EL MILAGRO DEL TDK MANRESA
El 4 de junio de 1998, un club muy modesto ganó la Liga ACB y revivió la historia de David y Goliat; esta es la historia del día en que la cerveza se acabó en Manresa
El 4 de junio de 1998, un club muy modesto ganó la Liga ACB y revivió la historia de David y Goliat.
En el vestuario había muy buen ambiente y una vez al mes salíamos a cenar; siempre que lo hacíamos, ganábamos el partido siguiente”
Cada vez que necesito una inyección de moral, repaso mentalmente la final: fuimos hasta 16 puntos por debajo, pero no nos rendimos”
Cuando Chichi dijo en la presentación de la campaña del 97-98 que ganaríamos la Liga, hasta yo esbocé una sonrisa irónica”
Manresa fue hace 20 años la capital mundial de la felicidad. El club de baloncesto de la ciudad, ahora en la segunda división o Liga LEB oro, vive un momento dulce y acaricia el ascenso. Aunque lo logre, nada será comparable a la locura que se vivió del 4 de junio de 1998, cuando un equipo modesto –el tercer presupuesto más bajo de toda la competición– se proclamó campeón de la Liga y rompió por primera vez la monolítica hegemonía ejercida hasta entonces por el Madrid, el Barça y el Joventut. Pero antes de recordar el secreto de un milagro llamado TDK Manresa hay que explicar una interioridad de este texto.
Dijo el jefe: “Busca una foto de la época y reúne a sus protagonistas para reflejar cómo han cambiado en estos cuatro lustros”. El socorrido así eran y así son. El jefe no se imaginaba que alguien estropearía la imagen. Tras un cuarto de siglo en las canchas y cargos de dirección en la selección y el Barça, Joan Chichi Creus imparte conferencias y charlas motivacionales. Tiene 61 años y parece un Dorian Gray sin retrato o un Fausto sin Mefistófeles.
El alero Jordi Singla, que jugó en Manresa casi toda su carrera, es hoy miembro del consejo de administración del club. El gerente Carles Sixto ya trabajaba en la entidad hace 20 años. El gerente de entonces y más tarde presidente ejecutivo, Valentí Junyent, es desde el 2011 el alcalde de Manresa. Y el mejor entrenador de 1998, Casimiro, dirige con éxito el Herbalife Gran Canaria, con el que este curso podría ganar otro título de la Liga ACB.
Tienen entre 45 y 57 años. El primero aún es un armario ropero de dos metros, las facciones del segundo y del tercero son perfectamente identificables, y el cuarto se ha convertido en uno de los técnicos más respetados y experimentados, pero ya no es aquel jovenzuelo que jamás pudo soñar con éxitos tan madrugadores. Todos acusan el paso del tiempo.
Él, no. Chichi Creus da envidia: está igual. El mismo gigante de 1,76 que ganó su primer campeonato con el FC Barcelona en 1981. “Siempre –explica– me he cuidado mucho. Era la única posibilidad para bajitos como yo. Cuando llegué a Manresa, después de pasar por el CB l’Hospitalet, el Barça y el Granollers, se comentó mucho mi edad. Tenía 36 años y me empezaron a llamar viejo a partir de los 30. Gané mi segunda Liga con 41”. Además, fue el máximo anotador (17 puntos) y elegido el mejor jugador de la final.
Aunque el TDK ya dio la campanada en el 96 y el 97, cuando conquistó la Copa y la Lliga catalana, la Liga ACB fue un sueño prohibido hasta que Chichi dijo en la presentación del curso del 97-98 que la ganarían. La afición del Nou Congost pensó que era un farol. Incluso el presidente esbozó una sonrisa irónica. “Singla era el capitán, pero él era el líder, el jefe en la pista, y podía decir lo que quisiera. Pensamos que era una forma de prometer una buena campaña, pero no. Lo dijo en serio”. Y tan en serio. “Fue una alineación planetaria irrepetible”, bromea Ernest, mosso y portavoz de la Grada d’Animació. También el tiempo ha pasado para él: en 1998 iba al Nou Congost solo. Hoy va acompañado con su hijo Lluc, de 7 años (su hermano, de ocho meses, es demasiado pequeño). En la constelación de la que habla Ernest estaban Javi Rodríguez, el ayudante de Casimiro, y apellidos catalanes y estadounidenses, como los de Capdevila, Jones, Alston y Sallier, el quinteto inicial junto a Chichi Creus. Pero no habrían hecho nada sin Singla, Vázquez, Lázaro, Moraga, Usard y Montañez.
Una final de la Copa, a un único partido, como cuando vencieron al Barça, puede deparar sorpresas, pero el azar no puede decidir unos playoffs al mejor de cinco partidos. Aquellos hombres se miraban a la cara en los vestuarios y desafiaban a la lógica antes de muchos partidos. Había muy buen ambiente. El grito de guerra era: “Podemos ganar”.
Acabaron la Liga los sextos. Perdieron la última jornada ante un flojo Cáceres, que quedó en decimoquinta posición. Comenzaba entonces la fase final, que disputaban los ocho primeros. La suerte, esta vez sí, hizo que el Estudiantes y el Madrid se cruzaran en su camino. Al Estudiantes ya lo habían tuteado en la fase regular y al Madrid lo habían derrotado tanto en la ida como en la vuelta del campeonato, por lo que no maldijeron los emparejamientos.
Los jugadores recuerdan que al menos una vez al mes quedaban para cenar. “Y siempre que lo hacíamos, ganábamos el partido siguiente”, asegura Chichi Creus. El gran mérito de Casimiro fue lograr que todos vivieran los éxitos de todos. “Tú no eres el sustituto de nadie, eres el mejor escudero”, le decía por ejemplo a Jesús Lázaro. El actual alcalde y entonces presidente del club cree que los tres estadounidenses, que llegaron sin hacer ruido, se compenetraron a la perfección con una plantilla donde se mezclaban sabiamente veteranía y juventud, lo que les permitió “jugar en estado de gracia, aunque Sallier tuvo que recibir infiltraciones antes de cada partido de los playoffs”.
Nunca tuvieron la ventaja del factor campo. Jugaron los dos primeros partidos en casa de los rivales y los otros dos en el Nou Congost, que tenía 3.800 socios y se llenaba con más de 5.000 personas. En caso de desempate, tendrían que haber jugado el quinto y definitivo en campo contrario. “Sabíamos que teníamos que ganar en el cuarto encuentro como máximo porque era una oportunidad irrepetible y llegar al quinto en terreno rival era demasiado
riesgo”, recuerda Chichi Creus. Y así lo hicieron. Vencieron primero por 1-3 al Estudiantes y luego apearon al Madrid por idéntico resultado. Mientras tanto, el Tau Victoria se deshizo en la otra eliminatoria del Unicaja y del Barça.
Con cada triunfo, la euforia estallaba en la capital del Bages. La final, también al mejor de cinco partidos y por la que nadie hubiera apostado, enfrentó al Tau Victoria y al TDK Manresa. Muchos críos de las categorías inferiores que entrenan en el Vell Congost, junto al pabellón inaugurado en 1992, no saben qué es una cinta de casete. Tampoco que una multinacional japonesa que las fabricaba fue un socio fiel y longevo que patrocinó al club durante 15 años.
Y de nuevo David ganó a Goliat. El Tau, que ya iba camino de convertirse en un equipo potente, con un presupuesto muy superior al de su rival, perdió en el atestado pabellón del Nou Congost. Otra vez, un 1-3. Fue un apocalipsis cervecero. Muchos bares de Manresa, como Cal Manel, agotaron las existencias.
Los visitantes llegaron a tener una ventaja de 16 puntos en el marcador. Casimiro siempre daba las instrucciones de pie en el vestuario, durante los descansos. Pero esta vez se sentó. “No os rindáis. Podéis hacer historia”, dijo a sus jugadores. Cuando necesita una inyección de moral, Luis Casimiro Palomo Cárdenas –Casimiro a secas para el mundo del baloncesto– repasa mentalmente el partido o revisa un vídeo que puede ver con los ojos cerrados.
Trabajo, ambición, coraje y un grupo de deportistas sin complejos de inferioridad, más amigos que compañeros, y que nunca tiraron la toalla. Ese fue el secreto del milagro del TDK Manresa.