Capital con Catalunya
El eufemismo que usa cierto independentismo cuando exige que Barcelona sea la capital de Catalunya oculta el deseo de hacer de ella la capital del ‘procés’, Pero da pie a un debate necesario sobre capitales no gubernamentales.
Cuando presentó en noviembre del 2014 el libro blanco Barcelona, capital d’un nou Estat, amplios sectores del soberanismo habían empezado a creer que la independencia de Catalunya no era una quimera, sino un objetivo alcanzable a corto o medio plazo.
En aquel contexto, el libro, de autoría colectiva, enumeraba las muchas ventajas de que iba a gozar la ciudad al equipararse con otras capitales de la UE. Rezumaba el convencimiento de que escapar de la tutela de Madrid iba a suponer, per se, el definitivo acceso de Barcelona a la modernidad que representaba Europa. Hubo incluso quien argumentó en aquellos textos que el mero concepto de capitalidad llevaba asociada la llegada de inversiones millonarias.
Pero ha llovido mucho desde entonces, y no precisamente inversiones. Después de los acontecimientos del último trimestre del 2017 y de sus secuelas, la expresión más repetida en el debate sobre la ciudad vuelve a ser Barcelona capital de Catalunya.
Esta puede llevar implícita la consideración de capital de Estado o de capital de la república, pero también, en un ejercicio de realismo, la de una Catalunya que aún no se haya emancipado de España.
¿A qué se refieren muchos de los políticos independentistas cuando dicen que en las municipales del 2019 tiene que configurarse una mayoría que haga de Barcelona la capital de Catalunya? Como Barcelona ya ejerce de hecho esta capitalidad, y como no parece que dentro de un año vaya a haber un nuevo Estado, es evidente que la expresión enmascara la reivindicación de que Barcelona asuma el liderazgo del movimiento independentista. Una vez más, la marca Barcelona, que ha resistido mejor los embates de las crisis económica y política que las marcas Catalunya y España, sirve como amplificador de causas que la necesitan para asomarse al mundo. El problema –o la ventaja electoral, según se mire– que comporta este uso de la marca es que invita al otro extremo del arco parlamentario a considerar que en Barcelona se libra la batalla decisiva para inclinar hacia uno u otro lado el desenlace del proceso independentista.
BComú lleva tiempo intentando romper esa dinámica frentista presentándose como el partido “que habla de Barcelona”. Y lo cierto es que el giro derechista adoptado por la mayoría independentista con la elección de ha dado alas a en su intento de reintroducir el eje ideológico en el debate político local. En sus últimos discursos, más desacomplejados, se advierte que es consciente de ello. El hecho de que la CUP, rival directo de BComú, avalara con sus votos al nuevo president deja más espacio a los comunes –y también al PSC– para marcar perfil de izquierdas y tratar de superar el debate nacional. La propia ERC ha intuido la importancia de ese desplazamiento de ejes y habla de la importancia de tejer alianzas con otras fuerzas progresistas en el próximo mandato, tal como se desprende de la entrevista que publica hoy este diario a Oriol Junqueras.
Lo interesante, en este nuevo contexto, sería plantearse si la relación entre la Gran Barcelona y el resto del territorio no se merece un nuevo inicio.
Porque la alternativa al binomio Barcelona capital de Catalunya no debería ser nunca diferenciar el cosmopolitismo barcelonés respecto a un mundo rural supuestamente ensimismado, sino empezar a pensar en una Barcelona que con Catalunya aspire a ser capital cultural, capital de la tecnología o capital de los valores amenazados en esta Europa entregada al populismo de derechas. Para que esto funcione hacen falta dos condiciones previas: que Barcelona se dirija al territorio sin prepotencia, con un discurso ilusionante, y que todo el mundo asuma que en un futuro que será de las ciudades sólo importarán ese tipo de capitalidades no gubernamentales.