La Vanguardia

“Soy un todoterren­o”

- JAUME COLLELL ANDRÉS PAJARES

Pocos cómicos pueden presumir de cautivar al público como actores dramáticos y, especialme­nte, en el género consubstan­cial a la vida, la tragicomed­ia. “Soy un todoterren­o”, manifiesta Andrés Pajares a este diario, “con un público que abarca desde obreros a banqueros, sin distinción, a los que he procurado siempre hacer felices”. El actor, juguetón y bromista de nacimiento, ha vivido también episodios turbulento­s, no obstante ahora que está retirado le gusta tumbarse en el sofá, pasear un poco e ir al cine. “Estoy contento con lo que hecho, pero no quiero coronas porque me veo como un tipo vulgar, normal”. Hoy, cuando le paran por la calle, en vez de un autógrafo, le piden una foto con el móvil. El actor tiene 78 años y conserva su estado de gracia.

Nacido en 1940 en la calle Arriaza de Madrid, Pajares es hijo único, después de que diez años antes muriese un hermano por una bronquitis, “así que mis padres dijeron ‘este no se nos muere’ y todo el día me ponían bufandas y jerséis; en la escuela, al hacer deporte, se reían de mí, pero yo aún sufro de muy friolero”. Fue un niño travieso al que expulsaban de las escuelas, amante del circo y los espectácul­os. “Con nueve años gané mi primer sueldo, 25 pesetas, contando un cuento en la Ser”. No tiene precedente­s artísticos en la familia salvo su padrino, el célebre maestro Quiroga, amigo de su padre. “Le dijo que sería artista si después del bautizo, según una tradición, me cortaban las uñas detrás de una puerta”.

Fuera o no verdad, pronto demostró sus dotes. Siendo un chaval llamaba por teléfono a los vecinos imitando la voz de un locutor de radio. “Les decía que presentaba un concurso y les hacía una pregunta tonta pero difícil que nadie acertaba”. Su respuesta era de manual: “Acaba usted de perder un magnífico lote de nuestros productos”. A los trece años Pajares vio que estudiar no era lo suyo. Trabajó en una gestoría, en una tienda de somieres, en la casa Kodak, vendiendo libros y de camarero. “Me despidiero­n porque me comía los flanes por succión”. Hasta los 17 años, en un viaje a Santander, no vio el mar.

Ir al teatro como claque le puso en contacto con la revista. Sus primeros pasos fueron como humorista en las compañías de Antonio Machín, Manolo Escobar y Tony Leblanc. Actuó junto a Sara Montiel y Rocío Jurado. “Rifábamos una botella de Anís del Mono para poder comer”. Trabajó en revistas de variedades en el circo Price, “aún con el olor de los leones”. Fue el cantante de una orquesta de mujeres. Conoció el Paral·lel de primera mano. “Me gustaba mucho Alady”. Coincidió allí con Mary Santpere, que después fue su madre en la película Makinavaja, el último choriso (1992).

El núcleo duro de su carrera lo forman las películas que rodó con Mariano Ozores, formando tándem con Fernando Esteso, pero Pajares demostró ductilidad y eficacia en la película de Carlos Saura ¡Ay, Carmela! (1990), con Carmen Maura, por la que fue distinguid­o como el mejor actor en los Goya y en el festival de cine de Montreal. También trabajó en Tiovivo (1950) de José Luis Garci, en Moros y cristianos (1987) de Luis G. Berlanga y en Bwana (1996) de Manuel Uribe. El humorista explotó en televisión el personaje de El Currante, con su típica boina, y entre otras series protagoniz­ó Tío Willy en 1998.

En 1958 conoció a su primera esposa, Maby Bruguera, madre de su hijo Andrés, ya fallecida. Con Chonchi Alonso tuvo a su hija Mari Cielo. La separación fue polémica. En el 2003 hizo público que tenía una tercera hija, Eva. Después de otras relaciones ahora vive con Juana Díaz, su secretaria personal. Pajares ha estado ingresado por distintos problemas de salud, a veces por algún altercado. Puede andar poco por sus problemas de espalda, “me han operado tres veces y tengo que hacer rehabilita­ción”, pero al otro lado del teléfono destila un sentido del humor intacto, más afilado con el paso del tiempo. Esto no le impide ser “muy llorón”. Será porque se considera una persona sensible. “Bueno, hay mujeres más duras que yo”, remata.

El actor vive retirado, y cuando le paran por la calle, en vez de un autógrafo, le piden una foto con el móvil

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G3ONLINE Arriba, Andrés Pajares, en los años setenta, disfrazado para un rodaje. Sobre estas líneas, en una foto del pasado noviembre
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