Venecia deja de ser ciudad para convertirse en parque temático
El Ayuntamiento estrenó con polémica tornos para controlar el flujo de acceso de los turistas
Entre semana, el vaporetto también está a rebosar. Para los foráneos, subir en el autobús acuático de Venecia cuesta 7,5 euros, 1,5 para los locales. La diferencia ya avisa que aquí el turismo no es un asunto cualquiera. A la altura del puente de Rialto, un visitante asiático que ha estado grabando todo el viaje con un Iphone 8 decide darse un descanso. En lugar de guardar el teléfono y disfrutar de las vistas, agacha la cabeza y se sienta en el bordillo de la cabina del capitán. Vuelve a asomarse a la pantalla para activar el Candy Crush.
“Los jóvenes como mi hija se van porque no pueden pagar estos precios, ni aguantan la presión turística. Nos vamos quedando los viejos...”, suspira Gianna, de 64 años, que ha cogido el vaporetto para ir a hacer la compra en una de las pocas carnicerías antiguas que quedan en
EN 1951, 175.000
El contador de la farmacia Morelli avisa que hoy apenas quedan 53.000 habitantes
Venecia. La mayoría van cerrando. En su lugar abren tiendas de souvenirs que se ganan la vida vendiendo falso cristal de murano.
La ciudad de los canales volvió a salir en los telediarios de medio mundo hace unas semanas, cuando su Ayuntamiento, guiado por el alcalde Luigi Brugnaro, de una lista cívica de centroderecha, decidió llevar a cabo la primera prueba de fuego de unos tornos para regular los flujos de acceso. El experimento fue un desastre. Se instalaron dos delante del puente de Calatrava, y otros dos en el puente de los Descalzos. “Aquí no duraron ni media hora”, recuerda Marco, el camarero de un bar delante de la estación de Calatrava. Un grupo de ciudadanos y una treintena de manifestantes de extrema izquierda arrancaron uno de los controles de acceso, ante el estupor de los medios. “Fue una protesta muy mediatizada que no representa el sentir de la ciudad”, explica la Asesora para el Turismo de la ciudad, Paola Mar, que asegura que los manifestantes llamaron expresamente a los medios.
Lo cierto es que Venecia, la que fuera el mayor enclave comercial de la península, está perdiendo a los venecianos. Una farmacia en el centro histórico, propiedad de la familia Morelli desde hace cuatro generaciones, desde el 2008 tiene un contador en su escaparate que muestra la actual población de la ciudad. La semana pasada, los números decían que quedan poco más de 53.000 personas. En 1951 habían 175.000. Ahora los hoteles han reemplazado a las casas. El doctor Andrea Morelli, propietario de la centenaria farmacia, cuenta que pierden un ritmo de 700 habitantes al año. La mayoría se van a Mestre, a tierra firme, donde los precios de la vivienda son menos abusivos y se puede vivir con más tranquilidad.
“Los tornos no son la solución, pero son la demostración de que parte del Gobierno podría haberse dado cuenta de que hay un problema después de 30 años sin hacer nada”, critica el presidente de la Asociación de Hoteleros, Vittorio Bonacini. Él mismo ha dejado su piso, por el que pagaba casi 2.000 euros, para alquilar una casa grande en tierra firme, por sólo 900.
Las cifras dicen que más de 30 millones de turistas visitan Venecia cada año, pero sólo el 35% de los turistas dejan el 70% de la riqueza del total. Es decir, los que pernoctan. La llegada de los Airbnb y el resto de alojamientos caseros ha acabado de sentenciar la ciudad. Para muchos venecianos es mucho más cómodo hacerse con una renta y disfrutar de la tranquilidad de Mestre.
Aquí los residentes rugen especialmente contra los viajes organizados, la mayoría de los cuales optan por pasar un par de días en uno de los grandes hoteles en las afueras, siguiendo a un guía con un paraguas que no les ha contado el abrumador turismo. “Yo creo que deberían limitarlo”, cuenta Bettina, una alemana que viaja con otras treinta personas de su misma nacionalidad. “Casi no po-