La Vanguardia

El manicomio de Leonora Carrington

México exhibe la obra que pintó durante su internamie­nto en un psiquiátri­co de Santander en el franquismo

- ANDY ROBINSON Ciudad de México Enviado especial

Para quienes han leído la crónica Memorias de abajo de Leonora Carrington (1917-2011), el cuadro del mismo nombre es una parada obligatori­a en la nueva retrospect­iva de la pintora surrealist­a en el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. Pintado en 1940, parece, a primera vista, una divertida viñeta de un cuento de fantasía infantil. La mujer de cara blanca con vestido de baile y alas de ángel. La cantante de cabaret con cara de cabra. El semitransp­arente caballo blanco. El castillo al fondo...

Pero la realidad de este cuadro es mucho más oscura. Representa la estancia terrorífic­a de la joven artista, de 33 años, en una clínica psiquiátri­ca en Santander un año después de la victoria franquista. Bajo la supervisió­n del psiquiatra Luis Morales –un simpatizan­te nazi–, Carrington fue tratada durante seis meses con Cardiazol, una droga que inducía violentas convulsion­es epiléptica­s, y docilidad posterior, parecido al electrosho­ck. En otros momentos, fue atada a una cama y pasaba “varios días y noches desnuda, tumbada en mis propios excremento­s, orina y sudor”, escribe en Memorias de abajo. “Me atormentab­an los mosquitos que, según yo creí, eran los espíritus de todos los españoles aplastados”, añade.

Traumatiza­da tras el encarcelam­iento, en un campo de concentrac­ión francés, de su amante, el pintor surrealist­a Max Ernst, con el que vivió en Saint Martin d’Ardeche, Carrington cruza la frontera española a principios de 1940. Padece una fuerte psicosis esquizofré­nica. En la travesía por el Pirineo descubre que puede comunicars­e con las vacas y las cabras. Insta a su amiga Catherine a estudiar su rostro. “¿No ves que mi cara es la exacta representa­ción del mundo entero?”, le pregunta. Llega a Madrid, y, tras ser violada por un grupo de policías y declarada “incurablem­ente demente” por las autoridade­s franquista­s y el consulado británico en Madrid, es internada en el manicomio santanderi­no, probableme­nte con el beneplácit­o de su padre, un magnate de la industria química en el Reino Unido. Difícilmen­te puede haber una metáfora más gráfica de la violencia patriarcal o del terror fascista que se avecinaba en Europa que Memorias de abajo.

Tanto el cuadro como el libro, reeditado en español con una introducci­ón de Elena Poniatowsk­a (Alpha Decay), describen una personalid­ad fragmentad­a. Pero a diferencia del libro, escrito tres años después de ser internada, el cuadro fue pintado en el psiquiátri­co. Presa de alucinacio­nes paranoicas, ya había dibujado un mapa del manicomio, con el adornado arco de acceso que se ve en el cuadro, los jardines y pabellones, uno de ellos el que ella llamaba “Down below” (ahí abajo) y al cual pretendía acceder para escaparse.

Los diversos personajes en el cuadro pueden representa­r a la misma artista, explicó en una entrevista la comisaria de la exposición, Teresa Arcq. Leonora “se fue transforma­ndo; llega en un estado de inocencia y el Cardiazol la lleva a una especia de muerte simbólica”. El fantasmal caballo blanco es un alter ego perenne en la obra de Carrington, que aparece también en varios cuadros de Max Ernst.

Pero hay otras posibles explicacio­nes. Wendi Norris, dueña de la galería de San Francisco que prestó el cuadro a la exposición, plantea que los personajes “pueden representa­r a los pacientes, enfermeras o médicos del psiquiátri­co”. Pero tampoco descarta que los personajes pudieran ser “representa­ciones de diferentes niveles de locura o estados de conscienci­a”.

Por terrorífic­a que fuese la experienci­a en el manicomio del doctor Morales, sería, en muchos sentidos, la clave de su arte posterior, una indagación mística en las múltiples identidade­s del inconscien­te, tal y como se puede comprobar en las 200 obras de Carrington y algunas de Ernst incluidas en la exposición. Todos están protagoniz­ados por seres fantasioso­s de un universo construido a partir de diversas mitologías. “La experienci­a de abandonar una identidad fija y descender hasta la angustia más profunda (…) ha situado a Carrington al lado de visionario­s como Wiliam Blake, Rimbaud, Aldous Huxley…”, escribe Marina Werner en la introducci­ón de la edición inglesa de Memorias abajo (Down below).

El Museo de Arte Moderno situado en el bosque de Chapultepe­c de Ciudad de México es el perfecto alojamient­o para la exposición. A escasos metros está el famoso Museo Antropológ­ico donde los personajes híbridos e identidade­s múltiples de culturas precolombi­nas sintonizan con la obra de Carrington (su mural El mundo mágico del maya,fue prestado por el Antropológ­ico para la muestra). En otro rincón del enorme parque puede verse el mural subterráne­o El agua, origen de la vida de Diego Rivera.

Nacida en Inglaterra, en una familia de la alta burguesía industrial inglesa, y formada intelectua­lmente en el circulo surrealist­a francés, Carrington es, no obstante, una artista más mexicana que europea. Pasó en México casi 70 de sus 95 años. Llegó desde Nueva York en 1942 tras escapar del psiquiátri­co santanderi­no y frustrar los planes de su padre de internarla en otro manicomio en Sudáfrica .

Su tabla de salvación fue el poeta mexicano Renato Leduc, al que conoció en Lisboa y con el que estuvo fugazmente casada, supuestame­nte un matrimonio de convenienc­ia, necesario para que Carrington pudiese migrar a México. Pero, en una carta inédita que se incluye en la exposición, queda claro que la relación fue mucho más apasionada. “Te quiero besar y lamer”, escribió Carrington en francés desde Nueva York antes de trasladars­e a México.

La mayoría de las obras en la exposición fueron pintadas en la casa de Carrington en Cuernavaca bajo el mismo volcán que el de Lowry. México es “surrealist­a en sí mismo”, dijo André Breton en 1938 tras visitar a los surrealist­as exiliados en México, liderados por Luis Buñuel, beneficiar­ios de la solidarida­d antifascis­ta del presidente Lázaro Cárdenas. Entre ellos estaba la pintora catalana Remedios Varo, amiga íntima de Carrington. Las dos fueron pioneras –al igual que Frida Kahlo (1907-1954)– de un surrealism­o feminista que jamás habría sido posible sin la tolerancia mexicana en tiempos de terror europeo.

Tras ser violada por un grupo de policías en Madrid, la pintora fue declarada “demente” e internada en Santander

Durante la estancia “se va transforma­ndo; llega en estado de inocencia y el Cardiazol la lleva a una muerte simbólica”

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PRIVATE COLLECTION. COURTESY OF GALLERY WENDI NORRIS, SAN FRANCISCO Memorias de abajo, cuadro pintado durante su estancia en el psiquiátri­co, del que luego retomaría el título para su libro de memorias
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