HIPER-SOBRE-NATURAL
Se ha hablado tanto del origen militar y yanqui de internet que no está de más recordar que el paso más importante en la popularización de la red en toda su historia no se dio ni mucho menos gracias a las órdenes de generales de cuatro estrellas con acento sureño y botas de cowboy. Muy al contrario, su gran salto adelante tuvo lugar en una institución genuinamente europea y de lo más civil que nos podamos imaginar, incluso con nombre en francés: el CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucleaire). Lo que allí sucedió fue, cómo no, la invención de la World Wide Web, que empezó a funcionar en 1990. Los padres del europeísmo harían bien en recordarlo con mayor énfasis, aunque cierto es que entonces también tendrían que señalar que el inventor fue… un inglés. Y es que nadie es perfecto.
EL CERN es algo así como el centro de alto rendimiento para las mentes más capaces de entender cualquier secreto del cosmos, es decir, los físicos. No son tan aburridos como se suele pensar: hace unos años supimos que unos estudiantes de doctorado en sus ratos libres habían rodado en sus instalaciones una película de zombies. Tim Berners-Lee, el londinense inventor de la WWW, aprovechó el tiempo mejor. Él no era físico, sino ingeniero de telecomunicaciones, y lo que le atraía del CERN es que por entonces ya se había convertido en el más importante nodo de internet en Europa. Así que inventó el hipertexto, el lenguaje de las páginas web. Él lo explicaría después quitándose importancia: “La mayoría de la tecnología relacionada con la web ya había sido diseñada. Yo sólo tuve que juntarla”. Así se escribe la historia. Para las Navidades de aquel año, Berners-Lee ya tenía listos los primeros servidores.
Pero ni Papá Noel se había enterado todavía. El hipertexto iba a traer un mundo hipertecnológico, pero aquella Navidad todavía preferíamos vivir creyendo no en lo racional, sino en lo sobrenatural. En nuestro país estaba arrasando una película con escarceos en el más allá que podrían parecer ridículos a un físico exigente, pero con los que todos conectamos sin necesidad de hipertexto. Hablamos de Ghost, protagonizada por una Demi Moore en la cumbre de su carrera, que consigue entrar en contacto con su novio, prematuramente asesinado (Patrick Swayze), gracias a los buenos oficios de la médium a la que dio vida Whoopi Goldberg (en un papel que le valió el Oscar). Más allá del amor, era el subtítulo del filme. Que levante la mano aquella (y aquel) a quien no se le haya puesto la piel de gallina cuando la joven ceramista interpretada por Demi siente el contacto de la mano de su amado en su cara y sus labios, para culminar en aquel final con beso ectoplasmático de Swayze hecho luz antes de subir a los cielos, mientras suena una de las canciones más versionadas del siglo XX, la Unchained melody, interpretada por The Righteous Brothers.
La banda sonora compitió por el liderato musical de aquel año con la que, a la postre, sería la top 1: Nothing compares to you de la irlandesa Sinéad O’Connor, que, además de popularizar un corte de pelo femenino más propio de un navy seal, estaba llamada a proporcionar horas de gloria durante los noventa a los amantes de los escándalos (recuérdese cómo rompió una foto del Papa en directo en la televisión), para arrepentirse de todo una década después. Ella también vio la luz.