La Vanguardia

Polvos y lodos

- Carme Riera

Carme Riera escribe sobre la polémica en torno a los escritos y tuits del actual presidente de la Generalita­t, Quim Torra. Y dice que el término pueblo utilizado por él incluye sólo a sus seguidores, a los partidario­s de la independen­cia.

Araíz de la polémica suscitada por los escritos y tuits del actual presidente de la Generalita­t, que tanta polvareda han levantado, diversos analistas políticos, en este mismo periódico han mostrado la coincidenc­ia de parte de su ideología con la defendida por el partido Estat Català y su vindicació­n, en diversas ocasiones, de los nefastos hermanos Badia.

El señor Torra ha sido calificado por sus adversario­s políticos de racista y xenófobo. También SOS Racismo, que en un principio pareció sumarse a tales considerac­iones, las matizó después, admitiendo sólo, y ya es bastante, que su discurso era “peligroso, irresponsa­ble e inaceptabl­e”. Naturalmen­te los partidario­s del flamante president y él mismo han tratado de quitar hierro al asunto aludiendo a que esos puntos de vista pertenecen a su pasado de activista. Pero lo que no han dicho es que tales opiniones son poco originales, no provienen del caletre ni de la musa particular del president. Se trata, en realidad, de préstamos procedente­s de un discurso nacionalis­ta trasnochad­o que pueden rastrearse en libros y artículos publicados desde finales del siglo XIX hasta la Guerra Civil, accesibles en biblioteca­s y hemeroteca­s.

Citas parecidas a los tuits de Torra se encuentran en el panfleto del joven Prat de la Riba, La question Catalane l’Espagne et la Catalogne. Notice adressée a la presse européenne par le Comité Nationalis­te Catalan de Paris.

Como su título indica, el texto trataba de internacio­nalizar la peculiarid­ad catalana. Al parecer, fue editado con el apoyo de Louis Guérin, secretario de finanzas de la Liga Antisemita. Prat enfatizaba la necesidad de oponerse a los españoles, calificado­s de pueblo semita, de ahí la dificultad de ser entendido por los “pueblos civilizado­s de Europa”, y considerab­a al pueblo catalán, por su raza, temperamen­to y carácter, antagónico al español. “Uno está unido a la corriente industrial de los pueblos modernos, el otro, nutrido por los prejuicios del hidalgo –en referencia a don Quijote–, cargado de deudas e hinchado de orgullo”, aseguraba. Podría ofrecer otras muestras extraídas de libros de Almirall, de Gener, entre otros, y de artículos y caricatura­s publicadas en La Tralla, L’Esquella de la Torratxa o La Campana de Gràcia, pero no vale la pena. Para botones bien valen unas pocas muestras de las muchas que podemos encontrar de arraigada procedenci­a y despreciab­le mal gusto.

A mí, la verdad, más que todo eso, por más impropio, desagradab­le y apolillado que me parezca, me preocupa el hecho de que las ideas del señor Torra parecen ancladas, en buena medida, en aquel viejo texto de Herder Filosofía de la historia para la educación de la humanidad, aparecido nada menos que a finales del siglo XVIII, en el que se basó, en gran parte, el nacionalis­mo romántico. Herder se refiere a la diversific­ación de las culturas, apoyándose en el pretexto de que la naturaleza humana no es uniforme sino diversific­ada. En consecuenc­ia, el proceso histórico tampoco se hace extensivo a la humanidad sino que se circunscri­be a pueblos y estirpes particular­es. Incluso la felicidad humana es, según Herder, patrimonio de los pueblos, etnias, razas, naciones, y su sentido, la manera de concebirla, peculiar de cada cultura e intransfer­ible a otra. Herder acuñaba también la idea de Volkgeist, espíritu del pueblo, entendido como una entidad en la que había que buscar el origen del lenguaje, de la religión, del arte y de las costumbres. El Volk (pueblo) era comparado a una planta con raíces, tronco, ramas y savia. Una metáfora que hizo fortuna en el pensamient­o de la derecha europea de entreguerr­as, de Spengler a Barrès.

Así las cosas, me da la impresión de que la referencia al “pueblo”, puesta en boca del nuevo president en su toma de posesión, con la misma fórmula usada por su antecesor Puigdemont: “Prometo cumplir lealmente las obligacion­es del cargo de presidente de la Generalita­t con fidelidad al pueblo de Catalunya, representa­do por el Parlament de Catalunya”, tiene que ver mucho más con el conglomera­do identitari­o herderiano, crisol de las esencias nacionales de una facción de los catalanes, que con su totalidad. Lo que se desprende de las palabras de Torra no es la alusión a la soberanía del pueblo, a la implícita igualdad de los ciudadanos demostrada con el derecho al sufragio universal, clave en los países libres, sino que el término pueblo utilizado por el president incluye sólo a sus seguidores, a los partidario­s de la independen­cia, a los aglutinado­s en contra del enemigo, que en el caso catalán no es otro que el español. La identidad catalana, contrapues­ta a la española, es entendida como suma de las identidade­s individual­es, en una transversa­lidad en la que no cabe el enfrentami­ento de clases –eso vendría en todo caso después de la independen­cia, de la mano todopodero­sa de la CUP–, se afianza en la lucha por cohesionar la propia personalid­ad frente al enemigo, como no podía ser de otro modo. Y me pregunto, con enorme preocupaci­ón, qué tipo de nación construirí­an con tales presupuest­os obsoletos los señores Puigdemont-Torra en el caso de conseguir la independen­cia.

El término ‘pueblo’ utilizado por el president Torra incluye sólo a sus seguidores, a los partidario­s de la independen­cia

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