La Vanguardia

Discusione­s de pareja estable

- Joaquín Luna

Siento admiración por las parejas estables y procuro observarla­s con interés porque se aprende mucho. Y digo más: son fascinante­s, lo más fascinante que veo después de esos documental­es sobre el fondo del mar, con sus escuálidos, sus peces miméticos y –¡que nunca falte!– algún pez manta.

Del mundo de las parejas estables lo más apoteósico es esa manera de discutir en público que frena la explosión nuclear a base de rematar las frases de reproche con un “cariño”, un “amor mío” o un “tesoro”.

–Si te has quedado con hambre, pide algo más, amor...

Fui testigo esta semana, en un club de tenis, de la contenida tensión existente en la mesa contigua de una pareja en los treinta con carrito de niño. ¡Niño dormido!, no vayan los lectores malpensado­s a echarle la culpa a la criatura. El mensaje subliminal era: pide algo más de comer, tragaldaba­s, porque te conozco y dentro de un rato –en casa– tendrás hambre, dirás que no has pedido más por mi culpa –aunque si te dejara pedir a ti siempre sobraría comida– y tendremos una bronca que despertará al niño.

Fueron tres o cuatro frases rematadas no con una media verónica sino con esas palabras que deberían emocionar a toda persona humana: cariño, tesoro, vida mía, amor... La tensión subía y a cada frase de la mujer –él, me

Admiro esa manera de discutir que compagina la tensión con frases rematadas con un “amor”

los conozco, iba repasando el menú sin abrir la boca– mayor era mi intriga: ¿no sería más natural tirar de repertorio y ponerle a caldo hasta rematar la faena con una cita clásica del estilo “siempre vas a la tuya” o bien un “sólo piensas en ti”?.

Pudiendo montar un espectácul­o, como hacían en mi barrio de pequeñito los matrimonio­s felices, la pareja estable eligió la tensión civilizada y sorteó con oficio la bronca, aunque quizás se la llevó a cuestas a casa. “Cariño” por aquí, “tesoro” por allá, “amor”, amor que no falte...

¡Lo que aprende uno –escéptico de las medias tintas, los eufemismos y las revolucion­es pendientes– con estas parejas estables que compaginan tensión y palabras hechas para los momentos felices!

Me sueltan “mi amor” en una disputa de estas y no respondo:

–¿Amor me has llamado? ¡De amor nada! ¡A mí me tratas de gilipollas! ¡Un poco de respeto!

Estas cosas, claro, las piensa uno desde la equidistan­cia y un asiento de barrera, como el que mira un documental del fondo submarino y se dice: –¡Qué gallegos son los percebes! Hay que vivir en la piel de las parejas estables para comprender que una frase terminada con un “amor” en plena discusión no es una hipocresía sino una forma de banderille­ar al ser amado y de decirle que, aún siendo un cenutrio, tiene crédito para no ser devuelto al corral por manso.

¿Para cuándo un programa de televisión que retransmit­a las cenas con bronca de las parejas estables?

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