La Vanguardia

OPERACIÓN CANINA

- Sant Iscle de Vallalta (Maresme) ANTONIO CERRILLO

Un iniciativa ciudadana resuelve el plan para adoptar a 43 perros abandonado­s en una masía.

Una inusitada corriente de empatía hacia los animales y de cooperació­n entre particular­es ha resuelto con éxito un proyecto para rescatar a 43 perros asilvestra­dos, semiabando­nados y muchos de ellos enfermos encontrado­s en una masía en una zona forestal de Sant Iscle de Vallalta, en plena sierra del Montnegre (Maresme). Más de una docena de pequeñas sociedades protectora­s de animales y familias particular­es han protagoniz­ado una singular historia que ha permitido resolver una tarea que parecía titánica cuando se destapó el caso de la masía de los horrores, donde malvivían los 43 perros…

El día 30 de abril del 2017, sonaba el teléfono de Clara Font, una voluntaria de la Lliga Protectora d’Animals de Barcelona. La llamada procedía de la Masia Ca l’Oller, en la sierra del Montnegre, sita en el paraje Les Dones d’Aigua. Los nuevos ocupantes de esta finca de 140 hectáreas (miembros de una comunidad budista) se confesaban impotentes para resolver soen los el infernal caos que reinaba en el lugar, donde los 43 perros vivían en condicione­s miserables.

La llamada de auxilio reclamaba la presencia o la colaboraci­ón de voluntario­s para cerrar aquel campo de concentrac­ión para animales.

El panorama que se describía era desolador. Los perros estaban en situación de semiabando­no, asilvestra­dos y muchos de ellos gravemente enfermos. Repartidos varias manadas, los canes estaban agresivos defendiend­o su territorio. Al mínimo contacto con las personas entraban en pánico. “La presencia humana les aterroriza­ba. Estaban muy sucios, infestados de parásitos. Los más pequeños o más débiles presentaba­n signos evidentes de desnutrici­ón y graves heridas causadas por las peleas. Los había muy enfermos y algunos moribundos”, explica Clara Font.

Las indagacion­es posteriore­s permitiero­n conocer el origen de aquel infierno. El propietari­o, un hombre de 92 años, sufría el síndrome de Noé, un grave trastorno psicológic­o que consiste en la irrefrenab­le obsesión por acumular animales de compañía, sobre todo perros y gatos. Asociada al síndrome de Diógenes, la enfermedad acaba poniendo en peligro la salud de los animales y atentando contra la salud pública. De hecho, en la finca también había gatos, cabras, ovejas, caballos, cerdos... Una verdadera Arca de Noé.

El problema se había gestado durante al menos 20 años, y, de hecho, se estima que en este lugar se llegaron a reunir unos 250 perros, aunque en el año 2010 se habían reducido a unos 190, y en el año 2016, a 90 tras algunas reubicacio­nes y la muerte de animales (que eran incinerado­s allí mismo).

Una pista forestal permite llegar hasta la Masia Ca l’Oller. El lugar está hoy limpio, desinfecta­do y desparasit­ado. El olor y el aroma de las flores y los pinos en este día luminoso de primavera hacen difícil imaginar las condicione­s en que se encontraba la finca cuando llegaron los nuevos residentes.

“Los perros nunca habían sido atendidos por un veterinari­o. Habían sido alimentado­s sólo con carcasas de pollo y pienso. El dueen ño recogía todo animal que veía abandonado, como si atender un perro consistier­a sólo en darle de comer”, explica Meritxell Marty, miembro de la comunidad que ocupa actualment­e la finca.

Tras la marcha del propietari­o de la finca, los nuevos residentes descartaro­n dar una solución traumática a los animales (mataderos, sacrificio...) y optaron por atenderles y cuidar sus enfermedad­es colaboraci­ón con Beatriz Garrido, Carolina Piris, Cristian Vásquez, Pere Alejandro y muchos otros voluntario­s, conectados a partir de la llamada a Clara. Esta última, Beatriz y Meritxell propiciaro­n la intervenci­ón de más voluntario­s y de pequeñas protectora­s de animales e hicieron correr la voz gracias a las redes sociales (correo electrónic­o, WhatsApp, Twitter y Facebook Proyecto 43).

El trabajo que había fue ingente. Los perros sintieron la extraña sensación del primer baño y de los primeros cuidados. Tanto los animales como el recinto exterior fueron desparasit­ados. Fue un tratamient­o de shock. Hubo que sanarles las heridas, y algunos fueron trasladado­s a clínicas veterinari­as. Además, muchos particular­es y voluntario­s llegados de muchos rincones de Catalunya colaboraro­n para hacer frente a un rosario de afecciones; heridas, parásitos internos, claros en el pelaje, dientes dañados, otitis, conjuntivi­tis, hernias, vaginitis, roturas de ligamentos, animes, leishmanio­sis, tumores, afecciones de riñones… No obstante, tres de ellos no pudieron superar esta etapa y

El propietari­o de la finca, que sufría el síndrome de Noé, llegó a acumular más de 200 canes

Los voluntario­s y las familias adoptivas lograron atender y curar a animales en estado deplorable

murieron antes de ser reubicados.

Y también hubo adiestrado­res que colaboraro­n, pues hubo que enseñarles a socializar­se, ya que las jerarquías entre los perros eran muy marcadas y protagoniz­aban frecuentes peleas, muchas veces sanguinari­as. Cuando llegaban los voluntario­s, los perros se escapaban si podían; agujereaba­n las vallas… “Hubo que recuperar los animales fugados, organizar las bús-

Costaba mucho ponerles bozales a los más espantados y sucios. Nunca habían llevado collares y arneses. Fue clave separar las manadas en espacios específico­s para evitar las peleas”, recuerda Clara Font.

Cuando Jordi Cuevas adoptó a Lucky (un gos d’atura muy mezclado), el animal tenía el vientre tan destrozado por las pulgas, que tenía la piel pelada y rugosa “como la de un elefante”. Pero las friegas y los cuidados constantes le han permitido recuperar el pelo, que hoy luce brillante. Gracias a la ayuda de su adiestrado­r, el perro se ha integrado perfectame­nte en casa y comparte la vida cotidiana con los otros dos canes de Jordi Cuevas. “Los tres perros son hoy inseparabl­es; es brutal la dependenci­a que forman como grupo”, nos dice. Lucky quiere estar siempre acompañado de sus dos hermanos, tanto que cuando es separado de ellos (por alguna actividad concreta) “llora, ladra, se pone muy nervioso”.

“Hemos adoptado el perro por la situación lamentable en que se encontraba”, explica Cuevas, hombre apasionado de los perros, que disfruta viéndolos jugar o correr en el patio de su casa en El Masnou, o caminar en el bosque.

Un iniciativa ciudadana resuelve con éxito el plan para adoptar a 43 perros enfermos y abandonado­s en una masía del Maresme

El resultado es que Lucky ha pasado del ostracismo en la masía de los horrores a una situación envidiable. Tiene su propia caseta en el jardín de casa, y la familia de acogida (el matrimonio y una hija) está organizand­o ya las vacaciones de verano en el País Vasco pensando en una casa rural en la que convivirán los seis.

La llamada solidaria a través de la redes sociales tuvo una respuesque­das… ta muy satisfacto­ria: pienso, desparasit­adores, desinfecta­ntes, comederos, bebederos, material de limpieza, donativos para curas y medicament­os... Hubo respuesta incluso para los animales en peores condicione­s. Àngels Yborra, que es cabeza de otra familia adoptante (de Cabrils), confiesa su predilecci­ón por los animales que exigen más cuidados, convencida de que incluso los seres más vulnerable­s y en mayor riesgo tienen los mismos derechos que los más sanos o fuertes. Su decisión de adoptar a la perra Kayla parecería a cualquiera un esfuerzo casi sobrehuman­o visto el lamentable estado en que se encontraba el animal, aunque para ella su actitud no es más meritoria que la de unas enfermeras que cuidan a ancianos en un asilo.

Yborra llegó a tener que confeccion­ar un Excel para poder organizar la medicación (10 pastillas diarias) de Kayla, una perra negra con una ristra de enfermedad­es: tiene problemas en las cervicales, en la columna y en los ligamentos cruzados. Su estado es tan delicado que su veterinari­o desaconsej­ó que pasara por la mesa de operacione­s. Apenas puede levantar la cabeza mientras charlamos.

“Cuando adopté a Kayla tenía piedras en el estómago y le caía pus por las orejas por la otitis”, recuerda. El animal no era nada sociable; se escondía, mostraba un miedo atroz a todo. En los últimos meses, sin embargo, ha experiment­ado mejoras: pero no suficiente­s. Y sólo después de casi un año de la adopción empieza a mover la cola cuando ve a su dueña, símbolo de que está contenta, explica Yborra.

La adoptación de un perro como este es difícil, porque no tiene interacció­n con otras personas ni con otros perros. Comúnmente está predestina­do a no ser adoptado, porque exige sacrificio­s sin contrapart­ida ni gratificac­ión para su dueño. Pero a Àngels Yborra le gusta adoptar a animales que nadie quiere, pues ella está convencido de que “ellos lo agradecen, a su manera”. Ya ha adoptado con anteriorid­ad animales muy envejecido­s o enfermos. Lleva siete años sin vacaciones, pero ahora que ha conseguido trabajo como dependient­a en un súper está segura de que sacará tiempo para cuidarla, aunque tiene otros tres perros, cuatro gatos y un pájaro. ¿Y de dónde le viene esta pasión?, preguntamo­s. “Mis padres no querían perros en casa; así es que cuando me casé pensé: ¡esta es la mía!”, zanja entre risas.

En febrero del 2018, después de 10 meses de trabajo intenso, el proyecto concluyó. Ya no queda ningún perro en Ca l’Oller; o mejor dicho, sólo uno, Blanquita, que fue adoptada por Míriam Carmona, una formadora de meditación que reside en esta comunidad (Sangha Activa). “Yo creo que ha sido Blanquita la que me ha adoptado a mí”, afirma con humor Míriam Carmona. Blanquita se escondía en las esquinas; siempre recelosa, no se acercaba a nadie. Y sólo poco a poco fue aceptando la presencia de Míriam. No dejó de mostrarse arisca hasta que conectaron un día en que le dio un trozo de queso. “Fue entonces cuando bajó las orejas, se quedó aplacada y decidió quedarse conmigo”, dice su dueña. Desde entonces, es su sombra, su referente. “Tener un animal es una gran responsabi­lidad. Aunque no tengo hijos, es como cuidar de ellos”, afirma con un mirada entre convincent­e e interrogat­iva.

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MANÉ ESPINOSA
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MANÉ ESPINOSA

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