La Vanguardia

Todos los ojos miran a Meghan

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Esta es ha sido la semana de Meghan Markle y puede que hasta el año, y quién sabe si su entrada en la familia real británica marcará también una época. Su imagen, cual madonna, entrando en la capilla de San Jorge, puede interpreta­rse como la de una virgen que va a sacrificar­se más que como la de una mujer liberada que no necesita que un hombre la entregue a otro. Es cuestión de opiniones, aunque la realidad es que los diseñadore­s de la ceremonia de boda (siguiendo el criterio de los ideólogos de Buckingham Palace) hicieron de la necesidad virtud. A falta de padre, al menos de un padre presentabl­e, mejor convertir a la novia en un icono feminista. Lo que faltaba para el duro. No hay nada menos feminista que casarse con un miembro de la realeza. Toda mujer liberada, aun admitiendo marido como animal de compañía, ha logrado tener identidad propia, y pocas aceptan ya anunciarse como señora de tal o cual. No es el caso de las mujeres que se emparejan con la realeza, ya que su proyección pública, y quien sabe también si la privada, lo es en razón de su matrimonio. La actriz Meghan Markle murió al dar a luz la duquesa de Sussex, del mismo modo que la periodista Letizia Ortiz dio paso a la princesa de Asturias y, después, a la Reina, aunque a veces se olvide.

Como en toda buena obra, en la boda de los duques de Sussex brilló una secundaria de lujo: Doria Ragland, la madre de la novia, que fue capaz de aguantar el tipo con gran dignidad frente a algunos de los carcamales que aún transitan por la corte británica. Hace más de treinta años que se separó del padre de Meghan, un técnico de Hollywood, retirado ahora en México, que cayó en la trampa de un paparazzo que lo puso en ridículo e imposibili­tó su presencia en la boda. Quien sabe si quienes diseñaron la boda real, al percatarse de la inconvenie­ncia del personaje, no fueron los que idearon la trampa y, posteriorm­ente, para lavarle la cara, la oportuna operación cardiaca de

Tom Markle con la que justificar su ausencia en la capilla de San Jorge y, de ese, modo borrar para siempre su nexo con la nueva duquesa.

Todo por la imagen de Gran Bretaña y su excelsa familia real, a la que tanto ha contribuid­o la serie

The crown. Quienes prefieran completar el retrato de los royals británicos, más allá de la magnificen­cia, pueden tragarse las dos temporadas de The Windsors, serie producida y emitida por el Channel 4 británico, una parodia salvaje que puede verse en Netflix y donde, a diferencia de en la realidad, el padre de Meghan Markle sí acude a la boda. Al lado de esta serie, las parodias de Polònia en TV3 sobre la familia real española parecen Els

pastorets.

La boda de los duques de Sussex se planteó como un espectácul­o global; todos los personajes tenían su papel, incluso los ausentes

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WPA POOL / GETTY
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BALLESTERO­S / EFE
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ANDREW PARSONS / ZUMAPRESS.COM / CORDON PRESS
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GARETH FULLER / AFP
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