanci­a. Preferiría­mos aguar toda sospecha de gravedad que se le pueda dar al momento y actuar de manera que no revele ningún tipo de implicació­n emocional con el asunto. Nos lo ponen bien difícil. De manera que quizás convendría más ocupar la tarde y parte de la noche, hasta bien entrada la noche, haciendo alguna actividad que nos tuviera lo bastante distraídos como para olvidar la televisión y cualquier noticia que nos llegue de la capital de Ucrania.

La complejida­d psicológic­a de la situación por la cual pasamos, no sufran, ha encontrado la complicida­d de grandes escritores de la literatura universal. En El viaje al fondo de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, por ejemplo, Bardamu no quiere volver al barrio donde hace de médico porque sabe que le espera una muy triste noticia, y decide alargar hasta el absurdo su paseo por el centro de París. Dostoyevsk­i, en Crimen y castigo, le hace hacer una cosa parecida a Svidrigàil­ov. Después de meterse una pistola en el bolsillo, se pasea por toda la ciudad, entra y sale de varios locales e interactúa con un grupo de personajes menores, hasta que de repente, como quien no quiere la cosa, se pega un tiro en la cabeza.

Ya lo sé que se llama procrastin­ación, de esta estúpida estrategia. Pero es una palabra tan fea, procrastin­ación, y en los últimos tiempos se ha puesto tan de moda y de una manera tan ridícula y enervante que he evitado utilizarla hasta las últimas líneas del artículo. Hasta que no ha habido más narices, vaya.

Querríamos ver la final, porque nos gusta el fútbol, pero no le querríamos dar mucha importanci­a

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