EL INCIVISMO SE PERSIGUE
James Pallotta tenía sus razones para arrepentirse. En junio del año pasado, la alcaldesa Virginia Raggi decidió apostar por un método drástico para disuadir a romanos y turistas de acampar en las fuentes, consumir bebidas y alimentos, sentarse o subirse en ellas, utilizarlas para lavar ropa y animales o darles de beber. En total, instauró multas de 40 a 240 euros para salvaguardar un total de cuarenta fuentes con un particular interés histórico. Hablamos de la Fontana di Trevi, pero también la Fontana della Barcaccia en Piazza di Spagna, las fuentes del Moro y Nettuno en Piazza Navona o la de Dea Roma en la Piazza del Campidoglio, donde se encuentra la sede del Ayuntamiento romano. El objetivo era impedir episodios como el protagonizado por un joven español, que aseguraba ser artista, que decidió bañarse tranquilamente en la Fontana di Trevi. Desnudo. Los cientos de turistas que la visitan cada día se quedaron en shock y aprovecharon para inmortalizar la escena con sus teléfonos móviles. Claro que el joven español ya se había quitado la ropa en el Louvre, en los Uffizzi florentinos o en la National Gallery. Las cantidades pueden incluso aumentar: hace poco, un ciudadano polaco de 44 años decidió que la Fontana di Trevi era un parque de escalada y se puso a tratar de trepar por el monumento a plena luz del día. Tuvo que abonar 450 euros de multa.