La frontera de los hipertensos
Los médicos españoles rechazan por ahora la recomendación americana de tratar como enfermo a quien tiene presión arterial superior a 130/80
Ser o no hipertenso puede ser, en estos momentos, cuestión de fronteras. De fronteras físicas y numéricas. Las sociedades médicas aseguran que en España hay unos 12 millones de personas con hipertensión –el 33% de la población adulta–, que pasarían a ser 17 millones si aplicaran el criterio de diagnóstico que desde finales del año pasado utilizan los cardiólogos americanos: hipertenso es quien tiene una tensión arterial superior a 130/80 mmHg.
En noviembre pasado, el Colegio Americano y la Asociación Americana del Corazón (AHA/ACC) presentaron una nueva guía de hipertensión que, entre otras recomendaciones, rebaja el umbral de diagnóstico de 140/90 mmHg a 130/80 mmHG, hecho que ha suscitado gran polémica entre las sociedades médicas españolas y europeas porque implica aumentar considerablemente el número de pacientes hipertensos, con el consiguiente aumento de tratamientos farmacológicos. Y eso no sólo significa elevar la factura de gastos médicos tanto para la sanidad pública como para los afectados, sino que conlleva riesgo de sobretratamiento para algunos grupos vulnerables, como ancianos o personas polimedicadas por otras enfermedades.
La Sociedad Europea de Cardiología plasmará su posición en una nueva guía de hipertensión arterial que se dará a conocer en un par de semanas, pero la Sociedad Española de Hipertensión-Liga Española contra la Hipertensión Arterial (SEH-LELHA) y la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) ya han expresado su rechazo a aplicar umbrales generales de diagnóstico inferiores a los actuales, de 140/90 mmHg. “No hay evidencias suficientes ni estudios nuevos que aconsejen cambiar este límite, otra cosa es que a quienes tienen una tensión de 130 se les advierta que han de cuidar su alimentación, perder peso y hacer ejercicio para que no les suba más, pero eso es algo que ya hacemos con los llamados prehipertensos”, asegura Julián Segura, presidente de SEH-LELHA. En la misma línea se expresa el coordinador del grupo de trabajo en hipertensión de la Semfyc, Eduardo Guija, quien además advierte de los posibles perjuicios derivados del sobrediagnóstico y sobretratamiento de la hipertensión, “como los efectos secundarios por interacciones farmacológicas en pacientes con otras enfermedades o fracturas por caídas en personas frágiles y ancianos a los que podría bajarles demasiado la tensión en casa dado que la medida en la consulta a veces es más alta de la habitual en cada persona (la hipertensión de bata blanca)”.
Individualizar los límites
Vicente Arrarte, presidente de la sección de riesgo cardiovascular y rehabilitación cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), asegura que la decisión de los cardiólogos americanos resulta controvertida porque se sabe que la tensión arterial alta está relacionada con eventos cardiovasculares, pero no está claro cuál es el límite de seguridad a recomendar, de modo que es peligroso “en términos económicos y de salud” poner cuantías que causen más enfermos de los que realmente lo son. Añade que quizá valga la pena bajar el umbral de diagnóstico sólo para algunos grupos de riesgo, como personas con enfermedad coronaria difusa, ateroesclerosis generalizada, insuficiencia renal o algunos diabéticos con otras enfermedades asociadas.
El coordinador del grupo de trabajo de enfermedad cardiovascular e hipertensión arterial de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), Vicente Pallarés, cree que la forma de abordar la hipertensión tiene que adecuarse al tipo de paciente, porque una tensión objetivo baja puede prevenir problemas cardiacos a unas personas y provocar daño a otras con enfermedades adicionales (comorbilidades). “Las decisiones sobre el umbral de intervención y cifra objetivo que conseguir deben individualizarse en función de las comorbilidades de los pacientes, sus tratamientos, sus factores de riesgo, su expectativa de vida, su fragilidad, su estado cognitivo, sus preferencias y sus recursos”, afirma Guija. Y enfatiza que, en todo caso, el primer paso para el correcto diagnóstico de la hipertensión –y en esto coincide con la guía americana– es fundamentarlo en medidas de la tensión fuera de la consulta de un médico, preferentemente mediante una monitorización ambulatoria o dando pautas al paciente para que se la tome él en casa (véase información de apoyo).