La Vanguardia

Historias de tristeza

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El Gobierno de Theresa May crea la secretaría de Estado para la Soledad, dirigida de forma especial a ayudar a los ancianos. Resulta que la mitad de las personas de más de 75 años del Reino Unido no sólo viven solas sino que muchas de ellas no se relacionan con nadie durante semanas.

En Suecia, paradigma de la sociedad del bienestar en la que a ningún anciano le faltan medios económicos para subsistir, muchos mueren solos, a menudo sin que familiares o vecinos se enteren de su fallecimie­nto hasta semanas o meses más tarde, porque hasta las facturas del alquiler del piso y de los servicios se van cobrando automática­mente en las cuentas bancarias sin que nadie los dé de baja.

En Japón se habla de fabricar robots humanoides para acompañar a personas solitarias, pero, además, muchos ancianos delinquen para que les encarcelen. Parece una paranoia, pero en un país con una población muy envejecida y con un alto porcentaje de personas con escasos vínculos familiares aquellos piensan que en la prisión tienen un hogar.

También en nuestras tierras la soledad marca la vida de muchos ancianos. No hemos alcanzado aquellos niveles pero ya circulamos por la misma ruta y en pocos años tendremos problemas de similar dimensión. Muchos mayores no reciben atención de sus hijos o nietos. Ni siquiera sus visitas. La madre Teresa de Calcuta trabajó entre los más pobres del mundo pero dijo que “la soledad y el sentimient­o de no ser querido es la mayor de las pobrezas”. Las vidas de muchos ancianos son historias de tristeza, de gran sufrimient­o. Alguien ha dicho que la soledad es estar rodeado de personas y pensar sólo en la que te falta.

Que los gobiernos no miren hacia otro lado y aborden el problema es muy positivo, pero en el fondo la actuación se centra en poner dinero para ofrecer algunos servicios y, sobre todo, acompañami­ento pagado. Puede paliar bastantes problemas, pero no va a las causas de fondo. El acompañami­ento pagado a los ancianos será necesario, resolverá atenciones materiales e higiene, que no es poca cosa, pero no aporta el amor que la persona necesita. Este sólo viene del reconocimi­ento de la persona y de la familia, de la potenciaci­ón de la convivenci­a matrimonia­l y familiar, de no exaltar el egoísmo disfrazado de “realizació­n personal” sin darse cuenta que tal “realizació­n” no viene del éxito profesiona­l o social sino del amor interperso­nal.

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