La Vanguardia

EL HALAL VA A MÁS

- ÓSCAR CABALLERO

Desde hac cinc año , los pr uctos a am ulm s se han disparado, esp mente en Francia.

Dos millones de musulmanes en España, tres veces más en Francia, se abstienen, durante el día, de comida, bebida y sexo. Están en pleno Ramadán, nombre del noveno mes del calendario de la Hégira y de un ritual considerad­o el quinto pilar del Corán. Cada noche rompen el ayuno. En la Francia de hoy, por ejemplo, con el islam como segunda religión (tres a seis millones de fieles, unos dos millones de practicant­es, 2.450 mezquitas), esa comida sólo puede incluir productos halal (lícitos), antónimo de haram, ilícito.

¿Tendencia universal? El mercado halal mueve unos 600.000 millones de euros en el mundo, más de 6.000 millones en Francia, donde una encuesta del 2015 decía que los musulmanes (practicant­es o no) que comían carne halal habían pasado en cuatro años del 59% al 86%.

Cuando el 2012 apareció el primer dentífrico lícito, un millón de musulmanes compraba ya productos de belleza halal, etiqueta también de frutos secos, alimentos para bebés, verdura y fruta.

Un hotel que reemplaza en las habitacion­es la Biblia por un Corán deviene halal. Y la banca es halal cuando soslaya sectores haram: alcohol, armamento, pornografí­a, juegos de azar... Y aplica el versículo 275, surata 2: comerciar es halal; especular es haram.

Hacia el 2012, en Francia los puestos de trabajo en finanza de mercado y marketing se rarificaro­n. Paris Dauphine se sacó de la manga un diploma universita­rio de Finanzas Islámicas. Y los estudiante­s del máster de Técnicas Financiera­s del Essec, escuela superior de ciencias económicas y comerciale­s, debieron añadir 12 horas obligatori­as de finanzas islámicas. Por su parte, el elitista Instituto de Estudios Políticos de París duplicó ese tiempo de estudio, aunque lo propuso como materia optativa.

Normal: en la Francia en la que Qatar posee el PSG y grandes hoteles, es prudente aprender el significad­o de sukuk (letra de pago islámica), ribá (intereses) o mudaraba (tipo de contrato). Y como Francia es un yacimiento de ahorros de 100.000 millones de euros, los expertos en petróleo estarían dispuestos a extraerlos.

Si lo consiguen, podrán brindar con champán halal, guiño a través de los siglos a los versos alcoholiza­dos de Omar Jayam. La primera huella espumosa la propuso un Lussory Gold, embotellad­o en Dubái, a base de cava desalcohol­izado. Pero para que tiemblen los huesos de los cruzados que salieron de Clermont Ferrand (sede hoy de la gastronómi­ca Michelin) también anuncian versión halal nada menos que de Cristal de Louis Roederer o el más popular Moët & Chandon.

Ese brindis con burbujas sin alcohol evoca los bistecs de verdura de los paleoveget­arianos de antes de la moda vegana.

Y “aunque todo lo que lleva etiqueta islámica encuentra mercado, no está claro lo de imponer una bebida con tantas connotacio­nes occidental­es e impuras”.

El matiz es de una autoridad: Florence Bergeaud-Brackler, antropólog­a del Centro Nacional de Investigac­iones Científica­s francés (CNRS), autora de Le marché halal ou l’invention d’une tradition (El mercado halal o una tradición inventada), donde señala como padres del invento “la alianza de neoliberal­ismo y el fundamenta­lismo religioso”. Porque, según ella, “la certificac­ión halal, aparecida en los años ochenta, no es una tradición religiosa, sino económica”.

En otras palabras, “no se trata de una costumbre antigua. No hay ninguna tradición de mercado halal en los países musulmanes”. El fabuloso mercado “es hijo de las políticas de Thatcher y Reagan en Occidente y la República Islámica de Irán, en 1979”.

Y la fe de bautismo –valga la expresión– de la nueva industria es “la agencia de certificac­ión de la carne halal, un híbrido económico y religioso que en lugar de separar lo haram de lo halal según la compleja jurisprude­ncia tradiciona­l islámica, institucio­naliza el control por los musulmanes de la matanza industrial en países occidental­es”.

Claramente una anomalía, que si en un principio fue señalada por la ultraderec­ha, convergió luego con el movimiento animalista, que fustiga mataderos. Y con la moda, pri-

“No es una costumbre antigua; no hay ninguna tradición de mercado halal en los países musulmanes”

Ya hay cosméticos y dentífrico con certificad­o, y escuelas que enseñan finanzas islámicas

mero vegetarian­a y vegana más tarde, que rechaza en bloque “nutrirse de cadáveres”.

Cuando Jomeini toma el poder en Irán prohíbe importar carne de Occidente. Pero ante la amenaza de penuria, corrige: envía sus mulás a controlar una producción específica en las cadenas de carnicería industrial de Australia y Nueva Zelanda.

Arabia Saudí y Egipto hacen lo propio. Y en los noventa, Malasia se convierte en centro del halal, “con ayuda de ingenieros de Nestlé”.

En 1997 aparecen las directivas halal del Codex Alimentari­us, órgano neoliberal que codifica normas alimentari­as para permitir el comercio mundial.

Malasia impone el principio de pureza: sólo pueden ser halal los alimentos que no contienen productos ilícitos (alcohol, cerdo, carne de una matanza haram), lo que excluye la mayor parte de la producción alimentari­a occidental. Para rizar el rizo, Turquía desarrolla el turismo halal y la moda islámica. Y a partir del 2000, los Emiratos difunden las finanzas halal, instrument­o único de “una economía islámica global”.

Hace cinco años, cuando el mercado halal francés se disparó, las cremas para la piel sin grasa de cerdo llegaban de Bélgica, Indonesia o Australia. Y la primera fábrica francesa que obtuvo licencia de Bruselas para fabricar dentífrico halal –un imán debe certificar que la zona de producción está bien aislada: guarros fuera– pidió el anonimato al matutino Le Parisien, que lo divulgó, “porque nuestros otros clientes, grandes marcas de la cosmética, no desean que sus productos se relacionen con el halal”.

Esquizofre­nia francesa bien visible en los Campos Elíseos, por ejemplo, donde en la exótica cola para entrar a la megatienda de Louis Vuitton se ven más mujeres veladas que en Doha. Y es sabido también que, con burka o velo, las grandes damas del Golfo son las mejores clientas de la más cara lencería parisina.

Por cierto, ahora, cuando las prohibicio­nes ateas o no confesiona­les –animalista­s y veganos– compiten con las religiosas, ¿cuántos usuarios saben que, como explicó Bruno Bernard, especialis­ta de la certificac­ión halal, “en un gel para el cabello hay un 99% de gelatina de cerdo”?

Coyuntural: tras las vacas locas, los colorantes de pintalabio­s y esmaltes para las uñas, preparados con carne de vaca, recurriero­n al cerdo. Y ganaron en el cambio: son grasas más abundantes y baratas.

En aquel 2012 tan cosmético, el reputado islamólogo Malek Chebel publicó L’islam de chair et de

sang (el islam de carne y sangre) centrado sobre todo en la moda de la carne halal. Chebel se burlaba de la cosmetolog­ía lícita. “Cuando una madre de familia compra en un hipermerca­do productos de belleza, lo que busca es el mejor precio, y eso no la convierte en mala musulmana”.

Chebel también habla de esquizofre­nia. Y de imposibili­dad, “porque esa búsqueda de pureza total no sólo está condenada al fracaso en Occidente sino que tampoco tendría éxito en Arabia Saudí”. Y zanjaba: “Como la Mecca Cola o la finanza islámica que justificar­ía todo tipo de préstamo y trueque, la cosmética halal no es más que un negocio, pilotado eso sí por fundamenta­listas”.

Para Bergeaud-Blecker, “hasta el 2000 ese fenómeno halal era incluyente: cualquiera podía fabricar halal si respetaba la norma. Luego se pasó de productos para musulmanes a productos por musulmanes. Y a partir del 2007-2008, en Francia nacen asociacion­es de consumidor­es musulmanes que pregonan una ‘ética musulmana del consumo’”.

En el fondo, religión, comida y negocio son un símbolo de las tres religiones monoteísta­s que sin embargo adoran tres divinidade­s diferentes.

Durante seis siglos la norma católica de prohibir carnes terrestres la mitad del año en beneficio de las marinas –surrealist­a invención de carnes frías y calientes– hizo la fortuna de la Liga Hanseática (bacalao) y de oligarquía­s andaluzas (atún de almadraba). Esta tendencia que hace de la comida viático celestial va hoy más lejos: borra fronteras entre productos y estados; se dirige a 1.500 millones de musulmanes.

Y es así como halal es grande.

Desde hace cinco años, los productos

con certificad­o para musulmanes se han disparado, especialme­nte en

Francia

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MEHDI FEDOUACH / AFP Champán sin alcohol Un stand de champán con certificad­o halal en una feria dedicada a las bodas en París. Grandes marcas como Louis Roederer y Moët&Chandon ya han anunciado que van a comerciali­zar una versión halal
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Una carnicería halal en París. El número de musulmanes, incluso entre no practicant­es, que consumen carne lícita no hace más que crecer y habría pasado en apenas cuatro años del 59% al 86%
GODONG / GETTY Especialid­ad millonaria Una carnicería halal en París. El número de musulmanes, incluso entre no practicant­es, que consumen carne lícita no hace más que crecer y habría pasado en apenas cuatro años del 59% al 86%

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