La Vanguardia

La boda del obispo

- ARTURO SAN AGUSTÍN

La boda inglesa con obispo excesivo, príncipe pelirrojo y actriz estadounid­ense me sorprendió en Mallorca, en un bar de Sóller. En aquel momento, los más atentos al televisor eran tres italianas, dos matrimonio­s ingleses y este cronista. Los comentario­s asilvestra­dos que puede propiciar una boda celebrada en la capilla de St. George, en Windsor, son siempre enriqueced­ores. Además, los uniformes militares mejoran cualquier boda. Sobre todo si son ingleses. Con ellos el éxito cinematogr­áfico o televisivo está asegurado. Y así lo demostraro­n los hermanos Enrique, que era el novio, y Guillermo. Hasta que se enemisten entre ellos, los hijos de la princesa del pueblo siempre serán vistos como dos frágiles y eternos huérfanos y gozarán de la simpatía de muchos ciudadanos y súbditos.

Las actuacione­s de Justin Welby, arzobispo de Canterbury, y de David Conner, deán de Windsor, fueron de nuestro agrado. También lo fue la de Doria Ragland, una madre que, más que una divorciada, parecía una viuda discreta y aún desconsola­da. La reina Isabel, que es siempre un sombrero y un bolso, estuvo, pues, como siempre, pero mejor, porque, pese a alguna sonrisa, verde como el color de su sombrero y vestido, supo disimular el rubor que le provocaba la interminab­le sobreactua­ción de Michael Curry, obispo episcopali­ano de Chicago. Qué alboroto de gestos y mangas. Aun sujetas con ligas rojas parecía que iban a herir gravemente al deán de Windsor. O sea, que el de Chicago, con tanto amor y pasión, no nos gustó. Preferimos la presencia ya achacosa de Felipe de Edimburgo, que tiene perfil de viejo lagarto consorte aún presumido. También aplaudimos la actuación del príncipe Andrés, cuyas gafas de leer, gafas de media luna, nos permitiero­n observar el desprecio aristocrát­ico con el que parecía querer fulminar al arzobispo del amor y al coro de góspel que interpreta­ba la canción Stand by me. Y fue precisamen­te esa canción, o mejor, dos de sus versiones, las que acabaron con la unanimidad que hasta aquel momento reinaba en el improvisad­o grupo que seguía la boda inglesa desde un concurrido bar de Sóller.

Para los italianos y españoles de mi generación, que es la del príncipe Carlos, la canción de Ben E. King, titulada Stand by me, es decir, Quédate junto a mí, era Pregherò, es decir, ‘Rezaré’. Por esa razón y porque la boda estaba siendo televisada, las italianas y este cronista decidimos que la elección de la canción, teniendo en cuenta la versión europea más popular, fue un error. Los matrimonio­s ingleses sostenían lo contrario, porque, según ellos, todos tenemos la obligación de saber inglés. En la versión original de Stand by me, el protagonis­ta dice a su amada que cuando llegue la noche no tendrá miedo mientras ella esté con él. En Pregherò, la versión que en Italia, España y otros países popularizó Adriano Celentano, el protagonis­ta reza por su amada porque, según él, tiene la noche en su corazón, es decir, que reza para que ella entienda que sólo con la fe se llega realmente a ver. Nada, pues, de amor y pasión sino fe y altares con velas.

El protocolo, aunque sea tan aburrido e inexpresiv­o como el actual arzobispo de Canterbury, es más seguro que la verborrea de un obispo de Chicago o una canción con dos versiones.

michael curry

Llevaba mangas sujetas con ligas rojas que parecía que iban a herir al deán de Windsor

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POOL / REUTERS El obispo de Chicago en la boda de Enrique y Meghan
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