EL HALAL VA A MÁS
Desde hac cinc año , los pr uctos a am ulm s se han disparado, esp mente en Francia.
Dos millones de musulmanes en España, tres veces más en Francia, se abstienen, durante el día, de comida, bebida y sexo. Están en pleno Ramadán, nombre del noveno mes del calendario de la Hégira y de un ritual considerado el quinto pilar del Corán. Cada noche rompen el ayuno. En la Francia de hoy, por ejemplo, con el islam como segunda religión (tres a seis millones de fieles, unos dos millones de practicantes, 2.450 mezquitas), esa comida sólo puede incluir productos halal (lícitos), antónimo de haram, ilícito.
¿Tendencia universal? El mercado halal mueve unos 600.000 millones de euros en el mundo, más de 6.000 millones en Francia, donde una encuesta del 2015 decía que los musulmanes (practicantes o no) que comían carne halal habían pasado en cuatro años del 59% al 86%.
Cuando el 2012 apareció el primer dentífrico lícito, un millón de musulmanes compraba ya productos de belleza halal, etiqueta también de frutos secos, alimentos para bebés, verdura y fruta.
Un hotel que reemplaza en las habitaciones la Biblia por un Corán deviene halal. Y la banca es halal cuando soslaya sectores haram: alcohol, armamento, pornografía, juegos de azar... Y aplica el versículo 275, surata 2: comerciar es halal; especular es haram.
Hacia el 2012, en Francia los puestos de trabajo en finanza de mercado y marketing se rarificaron. Paris Dauphine se sacó de la manga un diploma universitario de Finanzas Islámicas. Y los estudiantes del máster de Técnicas Financieras del Essec, escuela superior de ciencias económicas y comerciales, debieron añadir 12 horas obligatorias de finanzas islámicas. Por su parte, el elitista Instituto de Estudios Políticos de París duplicó ese tiempo de estudio, aunque lo propuso como materia optativa.
Normal: en la Francia en la que Qatar posee el PSG y grandes hoteles, es prudente aprender el significado de sukuk (letra de pago islámica), ribá (intereses) o mudaraba (tipo de contrato). Y como Francia es un yacimiento de ahorros de 100.000 millones de euros, los expertos en petróleo estarían dispuestos a extraerlos.
Si lo consiguen, podrán brindar con champán halal, guiño a través de los siglos a los versos alcoholizados de Omar Jayam. La primera huella espumosa la propuso un Lussory Gold, embotellado en Dubái, a base de cava desalcoholizado. Pero para que tiemblen los huesos de los cruzados que salieron de Clermont Ferrand (sede hoy de la gastronómica Michelin) también anuncian versión halal nada menos que de Cristal de Louis Roederer o el más popular Moët & Chandon.
Ese brindis con burbujas sin alcohol evoca los bistecs de verdura de los paleovegetarianos de antes de la moda vegana.
Y “aunque todo lo que lleva etiqueta islámica encuentra mercado, no está claro lo de imponer una bebida con tantas connotaciones occidentales e impuras”.
El matiz es de una autoridad: Florence Bergeaud-Brackler, antropóloga del Centro Nacional de Investigaciones Científicas francés (CNRS), autora de Le marché halal ou l’invention d’une tradition (El mercado halal o una tradición inventada), donde señala como padres del invento “la alianza de neoliberalismo y el fundamentalismo religioso”. Porque, según ella, “la certificación halal, aparecida en los años ochenta, no es una tradición religiosa, sino económica”.
En otras palabras, “no se trata de una costumbre antigua. No hay ninguna tradición de mercado halal en los países musulmanes”. El fabuloso mercado “es hijo de las políticas de Thatcher y Reagan en Occidente y la República Islámica de Irán, en 1979”.
Y la fe de bautismo –valga la expresión– de la nueva industria es “la agencia de certificación de la carne halal, un híbrido económico y religioso que en lugar de separar lo haram de lo halal según la compleja jurisprudencia tradicional islámica, institucionaliza el control por los musulmanes de la matanza industrial en países occidentales”.
Claramente una anomalía, que si en un principio fue señalada por la ultraderecha, convergió luego con el movimiento animalista, que fustiga mataderos. Y con la moda, pri-
“No es una costumbre antigua; no hay ninguna tradición de mercado halal en los países musulmanes”
Ya hay cosméticos y dentífrico con certificado, y escuelas que enseñan finanzas islámicas
mero vegetariana y vegana más tarde, que rechaza en bloque “nutrirse de cadáveres”.
Cuando Jomeini toma el poder en Irán prohíbe importar carne de Occidente. Pero ante la amenaza de penuria, corrige: envía sus mulás a controlar una producción específica en las cadenas de carnicería industrial de Australia y Nueva Zelanda.
Arabia Saudí y Egipto hacen lo propio. Y en los noventa, Malasia se convierte en centro del halal, “con ayuda de ingenieros de Nestlé”.
En 1997 aparecen las directivas halal del Codex Alimentarius, órgano neoliberal que codifica normas alimentarias para permitir el comercio mundial.
Malasia impone el principio de pureza: sólo pueden ser halal los alimentos que no contienen productos ilícitos (alcohol, cerdo, carne de una matanza haram), lo que excluye la mayor parte de la producción alimentaria occidental. Para rizar el rizo, Turquía desarrolla el turismo halal y la moda islámica. Y a partir del 2000, los Emiratos difunden las finanzas halal, instrumento único de “una economía islámica global”.
Hace cinco años, cuando el mercado halal francés se disparó, las cremas para la piel sin grasa de cerdo llegaban de Bélgica, Indonesia o Australia. Y la primera fábrica francesa que obtuvo licencia de Bruselas para fabricar dentífrico halal –un imán debe certificar que la zona de producción está bien aislada: guarros fuera– pidió el anonimato al matutino Le Parisien, que lo divulgó, “porque nuestros otros clientes, grandes marcas de la cosmética, no desean que sus productos se relacionen con el halal”.
Esquizofrenia francesa bien visible en los Campos Elíseos, por ejemplo, donde en la exótica cola para entrar a la megatienda de Louis Vuitton se ven más mujeres veladas que en Doha. Y es sabido también que, con burka o velo, las grandes damas del Golfo son las mejores clientas de la más cara lencería parisina.
Por cierto, ahora, cuando las prohibiciones ateas o no confesionales –animalistas y veganos– compiten con las religiosas, ¿cuántos usuarios saben que, como explicó Bruno Bernard, especialista de la certificación halal, “en un gel para el cabello hay un 99% de gelatina de cerdo”?
Coyuntural: tras las vacas locas, los colorantes de pintalabios y esmaltes para las uñas, preparados con carne de vaca, recurrieron al cerdo. Y ganaron en el cambio: son grasas más abundantes y baratas.
En aquel 2012 tan cosmético, el reputado islamólogo Malek Chebel publicó L’islam de chair et de
sang (el islam de carne y sangre) centrado sobre todo en la moda de la carne halal. Chebel se burlaba de la cosmetología lícita. “Cuando una madre de familia compra en un hipermercado productos de belleza, lo que busca es el mejor precio, y eso no la convierte en mala musulmana”.
Chebel también habla de esquizofrenia. Y de imposibilidad, “porque esa búsqueda de pureza total no sólo está condenada al fracaso en Occidente sino que tampoco tendría éxito en Arabia Saudí”. Y zanjaba: “Como la Mecca Cola o la finanza islámica que justificaría todo tipo de préstamo y trueque, la cosmética halal no es más que un negocio, pilotado eso sí por fundamentalistas”.
Para Bergeaud-Blecker, “hasta el 2000 ese fenómeno halal era incluyente: cualquiera podía fabricar halal si respetaba la norma. Luego se pasó de productos para musulmanes a productos por musulmanes. Y a partir del 2007-2008, en Francia nacen asociaciones de consumidores musulmanes que pregonan una ‘ética musulmana del consumo’”.
En el fondo, religión, comida y negocio son un símbolo de las tres religiones monoteístas que sin embargo adoran tres divinidades diferentes.
Durante seis siglos la norma católica de prohibir carnes terrestres la mitad del año en beneficio de las marinas –surrealista invención de carnes frías y calientes– hizo la fortuna de la Liga Hanseática (bacalao) y de oligarquías andaluzas (atún de almadraba). Esta tendencia que hace de la comida viático celestial va hoy más lejos: borra fronteras entre productos y estados; se dirige a 1.500 millones de musulmanes.
Y es así como halal es grande.
Desde hace cinco años, los productos
con certificado para musulmanes se han disparado, especialmente en
Francia